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Claudio Rodríguez renace en inglés

El hispanista Philip W. Silver trata de introducir en Estados Unidos la obra del autor de ‘Alianza y condena’

Javier Rodríguez Marcos
Claudio Rodríguez, en 1988, un año antes de morir.
Claudio Rodríguez, en 1988, un año antes de morir.GORKA LEJARCEGI

Philip W. Silver tiene pegado en la puerta de su casa madrileña el poema de Claudio Rodríguez Alto jornal, de modo que, cada vez que se encamina a la calle Viriato, se topa con unos versos que dicen: “Dichoso el que un buen día sale humilde / y se va por la calle, como tantos / días más de su vida, y no lo espera / y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto / y ve, pone el oído al mundo y oye, / anda, y siente subirle entre los pasos / el amor de la tierra…” Silver, que vive medio año en Madrid y medio en Nueva York, es profesor emérito en la Universidad de Columbia y, con 83 años, uno de los grandes expertos en poesía española del siglo XX. Después de décadas consagrado al estudio de la obra de autores como Ortega y Gasset, Luis Cernuda o Claudio Rodríguez, este curso se ha decidido a publicar una traducción al inglés de un libro de este último: Alianza y condena, aparecido originalmente en 1965, hace ahora medio siglo.

El poeta, nacido en Zamora en 1934, murió el 22 de julio de 1999. Aquel día quedó truncado el proyecto de preparar una antología que presentara su poesía en los Estados Unidos. Tuvieron que pasar los años para que su amigo Silver cambiara la antología por un título único: Alliance and Condemnation (Swan Isle Press). “Habíamos empezado juntos porque Claudio sabía mucho inglés —había sido lector en Inglaterra seis años— aunque no lo hablaba bien”, cuenta el hispanista. “Cuando murió, seguí, pero era difícil que todas las versiones tuvieran el mismo nivel”.

En Estados Unidos se conoce sobre todo a Lorca, que es un icono. También a Juan Ramón Jiménez y a Miguel Hernández"

Por entonces había ya una traducción estadounidense de la poesía completa de Claudio Rodríguez pero su circulación, en impresión a demanda, había sido muy restringida. “En Estados Unidos”, recuerda Silver, “se conoce sobre todo a Lorca, que es un icono. También a Juan Ramón Jiménez y a Miguel Hernández. El caso de Claudio… Mira, es difícil presentar en otra lengua a un escritor que es una anomalía en la suya”. Silver se refiere al carácter inclasificable de una obra que se inició con Don de la ebriedad, un hito de la literatura española que le valió a su autor el premio Adonais con solo 19 años. En su prólogo, Silver traduce ese título inaugural como Gift of Ecstasy, pero sabe que a su autor no le convencía que hablasen de la suya como de una poesía mística.

El hispanista David Silver, en Madrid, el pasado abril.
El hispanista David Silver, en Madrid, el pasado abril.Bernardo Pérez

¿Y qué tal irracionalista? El estudioso escucha la pregunta con media sonrisa y confiesa: “Esa idea la lancé yo en mi antología de bolsillo en Alianza. Por entonces me interesaba el surrealismo y tracé esa relación con los franceses y con Dylan Thomas, un autor que a Claudio también le interesaba. Ahora me arrepiento. Así se escribe la historia”. Y añade resignado: “Tenemos las categorías que tenemos”. Imposible clasificar a un autor que estuvo en el partido comunista “20 minutos” y que siempre admiró a Blas de Otero pero cuyos versos están tan lejos de la poesía social dominante durante la posguerra como del confesionalismo de sus amigos de la generación de los años cincuenta.

Es difícil presentar en otra lengua a un escritor que es una anomalía en la suya"

Esos fueron los años en que Philip W. Silver pisó España por primera vez. Llegaba para estudiar en la Universidad Complutense después de que los exiliados republicanos le despertaran el gusanillo de lo español: “Madrid era un pueblo. Te encontrabas siempre a la misma gente”. Eso fue lo que más le llamó la atención en unos días en que trabajó como intérprete en el rodaje de Alejandro Magno, el filme protagonizado por Richard Burton. “Aquí no había gente de color. Solo dos hombres que trabajaban de porteros de hotel y que, por supuesto, terminaron en la película”.

Desde entonces, Silver no ha dejado de venir ni de seguir de cerca —ahora le interesa la poesía de Elena Medel— todo lo que sucede en un país que le sigue sorprendiendo. Si hace seis décadas fue la falta de cosmopolitismo, hoy es el exceso de corrupción. “La hay en todas partes, pero no tan impune. Yo me considero de izquierdas…” Antes de terminar la frase, el hispanista se refuta a sí mismo: “Me dirás que, salvo Chomsly, no hay americanos de izquierdas, pero yo diría que lo soy”. En el perchero tiene una bandera republicana que compró en una marcha de Podemos y en la mesa, el libro de Baltasar Garzón El fango. Lo abre por una página concreta y pide: “Lee, por favor”. La cita que señala dice: “Aquellos que sacrifican libertad por seguridad no merecen tener ninguna de las dos cosas”. Silver añade: “Benjamin Franklin, siglo XVIII. Parece de hoy”.

El don de la poesía

Claudio Rodríguez nace en Zamora el 30 de enero de 1934.

En 1953 obtiene el Premio Adonais por su primer libro, Don de la ebriedad, que se convierte en un referente de la literatura de la posguerra.

Solo publicaría cuatro libros más: Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991).

En 1987 es elegido miembro de la Real Academia Española. Ingresó cinco años después con un discurso sobre la poesía de Miguel Hernández.

En 1993 recibe el Premio Príncipe de Asturias.

Muere en Madrid el 22 de julio de 1999.

Dejó incompleto un libro de poemas: Aventura.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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