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EL LIBRO DE LA SEMANA

Que se explaye Bascombe, el alter ego de Richard Ford

'Francamente, Frank' es un apéndice de lujo de su trilogía de EE UU. La voz del narrador suena otra vez alta y clara en sus críticas

Richard Ford visto por Sciammarella.
Richard Ford visto por Sciammarella.

Richard Ford será siempre el autor de la nueva trilogía de EE UU integrada por El periodista deportivo (1986), El Día de la Independencia (1995) y Acción de Gracias (2006), un fresco literario que atestigua la vida social y moral de Estados Unidos desde la posguerra, y que, a diferencia de la de John Dos Passos, prefiere lo individual a lo coral, eligiendo primeros planos en menoscabo de panorámicas cenitales o travellings circulares. Ford destila la esencia americana narrando la materia pública desde una óptica privada y atrapando las señas de identidad de Estados Unidos de la mano del inacabable discurso corrosivo de su narrador y presunto alter ego Frank Bascombe, un antiguo agente inmobiliario meditabundo, elegiaco, digresivo y solipsista que a lo largo de la trilogía se ha divorciado, ha superado un cáncer de próstata, ha visto morir a su hijo de nueve años y ha sido periodista deportivo y escritor frustrado: “La novela se llamaba Tánger […], estaba escrita en primera persona. Ahora está enterrada en un cajón, bajo un montón de formularios y catálogos”, escribe irónico en El periodista deportivo.

Bascombe recorre en su trilogía mitos e iconos de la American way of life desperdigados a lo largo y ancho de su vida cotidiana, de los malls a la Clínica Mayo, del baseball a las elecciones presidenciales de George W. Bush, de la violencia en los colleges y los tiroteos de estudiantes trastornados como el de Columbine al cuento de hadas de la multiculturalidad o los ejemplares de USA Today. Transcribe en la página sensaciones y trascendentes trivialidades hodiernistas expresadas en forma de cavilaciones de varia re, con tono jocoso y una retórica un punto semejante a la de los dietarios y sustentada en anécdotas y en minuciosas crónicas íntimas que sirven por igual para la catarsis y para la escéptica e irónica aprehensión de una demagógica vida cotidiana en la que se siente atrapado, y de la que pretende liberarse por obra y gracia del monólogo interior, esa gárgola de su conciencia contrariada, el desagüe de sus temores sociales. Herzog y Augie March de Bellow vienen a la memoria, y en ocasiones se les suma Conejo Angstrom de Updike, todos ellos deseando escapar de la alienación a la que los aboca una sociedad tramposa y yerma. Hay que hallarle un sentido a su vida, y Bascombe lo intenta mediante el monólogo autobiográfico y crítico de sus escrupulosas memorias en presente de indicativo destinadas sin remedio a consignar la inevitable futilidad de la vida diaria de un hombre jodido pero socarrón y, como el Leopold Bloom del Ulises de Joy­ce, mediocre para los demás pero heroico para sí mismo.

A esta imprescindible trilogía, de raquítica acción y trama atrofiada, querrá acabar llegando el lector que no la conozca y que lea este apéndice de lujo titulado Francamente, Frank (Let Me Be Frank With You, 2014), en el que suena de nuevo alta y clara la voz del resabiado pejigueras Bascombe, embebido de causticidad y decidido a componérselas para seguir dándonos su opinión de la sociedad norteamericana, cuyos ritos obsoletos y su vacío existencial critica sin descanso sin dejar títere con cabeza. Bascombe se ha hecho viejo y, aunque está ya cansado y de vuelta de todo, su humor mordaz lo salva de caer en la tiniebla en la que cayó Philip Roth cuando escribió en Elegía (Everyman, 2006) que “la vejez no es una batalla, es una masacre”, pero no evita que su crítica de la sociedad norteamericana se recrudezca, despotricando en las cuatro historias que integran el volumen, mientras desayuna All-Bran, masca chicle o teme el alzhéimer, contra el fanatismo religioso, el Tabernáculo del Amanecer de la Iglesia Episcopal Metodista Africana, la Asociación del Rifle, el club del Tea Party, el racismo, el desprecio hacia los veteranos de guerra, el nacionalismo circense, la decrepitud y huracanes como el Sandy, coprotagonista de las nouvelles que componen este volumen de desengañada y a la vez festiva senectud.

Springsteen leerá en Ford versiones burlescas de sus baladas más inconformistas, y los hermanos Coen verán reflejadas en sus textos algunas de sus ácidas visiones de la América profunda. En Francamente, Frank, el esperado regreso del gran narrador de Misisipi, que tal vez sea el próximo Nobel norteamericano, vuelve a destacar el “yo” del americano medio que es el heterónimo Bascombe y que, cercano a los 70 atribulados años y ya nostálgico de sus amigos muertos y de un futuro que no vivirá, se conforma a regañadientes con quejarse de un sueño americano del que hace mucho, mucho tiempo que despertó. Pero dejemos que el hosco Bascombe se explaye a sus anchas, al fin y al cabo sus desahogos son la guinda del sabroso pastel de barras de chocolate y estrellas de nata de Ford.

“La mayor parte de los escritores escribe demasiado”, dijo en Flores en las grietas. Autobiografía y literatura. Él se toma largos periodos de “reposo galvánico”, pero cuando escribe lo hace siempre como el mejor.

Francamente, Frank. Richard Ford. Traducción de Benito Gómez Ibáñez. Anagrama. Barcelona, 2015. 232 páginas. 18,90 euros

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