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Lolita, luz de mi vida… y de la pantalla

Las dos versiones en cine de la novela de Nabokov reflejan de manera muy desigual el espíritu del libro

Vídeo: El País Vídeo
Gregorio Belinchón

Cuando Humbert Humbert mira a Lolita, no ve a Lo, “un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos”. No ve a una niña de 12 años, a su propia hijastra, sino a “Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta”. A un animal repleto de belleza: “Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea, demoníaca); propongo llamarlas nínfulas a estas criaturas escogidas”. Y que según quién la viera, mutaba: “Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”.

A ver cómo se puede reflejar eso en la gran pantalla. Una novela que habla en primera persona de la pasión desaforada de un profesor de mediana edad por una cría. Todo un reto para el cine y para Stanley Kubrick, que dirigió la primera adaptación en 1962, seis años después de la publicación del libro de Vladimir Nabokov. El mismo escritor versionó su obra y escribió el guion. Nadie le contó que Kubrick redactó de nuevo el libreto, y Nabokov lo descubrió en un pase privado al que asistió, invitado por el realizador, días antes del estreno. Aun así, acabó contento con el resultado. Por problemas de calendario con sus compromisos de Broadway, James Mason rechazó la oferta de protagonizar el filme… y tras pasar el guion por las mano de media docena de posibles sustitutos volvió a Mason, que acabó aceptándolo. Tras ver a 800 chicas, Kubrick eligió a Sue Lyon, de 16 años, por, entre otras razones, el tamaño de sus pechos: los censores avisaron a Kubrick y al productor, James B. Harris, de que la protagonista no podía parecer una prepúber.

El resultado es una gran película, pero ¿contiene el espíritu de Lolita? ¿Era realmente el personaje de Sue Lyon una nínfula? Probablemente para la época no se podía tensar la cuerda, y es complejo hablar de la pederastia con la riqueza artística y la complejidad con que escribió la novela Nabokov. De ahí que durante décadas en Hollywood siempre hubiera alguien planteándose una nueva adaptación. La calidad de la ‘Lolita’ de Kubrick y la dificultad de ese amor que creó hasta un término muy usado en todo el planeta –las lolitas- trastabillaron los empeños. Hasta que alguien sin miedo –y bastante arrogancia- como Adrian Lyne se lanzó a por ello.

Treinta y cinco años más tarde, Lyne intentó recuperar el espíritu de la nínfula. Pero chocó con la misma barrera: la censura, el miedo a que la película no se vendiera a todo el mundo, y su Lolita cumplió de nuevo 14 años. La actriz elegida, Dominique Swain, que salió de las pruebas a 2.500 chicas, tenía 15 años en el rodaje, así que se usaron dobles de cuerpo en las secuencias más atrevidas –momentos que Kubrick nunca se planteó rodar-. Con todo, en Estados Unidos el filme llegó a muy pocos cines y en otros países, como Australia, tardó años en proyectarse. Puede que el guion de Stephen Schiff suene más a Nabokov que el de Kubrick, pero una cosa es sonar y otra transmitir sus sentimientos, sus emociones. En pantalla, Jeremy Irons no llega a la sutilidad de Mason, y este amor prohibido siguió siendo para la pantalla, prohibido.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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