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CRÍTICA | PAULINA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El fuego del ideal

La película acredita a Santiago Mitre como feroz agente provocador de un cine político

Dolores Fonzí, en un fotograma de 'Paulina'.
Dolores Fonzí, en un fotograma de 'Paulina'.

“Cuando hay pobres de por medio, la policía no busca la verdad: busca culpables”, afirma la protagonista de Paulina en un punto de la trama en el que todo espectador ya va a tener claro que se encuentra frente a la que bien podría disputarse con El club, de Pablo Larraín, o La profesora de parvulario, de Nadav Lapid, la distinción a la película más (inteligentemente) provocadora del año.

PAULINA

Dirección: Santiago Mitre.

Intérpretes: Dolores Fonzí, Óscar Martínez, Esteban Lamothe.

Género: drama. Argentina, 2015.

Duración: 103 minutos.

No se sale incólume de este trabajo que enfrenta al público a preguntas lacerantes sin una única respuesta satisfactoria. Con la ayuda en el guion de Mariano Llinás —autor de la caudalosa y radical Historias extraordinarias—, Mitre propone aquí una relectura de La patota (1960), de Daniel Tinayre, película que, en su día, transgredió un buen número de tabúes temáticos en el contexto del melodrama argentino.

En La patota, el concepto del perdón católico recorría la historia de una profesora violada por un grupo de alumnos. Mitre sustituye en Paulina la idea del perdón por la del compromiso político con la justicia social y, con ese cambio, abre el discurso a un diabólico trenzado de ambigüedades e incertidumbres. La película de Tinayre se cerraba con los agresores reconociendo que la profesora les había impartido una buena lección (moral). Paulina se cierra con una larga toma completamente huérfana de respuestas satisfactorias.

La película se abre con un intenso plano secuencia de ocho minutos cuya fuerza pone en evidencia otros recientes usos exhibicionistas de ese recurso. La secuencia retrata a su protagonista en pleno pulso dialéctico con un padre que encarna la traición de unos ideales, así como una figura de poder ante la que toda autoafirmación es una forma de (inevitable) rebelión. Manejando cambios de punto de vista, elipsis y usos del fuera de campo con una precisión diabólica, Paulina acredita al autor de El estudiante (2011) como feroz agente provocador de un cine político que no quiere ser cine de tesis, sino territorio de debate y confrontación, necesario campo de batalla.

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