_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Iñaki López

Es interesante constatar que en medio del griterío de las tertulias de los sábados en televisión siempre haya una figura, la de Iñaki López, que no sale dañada

Juan Cruz

Es interesante constatar que en medio del griterío de las tertulias de los sábados en televisión siempre haya una figura, la de Iñaki López, que es quien conduce las de La Sexta, que no sale dañada. Él es mediador entre los que gritan más, para que bajen el tono, y luego conduce, con una suavidad incisiva que no se parece al tono agresivo de alguno de sus mozos de estoque, entrevistas que generalmente resultan canónicas e interesantes.

Esa diferencia que existe entre los contertulios que se gritan argumentos de uno al otro lado del hemiciclo en que consiste el escenario parece diseñada, pero uno debe imaginar que es propia de la naturaleza del presentador, no del imaginario del programa. Iñaki López exhibe, en sus intervenciones como periodista, es decir, cuando entrevista, respeto por los argumentos de sus entrevistados, y sus repreguntas excluyen esa agresividad (disimulada a veces, como en el caso de Marhuenda, de autocompasión) que parece haber prendido en el corazón de alguno de sus contertulios más conspicuos y del periodismo de entrevistas en general.

López muestra un interés genuino por su invitado, de modo que en lugar de arrojarle denuestos le plantea cuestiones que generalmente son también del interés del que está en casa. Ese rato de sosiego en que consisten sus conversaciones a veces es sobresaltado por Inda, por ejemplo, que insiste en hacer que el pobre Iñaki parezca un invitado raro a su propio programa. El último sábado López se llevó a Pablo Iglesias e invitó, por plasma, a Juan Carlos Monedero. Ahí volvió a aparecer Iñaki López como un invitado, pues ambos amigos políticos escenificaron una escena de sofá por plasma interpuesto que a ellos mismos alguna vez les debió producir vergüenza ajena, sobre todo cuando se saludaron como si hubiera siglos que no se veían. “¡¡Pablito!!” “¡¡¡¡Juanqui!!!!”

Hasta de eso salió indemne Iñaki López, que algún día tendría que despojarse del todo de los que gritan (o de los que hacen alarde de su autocompasión agresiva) para que su programa sobreviva a los que ahora creen que son sus señas de identidad y únicamente son los que más irritan al respetable.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_