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La comedia del mundo

Iglesias, calles, conventos, la Plaza Mayor... Todo recuerda en Almagro tiempos pasados y tiene algo de coreografía

Julio Llamazares
Representación de Cervantes para el teatro de marionetas 'Viaje al Parnaso', diseñado por Sanz y Coso. Museo Nacional del Teatro, Almagro.
Representación de Cervantes para el teatro de marionetas 'Viaje al Parnaso', diseñado por Sanz y Coso. Museo Nacional del Teatro, Almagro.Navia

Aunque Cervantes no hace mención de ella, cuando don Quijote volvió de Sierra Morena después de hacer penitencia y de esperar el regreso de Sancho Panza de El Toboso, a donde le envió con una carta para Dulcinea, dando por terminada su segunda salida de su aldea, por fuerza hubo de pasar por Almagro, ciudad que entonces era la capital del Campo de Calatrava y en la que tenía su residencia el gobernador. En ella confluían los principales caminos que había en la época, entre ellos el que llevaba hacia Argamasilla, que ya hemos dado por hecho era la patria chica de don Quijote.

Si pasó por aquí, no obstante, no vio la que hoy es su principal atracción turística, pues aún faltaban algunos años, pocos, para que se construyera. Hablo del popular Corral de Comedias, el más antiguo de España y que todavía está en funcionamiento, con ciclos teatrales todo el año, pero principalmente en el verano, ni el museo del teatro que a su sombra se creó y en el que se encuentran algunas caricaturas de don Quijote. Tras recorrer en la noche como él el camino desde Sierra Morena y dormir a pierna suelta hasta bien avanzado el día (el viaje de ayer fue largo), Almagro se me antoja un decorado todo él y no sólo su Plaza Mayor, que lo es. Iglesias, calles, conventos, todo recuerda en Almagro tiempos pasados y tiene algo de coreografía. La comedia del mundo se representa aquí cada día sin necesidad de acudir al Corral de Comedias ni al Teatro Principal, que también es muy antiguo (de mediados del siglo XIX, aunque fue remodelado hace muy poco).

El convento de la Asunción, por ejemplo, desamortizado por Mendizábal como tantos otros, pero que, tras diversos usos, recuperó el primitivo, es ya un inmenso decorado en el que viven sólo dos frailes (“y uno ya viejo”, me dice la mujer que lo vigila) e igual sucede con el de San Agustín, del que ya sólo queda en pie la iglesia (monumental, eso sí, y pintada al fresco toda ella, lo que la convierte en un auténtico museo de pintura), que, desacralizada ya, se usa para conciertos. Otras, aunque todavía en activo, están cerradas habitualmente, pues en total hay media docena y los curas al frente de ellas son sólo dos. ¿Qué representación mayor que todas estas iglesias abandonadas o que se abren sólo para la misa, a la que seguramente acuden pocas personas?

Cervantes y el teatro

Mientras que con las novelas Cervantes alcanzó un lugar de máximo privilegio en la literatura universal, en el teatro no tuvo la misma suerte, pese a que persiguió ser reconocido también como dramaturgo.

Coetáneo de Lope de Vega, con el que compartió incluso calle en el Barrio de las Letras madrileño, compitió en desventaja siempre con él, que supo modernizar el viejo arte de la comedia y hacerlo más entretenido, mientras que Cervantes tenía una visión más tradicional y menos aceptada por el público al que dirigía sus obras.

Aparte de ello, Lope de Vega era también un triunfador social —con las mujeres tenía gran éxito, pese a ser clérigo—, lo que contribuyó a que el pobre Cervantes desarrollara hacia él una gran inquina. No todo iban a ser virtudes en el autor de la obra más importante de la literatura española.

A los palacios les pasa lo mismo. El de los Függer, por ejemplo, que era el principal de todos, ha pasado de ser la residencia de los banqueros de Carlos V, con el que vinieron desde Alemania cuando éste tomó posesión de la Corona española y que, como pago a sus continuos préstamos, les cedió en exclusiva los beneficios de las minas de mercurio de Almadén, a acoger diversas actividades, algunas tan pintorescas como las clases de baile moderno. Menos mal que en la planta baja del palacio, en lo que fuera una de sus habitaciones, se enseña a los turistas una recreación del despacho de sus antiguos dueños, aquellos Függer o Fúcar —en la versión españolizada de su apellido— que llegaron a atesorar tanto dinero que don Quijote los cita como paradigmas de la riqueza en la respuesta que da a una amiga de Dulcinea que, en su ensoñación onírica en la cueva de Montesinos, le pide seis reales para una necesidad de ésta. “Decid, amiga mía, a vuesa señora que a mí me pesa en el alma sus trabajos, y que quisiera ser un Fúcar para remediarlos”, le dice don Quijote, atribulado, dándole los cuatro reales que lleva encima y que le había entregado Sancho Panza para “dar limosna a los pobres que topase por los caminos”. También en el jardín, que está prácticamente abandonado, se pueden ver dos tinajas en las que se guardaba el mercurio, metido en bolsas de cuero.

Pero donde la representación de Almagro alcanza sus máximas cotas de expresión, incluso por encima del Teatro Principal y del Museo del Teatro, es en la Plaza Mayor, que es un auténtico proscenio teatral, con sus edificaciones llenas de miradores y su disposición en forma de galería. Ni siquiera el Corral de Comedias, cuyo escenario y patio se esconden en un lateral de ella y que es en sí mismo otra representación del mundo (a un lado los actores y al otro los espectadores, de una banda los ricos y de otra las clases bajas, en primera fila las autoridades y atrás los desheredados de la fortuna), muestra con tanta fidelidad la comedia humana, ésa que se pone en marcha en la Plaza Mayor de Almagro cada mañana, cuando sus habitantes y los turistas se mezclan entre ellos representando cada uno su papel.

No es de extrañar que don Quijote y Sancho prefirieran los despoblados que las ciudades en sus deambular errante.

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