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Alejandro Luna, el señor de la luz

El escenógrafo mexicano, premiado por el Festival Cervantino por medio siglo de carrera

Pablo de Llano Neira
El escenógrafo Alejandro Luna.
El escenógrafo Alejandro Luna.Ginnette Riquelme

Barba blanca, ojos chinos, Alejandro Luna entra en el Teatro Santa Catarina, donde prepara la escenografía de una obra, y le da indicaciones a dos carpinteros con atributos de pareja corsaria: uno con el cráneo cubierto por una pañoleta oscura; el otro con un aro en la oreja derecha. “En negro por aquí y por allá y por arriba blanco, para que la luz rebote así”, explica el maestro, que carga con una mochila de cuero de la que sobresale un contundente cartabón.

“Su secreto es prender la luz. Pero la del cielo”, se ha dicho de él.

La de hoy –la luz de hoy– es nublada en Coyoacán, el barrio colonial de la Ciudad de México en el que nació en 1939 y donde sigue viviendo Luna, galardonado hace una semana con la Presea del Festival Internacional Cervantino, lo que trajo a las páginas de los diarios la consabida relación numérica de una carrera prolija: El maestro Luna ha realizado la escenografía e iluminación para más de 250 obras de teatro, 25 de ópera y 10 coreografías repican las notas; y sin embargo, Alejandro Luna, ojos chinos, barba blanca, con la escueta perspectiva que da la veteranía, reduce la numeralia a un buen sabor de boca: “A veces siento que toda mi vida he hecho una sola obra, que todo es la misma obra, y de cualquiera de ellas me acuerdo con un sentimiento agradable”. Luego habla con otro carpintero y, antes de nada, le dice: “Beto, regálame un cigarro”.

En 1957 entró en Arquitectura. Inconforme con la ratio de género (“Mil alumnos, 992 hombres”) empezó a frecuentar Filosofía y Letras, donde la proporción era inversa, y acabó haciendo a la vez la carrera de Literatura y Arte Dramático. Ahí entendió que ser actor podría ser mucho más excitante que ser Le Corbusier, pero sus compañeros de teatro consideraron que les sobraban artistas y les faltaban cartabones: “Entonces me empezaron a llamar para las obras con la condición de que hiciera la escenografía. Y ahora me llaman para hacer la escenografía con la condición de que no actúe. Esa es la tragedia de mi vida”, dice el padre de Diego Luna.

Le convenció la vía del teatro, aunque no fuera a ser el chico de la película. En arquitectura eran tiempos de un racionalismo rigorista. “Había como un culto a la honestidad, y la escenografía era sinónimo de falsedad, de imitación. Era pecado”. Sin embargo le influyeron dos arquitectos: Juan O’Gorman, porque empezó siendo un racionalista extremo y luego se convirtió en un Anticristo de la racionalidad arquitectónica, y Luis Barragán, que un buen día le preguntó:

–¿Por qué te dedicas a la escenografía?

En el salón de casa de Barragán, Luna, joven, abrumado por estar con El Arquitecto, respondió: “Porque a mí lo que me importa es el espacio, y la arquitectura doméstica está llena de cosas que no me interesan. Uno diseña un espacio y luego los clientes ponen unas pinturas horribles o se visten fatal para vivir en esa casa”. Barragán se levantó y volvió con los planos de la Casa Egerstrom, una de sus grandes obras, para mostrarle unos detalles: “Tenía puesta la hora en que debía comer la familia, cómo se debían sentar, qué clase de ropa debían elegir, a qué hora debían cruzar los caballos por el muro de enfrente”. Una declaración de solidaridad escenográfica.

Luna ha combinado el diseño de escena con la asesoría en la construcción de teatros. Con los hechos en México es muy crítico. “Aquí se pensó que un teatro podía valer para todo: para la comedia, para la ópera, para la palabra, como si no hubiese diferencias de reverberación en cada caso. Lo que hicieron es teatros promediados para que sirvieran para todo y en realidad no sirven para nada: son mediocres en todo. Y yo he asesorado en mi país teatros igualmente mediocres”, reconoce, aunque explica que las tecnologías están ayudando a corregir ese defecto nacional: “Ahora estamos haciendo teatros de acústica variable. Esto no se podría hacer antes de las computadoras, porque es muy complicado calcular ondas sonoras. Pero con la computadora puedes calcular hasta 10.000 rebotes acústicos”, dice encantado mientras porfía con su smartphone.

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