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El compromiso total del escritor total

Enrique Vila-Matas reivindica el riesgo en el arte, critica el populismo de la industria literaria y recuerda las tragedias del presente al recibir el premio de la FIL

Javier Rodríguez Marcos
El escritor catalán Enrique Vila Matas durante la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. De izq a der Rafael Tovar y de Teresa, Aristóteles Sandoval, Enrique Vila-Matas, Sir Vernom Ellis y Enrique Aubry de Castro Palomino.
El escritor catalán Enrique Vila Matas durante la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. De izq a der Rafael Tovar y de Teresa, Aristóteles Sandoval, Enrique Vila-Matas, Sir Vernom Ellis y Enrique Aubry de Castro Palomino.Saúl Ruiz

Enrique Vila-Matas subió el sábado al monte Olimpo de la literatura latinoamericana y dio las gracias por la excursión (y por los 142.000 euros que la acompañan) pero dijo que el panorama desde la cumbre resulta desolador. Las vistas muestran, básicamente, una aldea global de fanáticos e intransigentes apenas adornada con una literatura condenada por la industria del entretenimiento a explotar como si fueran nuevas fórmulas que ya tienen dos siglos.

Lo hizo al recoger el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), un evento que abrió hoy sus gigantes puertas a 2.000 editores de 40 países con Reino Unido como invitado especial. El escritor barcelonés se sumó así al palmarés que abrió en 1991 Nicanor Parra, que en la edición pasada premió a Claudio Magris y que tiene en sus altares a santos de la devoción del autor de Bartleby y compañía como Augusto Monterroso y Sergio Pitol.

Este último, junto a Robert Walser, Marcel Duchamp, W. G. Sebald o Roberto Bolaño, fue uno de los “héroes morales” citados por Vila-Matas en un discurso titulado El futuro pero que, como corresponde, arrancó hablando del pasado. Concretamente, de 1948. Ese año sucedieron dos cosas. El autor premiado nació en Barcelona y cinco músicos de Maryland, The Orioles, grabaron la primera canción de la historia del rock: Demasiado pronto para saberlo.

El escritor, que reconoció su inclinación a complicarse la vida para escribir libros en forma de callejón sin salida, recordó la perplejidad que produjo en su día aquella canción. Al momento, se metió en un jardín laberíntico: el futuro de la novela. “Pensaba que en las novelas por venir la acción se difuminaría en favor del pensamiento”, dijo. “Con una confianza ingenua en la evolución de la exigencia de los lectores del nuevo siglo, creía que aumentaría el nivel de inteligencia general, y pensaba que en el indescifrable futuro la novela de formato decimonónico —que se había cobrado ya sus mejores piezas— iría cediendo su lugar a los ensayos narrativos, o a las narraciones ensayísticas”. Y siguió: “Yo pensaba que en este siglo se cedería el paso a un tipo de novela ya felizmente instalada en la frontera; una novela en la que sin problemas se mezclarían lo autobiográfico con el ensayo, con la ficción pura, con la realidad traída al texto como tal. Pensaba que iríamos hacia una literatura acorde con el espíritu del tiempo, una literatura mixta, donde los límites se confundirían y la realidad podría bailar en la frontera con la ficción, y el ritmo borraría esa frontera”.

Fue entonces cuando el autor de Historia abreviada de la literatura portátil reconoció que lejos de sus deseos, el futuro en el que vivimos no ha producido un poético y duchampiano lector-artista fogueado en la obra de Mallarmé y Joyce sino un prosaico lector-cliente que demanda sus 50 sombras de cada temporada: “Ahora triunfa la corriente de aire, siempre tan limitada, de los novelistas con tendencia obtusa al ‘desfile cinematográfico de las cosas’, por no hablar de la corriente de los libros que nos jactamos groseramente de haber leído de un tirón”.

Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2015.
Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2015.Saúl Ruiz

Ante un salón de formato polideportivo poblado por los editores y agentes más influyentes de las letras en español, Vila-Matas utilizó esta vez la estrategia sutil del elefante en la cacharrería. “A la caída de la capacidad de atención [DEL LECTOR] ha contribuido una industria editorial que está erradicando de la literatura todo aquello que nos quiere hacer creer que es demasiado pesado, o que va demasiado cargado de sentido, o que puede parecer intelectual. Y el panorama, desde el punto de vista literario —si es que ese punto de vista aún existe— es desolador”.

Acto seguido, como rey de las citas, apeló a la ironía de otro de sus mayores, Mario Levrero. “¿Y por qué los escritores son, más que otra gente, presa fácil de las depresiones?”, se preguntaba el narrador uruguayo. Respuesta: “Porque no pueden tolerar la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles”. Ni que decir tiene que nadie en el Auditorio Juan Rulfo se dio por aludido. De ahí que Vila-Matas agradeciera los servicios prestados a esa especie en extinción de “gente obsesiva” y “tipos complicados” que forman la “pavorosa minoría de lectores” para luego entregarse a la única nota melancólica de la jornada: “Hoy, esta mañana en Guadalajara, creo observar que mi biografía va del nacimiento del rock and roll a los atentados de este noviembre en París”.

“Símbolo de la hoy tambaleante universalidad de Barcelona”, había dicho en referencia al soberanismo catalán el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael en su introducción al premiado, el autor de París no se acaba nunca había leído ya dos mil palabras y, fiel a su anuncio de los días pasados de no ir mucho más lejos, se dispuso a cerrar su discurso pasando del riesgo estético al riesgo físico: el que corren no los poetas y los novelistas sino los “emigrantes de la guerra de Siria que, después de haber arriesgado la vida, ponen pie en tierra en una isla del Mediterráneo, y luego lentamente se van alzando, se van elevando, también para sentir que vuelven a ser”. El narrador que ha poblado sus historias de escritores que preferirían “no hacerlo” dio voz en la FIL al coro trágico que anuncia el futuro. Y que dice que el porvenir es negro. Aunque puede, eso sí, que esté lleno de libros. Como Guadalajara, un reducto de lectores inaudito sobre el planeta tierra: 765.000 personas visitaron la feria el año pasado. De ellos, 162.000 eran niños y otros tantos, jóvenes. Por si acaso, y avisando que la literatura va en serio, cuando empezó la verbena, el aguafiestas —igual que el dinosaurio— ya estaba allí.

James Bond en Guadalajara

El secretario de Estado de Cultura de Reino Unido, John Whittingdale, recordó en su discurso de apertura de la FIL como representante del país invitado que la última entrega cinematográfica de James Bond, Spectre, arranca el día de los muertos en la Ciudad de México. Haciendo gala de un humor poco habitual en una inauguración tan solemne -21 personas ocuparon una mesa presidencial en la que el último premio Cervantes, Fernando del Paso, vecino de Guadalajara, ocupaba un lugar central-, el político británico reconoció que algunos edificios quedan destruidos en la primera escena pero tiró de ironía para alabar las enormes posibilidades de la ficción. También la FIL parece una superproducción pero no necesita efectos especiales. Sus 40.000 metros cuadrados y los 400.000 títulos que alberga la convierten hasta el día 6 de diciembre en algo así como la mayor librería del mundo en lengua española. Una librería a la que, además, la gente paga por entrar. Muchas veces, después de comerse el bocadillo en la puerta. No todo va a ser alimento para el espíritu.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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