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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Caballo

La heroína vuelve en EE UU y engancha a la clase media depauperada. En 'The Knick' las élites experimentan con sustancias en medio de un clima social explosivo

Ricardo de Querol
El doctor John Thackery (interpretado por Clive Owen) se inyecta droga en el pie en una escena de 'The Knick'
El doctor John Thackery (interpretado por Clive Owen) se inyecta droga en el pie en una escena de 'The Knick'

Preocupante: en EE UU está de vuelta la heroína. Las muertes por sobredosis de opiáceos (también en pastillas) alcanzan cifras récord. Pero el perfil del yonqui ya no es el que era. En vez de los jóvenes sin futuro de los barrios miserables de Baltimore que retrató la serie The Wire hace una década, ahora se suben al caballo hombres blancos de clase media. Claro que la clase media se ha venido abajo allí y aquí (para saber cómo, lean El desmoronamiento de George Packer; para saber por qué, a Zygmunt Bauman).

La heroína es la más estigmatizada de las drogas, pero a los desesperados les permite un viaje a un sitio donde sus problemas no existen, salvo conseguir la próxima dosis. Pero hubo un tiempo en que, aunque la desigualdad era más extrema que hoy, los opiáceos no estaban prohibidos y eran las clases altas las que experimentaban con ellos. Lo cuenta The Knick, serie muy bien dirigida por Steven Soderbergh, cuya segunda temporada termina en Canal + Series. Está ambientada en un Nueva York anterior a los rascacielos y al glamour. Allí, en los primeros años del siglo XX, es un cirujano puntero (Clive Owen) el que se mete en vena lo que pilla en la farmacia o en el mercado negro, y el cliente más asiduo de un fumadero de opio y burdel. El vicio no afecta a su pericia, revolucionaria en una época en que los quirófanos servían sobre todo para amputar miembros gangrenados.

Del Nueva York de The Knick aterroriza ese clima social a punto de estallar. Nada que ver con el sueño americano: miseria, hambre, violencia. Las epidemias aíslan barrios enteros, cualquier incidente deriva en un linchamiento, se pagan mordidas para todo, racismo, machismo y clasismo son la norma. Una minoría vive atrincherada en su opulencia.

Las (buenas) series de época también nos hablan del presente, porque dirigen una mirada actual a aquel tiempo. Señalan lo que no hemos arreglado todavía y aquello a lo que no debemos volver.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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