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“Eliminaría todos los estados y haría uno solo; que cada uno se apañe”

El cantante Raimon celebra su 75 aniversario con dos conciertos en Barcelona en un momento de reconocimientos en Valencia

Miquel Alberola
El cantante valenciano Raimon en una terraza de una cafetería del Raval, en Barcelona.
El cantante valenciano Raimon en una terraza de una cafetería del Raval, en Barcelona.Gianluca Battista (EL PAÍS)

Raimon (Xàtiva, Valencia, 1940) vive una segunda juventud en los escenarios y un momento afectuoso en Valencia, donde con el cambio político le llegan los reconocimientos que le negó el PP en sus 20 años en el poder. Su pueblo lo ha nombrado hijo adoptivo y la Generalitat valenciana, que le acaba de conceder su Alta Distinción, conmemorará en 2016 el Any Raimon con una serie de conciertos y actos. El 2 de diciembre cumple 75 años, la mayoría de los cuales los ha pasado cantando a contracorriente, y lo celebrará con un doble concierto antológico en el Auditori de Barcelona (con las entradas agotadas), en el que interpretará canciones cuyo eco ha sobrepasado el ámbito lingüístico catalán con un impacto transgeneracional.

El autor de Al vent, con una evolución musical que despedaza la etiqueta reductista de cantante protesta, está en temporada alta. Su agenda se ha llenado de citas. “Mi intención era parar después del Auditori para ordenarme, hacer canciones que tengo proyectadas y volver en 2017, pero lo de Valencia afectará a mis planes”, explica en el estudio de su casa en Barcelona, junto a la Rambla, tras tomar un cortado en una cafetería de la plaza de Vicenç Martorell, donde vivió Antonio Machín, a quien tararea con solvencia.

Pregunta. 75 años no son una broma.

Respuesta. Realmente, no. Piensas que por mucho que puedas hacer, harás menos de lo que has hecho. Son habas contadas. Hay una fecha de caducidad que cada vez se acerca más.

P. Gran parte de ellos cantando. Lo celebra con dos recitales.

R. En público desde los 21 o 22 años. A El Periódico se le ocurrió celebrarlo con dos recitales. Yo quería hacer solo uno, pero las entradas se agotaron en seguida. En un principio estaba pensado con la Orquestra Simfònica, pero había un problema de gastos que hubieran encarecido las entradas. Y yo no quería entradas caras. Lo haremos con el grupo que me acompaña habitualmente y será un recital un poco más largo por razones obvias.

P. Está viviendo un momento muy dulce con Valencia.

R. Sí, ha sido realmente bonito, aunque la hostilidad todavía permanece. Se ha visto en Xàtiva, donde el PP apoyó primero mi nombramiento como hijo predilecto y un mes después votó en contra. Y con Ciudadanos, que se abstuvieron porque he hecho mi carrera fuera de Xàtiva.

P. Como José de Ribera, El Españoleto.

R. Y la mayoría.

P. Ha dicho hostilidad.

R. Sí, porque el PP en Valencia ha sido cainita. Quienes no eran de los suyos eran considerados enemigos. Lo hemos notado todos: los que cantábamos en valenciano, la canción tradicional, el teatro, el cine… Ha sido horroroso.

P. Ha cantado menos en Valencia de lo que lo hacía en la dictadura.

R. Sí, aunque Valencia también fue durante la dictadura uno de los sitios con más prohibiciones. Tuvimos casos que incluso después de haber pasado la censura el gobernador civil lo prohibía porque "las canciones eran tendenciosas". Pero la dictadura era otra cosa porque cantabas en universidades, iglesias… sitios donde el gobernador civil no podía prohibirlo.

P. Su relación con Valencia no ha sido fácil.

R. Nunca. No sé por qué pero ha sido siempre complicada.

P. De hecho, no la nombró en una canción hasta hace muy poco, en He passejat per València sol, a pesar de que en algunas letras se la identificaba.

R. Sí, pero tampoco había puesto Barcelona hasta hace poco. Había nombrado Madrid, aunque tampoco París. Eso va como va.

P. ¿Fue determinante dejar Valencia por Barcelona para su carrera?

R. Si me hubiese quedado en Valencia hoy no me conocerían ni en el carrer Blanc. En Valencia era impensable cantar y en catalán. Allí había una dictadura sin el cojín social que había aquí. Allí prohibían y la gente se resignaba y aquí la gente se manifestaba. La diferencia de reacción era muy fuerte. Aquí la Iglesia era muy subversiva y no era el caso de allí.

P. Usted chirriaba en los Setze Jutges: ni era hijo de la burguesía ni sus canciones tenían influjo francés.

R. Era otro mundo. Ellos tenían otro modo de hacer, más de contar una historia en una canción, más a la francesa, más recitativo y la mayoría de ellos no quería ser cantante. Cuando yo entré era el más joven de los Jutges, después vino Serrat, luego Llach… Pero en ese momento el contraste era muy fuerte. Yo salí con Al vent y en 1963 ya estaba con Diguem no. Era otro modo de hacer las canciones.

P. ¿Es más difícil cantar hoy en catalán en España que durante la dictadura?

R. No sé si más difícil, pero se canta poco en catalán. Y sobre todo, en los medios de difusión. Ente 1979 y 1984 se oían canciones en catalán, en euskera y gallego, pero a partir de aquel momento ya es en rarísimas excepciones. En mi caso personal, he cantado en Madrid, porque Madrid es otro mundo, pero, por ejemplo en Andalucía, donde había cantado a menudo, casi no lo he hecho desde principios de los ochenta. Otra cosa son el País Vasco y Galicia. Pero eso va ligado a los medios de difusión. Ahora mismo están haciendo cosas de los 40 años de Franco y parece que no hemos existido. No quieren que sea así, pero perduran tics de tipo franquista y esta idea de que España tiene que ser uniforme, una, grande y libre. Y unidad de destino, a través de Europa, en lo universal. Eso está así.

P. Sus canciones tendieron puentes y abrieron vías de comprensión entre Cataluña y Madrid. Ahora esos puentes se han resquebrajado.

R. Lo que está sucediendo con el independentismo no tiene que ver con Artur Mas. Tendrían que ponerse a hablar en serio. Lo que habría que buscar es un entendimiento para cambiar la relación actual entre la autonomía catalana y el Estado español. Si lo que se hace es negar el problema y pensar que cuando se acabe el señor Mas se habrá resuelto todo, será un error de análisis. La cosa está latente y si no se busca el acuerdo, el problema será constante o puede crecer. No es un problema de Cataluña o un problema de España, sino un problema de todos. Y es un problema europeo también.

P. ¿Estamos en un punto sin retorno?

R. No he sido nunca una persona independentista porque no veo claro la creación de un Estado sin más. Una cosa es la voluntad y otra la realidad. En la mayoría de la creación de los Estados o ha habido razones internacionales, como en el caso del área de influencia soviética, o ha sido el resultado casi siempre de la violencia o de una relación de fuerzas y poderes. Eso no lo veo fácil. Pero también veo países en los que hay diferentes nacionalidades y se entienden dentro de un mismo Estado con todo lo que supone el hecho de la democracia, que es conflictivo porque hay intereses diferentes. Lo que hay que ver es si se puede construir un estado donde quepa otra gente que no sea la uniformidad que quieren dar, o que están dando porque están recentralizándolo todo.

P. ¿La independencia tendría más ventajas que inconvenientes?

R. El tamaño no es decisivo. Hay países que son pequeños y funcionan bien, y otros que son grandes y no. Yo me lo he planteado y no lo veo fácil. Nunca me ha seducido la idea del estado. Si pudiera eliminaría todos los que hay y haría uno solo, y cada uno se apañe por su cuenta.

P. ¿Se arrepiente de haber dicho que no era independentista?

R. No. Entonces me habría arrepentido de ser yo. No soy una persona que se haya criado a favor. He tratado de decir siempre lo que pienso y siempre hay alguien que cree que debería de decir otra cosa. En las canciones me ha pasado lo mismo. Cuando me puse a grabar canciones de amor hubo gente que pensaba que solo tenía que hacer Diguem no y D'un temps d'un país. La gente se quedó un poco así. Poco a poco lo entendieron. Como cuando puse música a Veles e vents de Ausiàs March, que además, como decía el censor de Lleida, no se le entendía y podía haber gato encerrado.

P. Hacer apetecibles los textos medievales para un público contemporáneo no sería una tarea musicalmente fácil.

R. Era un modo de buscarme de dónde venía y, sobre todo, con la idea de romper la idea del valenciano como fallero y de paelleta. Ausiàs March rompe todos esos tópicos de que los valencianos somos todos así.

P. March era considerado por los libros de texto un poeta mediocre hasta que usted empezó a cantar sus versos.

R. Sería algún manual de aquellos… Lo normal es que no saliera en los libros de texto. Lo descubrí en 1959 en la universidad y estuve diez hurgando para ver por dónde le podía entrar, hasta que hice Veles e vents. Hasta ahora he puesto música 17 poemas suyos.

P. ¿Qué le deslumbró más? ¿La tensión interna de March o su lírica?

R. March es muy conceptual, excepto en muy pocos poemas. Esa especie de desasosiego que tiene y plantear el amor como una batalla o lucha que a veces, en muchos de los versos, se adapta a tu comportamiento personal y de grupo en muchas situaciones. Son poemas de amor que te dan una amplitud muy fuerte.

P. ¿Y de Salvador Espriu?

R. A Espriu entré por la lírica. Por las Cançons de la roda del temps.

P. Esperanza Aguirre invocó su Diguem no para atacar al independentismo.

R. La poesía tiene un punto de ambigüedad, pero no hasta ese punto. Eso es una trampa del lenguaje. La canción dice no a la injusticia, al hambre, al miedo, a las prisiones…

P. ¿Se ha sentido instrumentalizado a menudo?

R. Durante la dictadura, desde la izquierda (y sabiéndolo) ya me instrumentalizaban. Yo pensaba que era útil para la lucha contra la dictadura. Después, cuando las cosas estaban más o menos en su sitio, ya no me dejo instrumentalizar si no estoy de acuerdo.

P. Una de las cosas que más le han pedido es que cantara en otra lengua.

R. En 1963, después de ganar el Festival del Mediterráneo hubo ofertas para que cantara también en castellano. Después, en la discográfica Edigsa, y a través de Alberto Oliveras, el marido de Petula Clark, Claude Wolff, trató que hiciera unos discos en francés al estilo de Gilbert Bécaud. En 1966, cuando llegué a París para cantar en el Olympia, la CBS, con la que grabé tres discos, me ofreció hacer pruebas en inglés. Y luego, cuando fui a los Estados Unidos, el manager de un cantante importante me dijo que si me quedaba allí dos años y cantaba en inglés haría de mí una 'celebrity'.

P. Ha cantado por medio mundo en catalán. ¿Cómo ha sido posible abrirse una brecha con una lengua minoritaria?

R. Mi circuito no es el del nigth club, ni el de los estadios, sino más bien de gente con un cierto nivel cultural. En Francia, donde hay un tipo de canción más cerca de las palabras, hay una sensibilidad y un público. O en los Estados Unidos, donde las verbal songs tenían un circuito cultural y universitario…

P. Incluso en Sudamérica, donde grabó algunos discos.

R. Canté allí en los años sesenta y setenta. En Argentina, Uruguay y México. Luego, por unas cosas y otras, dejé de ir.

P. ¿Ha tenido que pagar muchos peajes para no dejar de ser quien es?

R. Digámosle peajes o lo que comporta cuando vas un poco contracorriente sin buscarlo. Si no seguías el rebaño, mal.

P. ¿Le han querido poner en el museo de la resistencia?

R. Eso sí. A partir de principios de los ochenta se instala en la derecha la idea de que los chicos del mundo artístico que habían sido útiles contra la dictadura, una vez terminada la dictadura, ya no tenían sentido. Fuese cine, canción, pintura, literatura… Era un pensamiento de la derecha que se instaló en la izquierda.

P. No lo consiguieron.

R. Por ahora, no.

P. ¿La proyección política de sus canciones ha reducido sus oportunidades como cantante?

R. A mí no me ha limitado, pero a un determinado público no le ha permitido conocer lo que he hecho. Pero si no hubiese habido un público que ha ido renovándose no hubiese podido hacer lo que he hecho.

P. Prefiere que le llamen cantante que cantautor.

R. Sí, porque cuando dicen cantautor piensan en una estética. Mi estética no es de cantautor. Si un cantautor es una persona que hace la música y la letra, yo dejaría de serlo cuando canto poemas de Ausiàs March. Si a eso le añades que hay una estética de predicador o de estar en contra de todo lo existente, pues no me siento identificado. Lo poco que he hecho conforma un abanico bastante más amplio que esa estrechez. La estética no es solo una guitarra y un contrabajo. Yo eso lo hacía cuando no podía llevar más instrumentos ya que nunca sabías si te prohibirían la actuación. Pero he hecho muchas más cosas con orquestas sinfónicas y coros.

P. De la austeridad de Al vent a canciones como Parlant-me de tu o Sol·liloqui solipsista hay una galaxia.

P. En Al vent solo utilizo tres acordes. Sabía dos más, pero tampoco era una cuestión de ponerlos. De 1961 a 1979 yo cantaba solo con la guitarra. En el 1979 incorporo un contrabajo y a partir del 80-81 empiezo a ver eso de la electrónica y el Roland, que me parecen interesantes porque ofrecen muchas posibilidades con poco material, pero a diferencia del instrumento noble, que está ligado a quien lo toca, el sonido te viene preconfigurado. Luego eso ha evolucionado mucho, pero yo decidí volver a los instrumentos nobles.

P. La censura fue implacable con usted, pero ¿se ha autocensurado más que le han censurado?

R. No, yo intento ser preciso y claro. Eso sí que me ha impedido hacer algún tipo de canción. He huido del exceso de palabras y eso sí que me ha condicionado. La censura se pasaba previamente y la pauta era arbitraria. La hacía la Delegación de Información y Turismo de cada provincia y lo que podías cantar en una provincia, no podías en la otra. España, como dijo alguien, era una dictadura temperada por la mala organización.

P. ¿Ha hecho canciones que nunca cantará?

R. He hecho canciones que he roto.

P. ¿Para cuándo nuevo disco?

R. Nunca se sabe. Tengo tres canciones nuevas, que ya he cantado en público, y algunas más en proyección. Estoy intentándolo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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