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Deseo y destrucción

La tensión desquiciada entre una madre y una hija recorre La débil mental, de la argentina Ariana Harwicz. Un libro lleno de intensidad y poesía, violencia y locura

La escritora argentina Ariana Harwicz.
La escritora argentina Ariana Harwicz.

Cien páginas. Alguna menos, si descontamos las iniciales de créditos. Ni una más le cabría a esta breve pero intensísima novela, a la que hay que agradecer los generosos espacios en blanco entre escenas, como descansillos en una escalera. Escenas cuya extensión es también límite, se acaban en el momento justo, no aguantarían una sola palabra más.

De la primera a la última página, Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) no afloja el alambre en ningún momento. Hagan la prueba: abran por cualquier página, busquen una sola frase no ya anodina, siquiera tranquila. Ni una. Todo es intensidad, un continuo de imágenes poderosas, desgarros verbales, diálogos desquiciados. Y poesía, mucha poesía. Una apuesta arriesgada, hay que reconocerlo, en tiempos donde triunfa la literatura amable con prosa de dictado. De hecho, temo que cualquier cosa que yo pueda contarles sobre La débil mental puede ser disuasorio para algún lector. “Ah, intensidad, poesía, desgarro… Mejor otro día, gracias”. Estoy tentado por saltarme el código deontológico del reseñista y engañarles un poco, para que nadie se pierda esta novela.

La débil mental es un cuento, una historia de casita en el bosque, brujas, lobos, príncipes y niñas en peligro, a la manera de los clásicos infantiles. Es decir, miedo, violencia y sexo, mucho sexo. Tenemos una madre y una hija, dos seres marginales, inadaptados, que viven encerradas en un torbellino de deseo y destrucción mutua. Es decir, amor. Porque estamos ante una historia de amor, de amores: el de la madre por la hija y de ésta por aquella, siempre dudando entre darse un abrazo o una cuchillada; y el amor de ambas por los hombres que entran y salen de sus vidas. Amores caníbales, desaforados, que no pueden acabar bien.

Entre el ruido ambiente nos llega un monólogo interior que en realidad es diálogo o griterío, difícil saber quién habla, si la madre o la hija, subrayando su condición siamesa: dos mujeres que parecen una sola, la hija poseída por la madre, la madre que no terminó de sacarse de dentro a la hija. Unidas por un cordón umbilical de acero donde la sangre circula en un sentido, pero podría ser reversible: “Yo te parí, pero vos me podrías haber parido igual”.

Dos mujeres que en su desquiciamiento (sería demasiado fácil decir que son locas, más bien heridas, incurablemente heridas) nos asoman al lado oscuro de la pasión amorosa y también de la maternidad (“te malcrié, te anticrié”), un cóctel de amor, odio, compasión, desprecio y pulsiones que están en nosotros, pero que solemos mantener bajo control, y que aquí son norma de vida. Madre e hija viven en una montaña rusa que por abajo toca el infierno y por arriba la tormenta, mediante rápidas estampas y desgarros de memoria, todo narrado en un tono febril, borroso, como una borrachera.

La elección de Harwicz es radical. La violencia no está tanto en lo contado (que también), sino en la escritura, que nos sacude en cada frase. Con un pie en formas de modernidad literaria que son de hace un siglo, pero que siguen descolocando a los lectores (y la referencia a la última Virginia Woolf es pertinente), logra una escritura asfixiante, saturada de imágenes de gran belleza pese a su carácter perturbador, y llena de olores, fisiología, suciedad, asco. Hay ecos de los poemas más desgarrados de Sylvia Plath (Lesbos, “Viciousness in the kitchen…”) y de la crudeza de Jelinek (madre e hija en La pianista). Siempre evitando el quiebro sentimental por la vía de lo intencionadamente inverosímil y sobre todo del humor negrísimo.

“Que explote todo, destruirlo todo, dice mamá y todavía quiere más”, remata la última frase de la novela, poniendo palabras al estado de ánimo del lector al llegar al punto final: pese a la paliza, todavía queremos más.

Si la mejor literatura en castellano se está haciendo hoy en América, uno de sus centros está en Argentina, donde autoras como Ariana Harwicz, Selva Almada o Samanta Schweblin (todas nacidas en los setenta, todas escribiendo sobre hijos y relaciones difíciles) apuestan por una escritura radicalmente literaria, con resultados mucho más que prometedores.

La débil mental. Ariana Harwicz. Mardulce. Buenos Aires, 2015. 101 páginas. 13,99 euros.

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