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EN PORTADA

La verdad, esa gran versión

La alianza entre realidad y literatura es un matrimonio tan frágil como fantasioso. Tres grandes de las letras, J. M. Coetzee, Janet Malcolm y David Shields, reflexionan sobre ello

Berna González Harbour
Ilustración de Fernando Vicente.
Ilustración de Fernando Vicente.

¿Verdad o versión? La alianza entre realidad y literatura, entre lo vivido y lo contado, es un matrimonio tan inquebrantable como tambaleante. Y fantasioso. ¿O acaso alguien puede poner la mano en el fuego por la autenticidad de un recuerdo, de una historia, o por la originalidad de una frase, una trama, una obra? Las sensaciones pueden ser dignas de creer, y ni con esas, pero los episodios de la vida propia y ajena trasladados al ISBN pueden ser espejos cóncavos de los que no hay que fiarse. Las razones últimas de la creación están, o pueden estar, en la deformación.

Tres escritores en mayúscula y una lúcida psicóloga reflexionan desde distintos puntos de vista sobre la verdad y la literatura en sendos libros imprescindibles para frikis de un género minoritario, sí, pero irresistible: la escritura sobre la escritura. Sobre el arte, sobre los motores de la creación. Son: Cuarenta y un intentos fallidos, de Janet Malcolm (Debate); El buen relato, que recoge un intenso debate entre el Nobel de Literatura J. M. Coetzee y la psicóloga Arabella Kurtz (Literatura Random House), y Hambre de realidad, de David Shields (Círculo de Tiza). A través de estilos y géneros dispares, pero todos situados en el terreno de la no ficción (reportajes, correspondencia y una colección de tesis y aforismos), los cuatro autores miran hacia el interior de sí mismos o de sus personajes en busca de algo tan difícil de agarrar como el modo y la razón por los que, en medio de la confusión, escribimos, pintamos, creemos en el arte.

“No existe lo real como algo acordado; solo hay versiones de la realidad”, responde David Shields (Los Ángeles, 1956). “Me interesan la escritura y la lectura como una metáfora de la condición humana”.

Su libro Hambre de realidad es una bazuca de ideas brillantes y amontonadas, a veces contradictorias, frases que provocan y despistan, pero que actúan como un concurso de moldes que compiten entre sí para darnos un encaje. Por ejemplo: “El arte no es la verdad, el arte es la mentira que nos permite reconocer la verdad”.

El buen relato de Coetzee

El premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) explica así a Babelia su trabajo en el libro que firma con Kurtz:

- El buen relato no es un libro de filosofía, sino un libro sobre la psicoterapia y el lugar de la ficción -cuentos, relatos- en la terapia. Las cuestiones que aborda no son abstractas sino prácticas. Cuando visitamos a nuestro terapeuta y le contamos lo que ha sucedido en nuestras vidas durante la última semana, ¿tratamos de convertir esa historia en un artificio bien construido, para lo que pasamos a toda velocidad por los días en los que no ha sucedido nada y damos más dramatismo a los otros en los que sí ocurrieron muchas cosas? ¿O, por el contrario, debemos ser neutrales, objetivos, esforzarnos por contar una verdad que cumpla los criterios de los tribunales: toda la verdad y nada más que la verdad?

¿Qué relación tenemos con la historia de nuestra vida? ¿Somos el autor consciente, o debemos considerarnos meramente una voz que emite un torrente de palabras procedente de nuestro interior? Sobre todo, dado el volumen de recuerdos que almacenamos, ¿qué deberíamos dejar fuera cuando contamos esa historia, sin olvidar la advertencia de Freud de que lo que decidimos omitir puede ser la clave de nuestra verdad fundamental?

Desde el punto de vista del terapeuta, ¿debemos exigir al paciente que afronte la verdad sobre sí mismo o, por el contrario, nuestra profesión nos da libertad para colaborar o conspirar con el paciente a la hora de crear un relato de su vida --una ficción, sin duda, pero una ficción fortalecedora-- que le haga sentirse a gusto consigo mismo, lo bastante bien como para salir al mundo y ser capaz de amar y trabajar?

En nuestra cultura liberal y postreligiosa, tendemos a pensar en la imaginación narrativa como una fuerza benigna que está en nuestro interior. Pero existe una opinión opuesta, que la imaginación es una facultad que utilizamos para elaborar, para nosotros y nuestro círculo, el relato que más nos conviene, un relato que justifique cómo nos hemos comportado en el pasado y cómo nos comportamos en el presente, una historia en la que nosotros solemos tener razón y los demás suelen no tenerla.

Otro: “Consciente o inconscientemente, manipulamos nuestros recuerdos para incluir u omitir ciertos aspectos. ¿Son nuestros recuerdos ficciones?”.

De recuerdo y ficción escriben a fondo Coet­zee (Ciudad del Cabo, 1940) y Arabella Kurtz (catedrática en Leicester) en El buen relato, un libro que navega del planeta “Psicoanálisis” al planeta “Literatura” como el Halcón Milenario en manos de Han Solo: con fluidez en zonas procelosas; con honestidad en la misión, y con honda complejidad sin que nos demos cuenta. También despista: si uno busca literatura, encontrará psicoanálisis, y si busca psicoanálisis, hallará literatura. Pero la conclusión final será que en ambos planetas hay vida, agua, oxígeno. O en términos literarios: más versión y deformación que verdad. Lo explica Coetzee en su respuesta a Babelia:

Imaginación a conveniencia

“En nuestra cultura liberal y posreligiosa tendemos a pensar en la imaginación narrativa como una fuerza benigna que está en nuestro interior. Pero existe una opinión opuesta, y es que la imaginación es una facultad que utilizamos para elaborar, para nosotros y nuestro círculo, el relato que más nos conviene, un relato que justifique cómo nos hemos comportado en el pasado y cómo nos comportamos en el presente, una historia en la que nosotros solemos tener razón y los demás no”, afirma el Nobel sudafricano por correo electrónico. “Éstos son algunos de los aspectos que Arabella Kurtz y yo tratamos de examinar en el libro”.

La verdad es algo serio que puede costar la cárcel o bocados enteros de honor, como recordará Bill Clinton, que superó una larga investigación por perjurio sobre su relación con una becaria en la Casa Blanca que podía haberle salido aún más caro. No respondía entonces de su actuación sexual, sino de su versión presuntamente falsa bajo juramento.

Coetzee y Kurtz se sumergen en el fondo de la conciencia en busca de la verdad, la Verdad, y lo que encuentran no es precisamente materia penal. La verdad propia, interna, no ficha al entrar, no pesa, no mide, no tiene más registros que el recuerdo voluble que alberga la mente, normalmente amiga de nuestro bienestar. No hablamos de bodas, bautizos y comuniones, claro; de contratos, compras, ventas, sentencias, despidos ni de hechos probados, sino de la vida en su sentido amplio, de ese territorio subjetivo de la interpretación donde todo parecido con la realidad suele ser pura coincidencia.

Y esa verdad, la que el paciente cuenta al psicoanalista o el escritor al lector, sacada de su propia memoria y de la elaboración subjetiva de sus recuerdos, está más cerca de la deseada que de la real. Es la verdad subjetiva. Tal vez la mejor para sobrevivir. Pero con riesgo de grave factura si la maleamos hasta la fantasía.

Además está la verdad intersubjetiva, la que se forja en la relación entre paciente y terapeuta o entre el autor y el lector: el resultado de la interacción.

Kurtz y Coetzee ponen un ejemplo perfecto: Sancho y quienes rodean y aprecian al Quijote saben que ni es caballero, ni es andante, ni lucha contra gigantes, ni salva princesas. Pero ¿quién de ellos quiere vivir en un mundo en el que eso no ocurra, en el que por el contrario el hidalgo Alonso Quijano vague por su ruinosa hacienda esperando la muerte? Al final del libro, afirma Coetzee, Sancho y otros se dicen que “preferimos la versión ideal, transformada y mejorada de ti; puede que te la hayas inventado, que no sea real, pero estamos dispuestos a pasar por alto ese detalle”. En ese momento Sancho ya cree su verdad, ya es común. Y es mejor quedarse en ese mundo imaginario que en el verdadero.

Esa fuerza literaria es también la que acompaña a paciente y terapeuta, que busca la verdad de sus males, pero solo la suficiente como para que se recupere. La versión. “Al psicoterapeuta le interesa la verdad subjetiva o emocional, y creo que esa verdad existe y que sabemos cuándo entramos en contacto con ella”, afirma Kurtz. “Cuando se materializa un aspecto de la verdad emocional, tenemos ese sentimiento de conexión y repercusión profunda, de que algo nos ha llegado muy dentro. Pero es una cosa imprecisa, difícil de describir y definir, y fundamentalmente provisional y cambiante”.

Arabella Kurtz

¿Qué puntos en común entre la literatura y la psicología ha descubierto usted trabajando con Coetzee?

Lo que JM Coetzee y yo hemos descuberto en común es la preocupación por la subjetividad humana y la representación de esa subjetividad en el lenguaje. Tanto los novelistas como los psicoterapeutas trabajamos en el límite de la experiencia humana, intentando encontrar nuevas formas de expresar y examinar el hecho de estar en el mundo. Es un tema sobre el que estoy deseando que se empiece a reflexionar dentro de la disciplina de la psicología, que puede ser muy estrecha cuando se considera solo una ciencia y se olvida del arte que interviene en los servicios y las interacciones de los seres humanos. Ese fue el punto de partida del libro. Pero me parece que, al escribirlo, descubrimos que tenemos formas distintas de ver el mundo, y ese hallazgo fue muy valioso y me ayudó a comprender mejor las ideas en las que se basa mi enfoque de la práctica clínica.

¿Qué ha aprendido sobre la escritura?

Creo que existe una distinción entre ficción y no ficción, pero creo que es confusa. El motivo es que la ficción emplea formas simbólicas para explorar la realidad social, histórica o personal, y la no ficción emplea metáforas y otras formas simbólicas de representación para explorar y descubrir el mundo.

¿Cree que hay una distinción entre ficción y no ficción?

Esta colaboración prolongada con un escritor tan fantástico me ha enseñado mucho sobre la escritura. En el plano individual, me ha dado más seguridad sobre el hecho de tener algo que decir y los medios para decirlo, y en sentido más general, ha reafirmado mi convicción sobre el interés y la importancia del proyecto psicoanalítico.

¿Existe la verdad?

¿Existe la verdad? Si pudiera dar una respuesta rápida sería un genio, o ganaría mucho dinero, o ambas cosas. Como digo en el libro, al psicoterapeuta le interesa la verdad subjetiva o emocional, y creo que esa verdad existe y que sabemos cuándo entramos en contacto con ella. Cuando se materializa un aspecto de la verdad emocional, tenemos ese sentimiento de conexión y repercusión profunda, de que algo nos ha llegado muy dentro. Pero es una cosa imprecisa, difícil de describir y definir, y fundamentalmente provisional y cambiante.

¿Los escritores trabajan con la realidad o con versiones de ella? ¿Y usted?

En mi opinión, los psicoterapeutas y los escritores trabajan con la verdad subjetiva y utilizan formas simbólicas para estudiarla; el psicoterapeuta trabaja con la fantasía y el sueño, además de la historia, de modo que, como decía antes, creo que trabajan con las dos cosas.

Palabra de Coetzee

Decía Platón que entre la verdad y la belleza, los poetas eligen siempre la belleza. “Cuando visitamos a nuestro terapeuta y le contamos lo que ha sucedido en nuestras vidas durante la última semana, ¿tratamos de convertir esa historia en un artificio bien construido? O, por el contrario, ¿debemos ser neutrales, objetivos, esforzarnos por contar una verdad que cumpla los criterios de los tribunales: toda la verdad y nada más que la verdad?”, se pregunta Coetzee.

“¿Somos el autor consciente, o una voz que emite un torrente de palabras de nuestro interior? Sobre todo, dado el volumen de recuerdos que almacenamos, ¿qué deberíamos dejar fuera cuando contamos esa historia, sin olvidar la advertencia de Freud de que lo que decidimos omitir puede ser la clave? ¿Debemos exigir al paciente que afronte la verdad o, por el contrario, nuestra profesión nos da libertad para colaborar o conspirar con el paciente a la hora de crear un relato de su vida —una ficción, sin duda, pero una ficción fortalecedora— que le haga sentirse a gusto consigo mismo, lo suficiente como para salir al mundo y ser capaz de amar y trabajar?”.

Los ingredientes del arte

La misma subjetividad es protagonista en las crónicas que componen Cuarenta y un intentos fallidos, una hermosísima incursión en la mente de artistas por parte de Janet Malcolm (estadounidense nacida en Praga en 1934), habitual de The New Yorker y autora de obras memorables como El periodista y el asesino o Ifigenia en Forest Hills. Malcolm relata con enorme humildad, lejos de todo púlpito, todas las visitas a David Salle, un artista de éxito para quien la prensa ha decretado el inicio de la decadencia. En un momento dado, ella se atreve a llevarle sus collages y le pregunta:

—¿Por qué tus collages son arte y los míos no?

—No hay nada que diga que tus collages no sean arte. Son arte si tú afirmas que lo son.

Es decir: la subjetividad como motor frente a la falta de estima social y reconocimiento. Pero ¿acaso puede ser tan sencillo?, ¿es la subjetividad suficiente? Obviamente no lo es.

Malcolm acompañará más tarde al fotógrafo alemán Thomas Struth a una zona industrial que le interesa e intentará de nuevo averiguar qué diferencia una foto común del arte verdadero. Cuál es el ingrediente de más.

—¿Qué es ese más?

—El más es un deseo de disolver, como de…, ¿cómo decirlo?, de ser la antena de una parte de nuestra vida contemporánea y transmitir esa energía, meterla en los fragmentos de esta historia.

Cuando poco después Malcolm recibe las fotos que ­Struth había hecho en su presencia, reconoce, admirada: “Eran sorprendentes, mientras estuve en la fábrica no ‘vi’ ninguna de esas imágenes por mí misma”. Struth había logrado el arte. Malcolm ha rechazado hablar para este reportaje y no ha concedido entrevistas para promocionar su libro, pero en él está la esencia de la creación, como en el testimonio de Virginia Woolf que recoge en uno de los capítulos: “He comprobado que la creación de escenas es mi manera natural de consignar el pasado”. Un pasado de abusos y de muerte como catapulta hacia la creación.

Hay quien crea para dar salida a su perplejidad (Nooteboom), para indagar en su memoria (Le Clézio), para superar el desarraigo (Naipaul), para pensar mejor (Javier Marías), por necesidad (Sergio Ramírez) o para ser antena (Struth).

Shields cree que “la novela convencional ha muerto y de lo que se trata es de reimaginar la no ficción como un trampolín para saltar a cuestiones más amplias: qué es real, qué es verdadero, qué es conocimiento, qué es memoria, qué es el yo, y cuánto yo de otro puede conocer uno”.

Y eso es exactamente lo que hacen Malcolm, Coetzee, Kurtz y Shields. Sus libros serán clásicos.

La versión de David Shields

David Shields (Los Ángeles, 1956) cree que la novela convencional está superada y defiende un nuevo tipo de literatura: “Más que de novelas, de lo que se trata es de reimaginar la no ficción como un trampolín para saltar a cuestiones más amplias: qué es real, qué es verdadero, qué es conocimiento, qué es memoria, qué es el yo, y cuánto yo de otro puede conocer uno.”

¿Son verdaderamente diferentes la ficción y la no ficción?

No son tan distintas, si somos sinceros sobre el funcionamiento de cada una. Uno de los principales vectores del libro es el argumento en favor de eliminar la distinción entre las dos.

¿Tiene la realidad un lugar propio en la literatura? ¿O estamos hablando de distintas versiones de la realidad?

Distintas versiones de la realidad, sin duda. En este libro, la realidad aparece entre cuádruples comillas. El libro trata de cómo se organizan y se enmarcan en un libro versiones opuestas de la realidad.

¿Qué es realidad? ¿Existe de verdad?

No existe ninguna “realidad” acordada; solo hay versiones. El libro defiende y practica la rivalidad de diferentes versiones, una forma de materializar el principio sobre el que teoriza.

¿La novela está muerta?

La novela convencional, en mi opinión, sí, es un ejercicio de nostalgia. Se escriben muchas novelas nuevas maravillosas, pero suelen disfrazarse de no ficción. “Novela” significa “nueva”, ese era su significado original. Y hoy hay muy pocas novelas, por no decir ninguna, que sean “nuevas”. El trabajo más innovador es el que se está haciendo en obras que sobrepasan los límites de los géneros o se presentan como libros que son ensayos poéticos.

¿Por qué escribe sobre la escritura?

Me interesan la escritura y la lectura como metáforas de la condición humana.

¿Está de acuerdo cinco años después con lo que decía en su libro? ¿Qué cambiaría?

Algunos detalles superficiales han cambiado (sobre los reality shows o el hip hop, por ejemplo), pero, en general, me parece que el libro ha demostrado tener bastante razón.

ANEXO:
Esta es la lista de autores que David Shields defiende como ejemplos de ese nuevo tipo de novela, de literatura, que defiende:

Sarah Manguso, 300 Arguments (próximamente).

Maggie Nelson, Bluets

Samantha Hunt, His Mouth to My Ear (próximamente).

Simon Gray, The Smoking Diaries (4 volumes).

JM Coetzee, Elizabeth Costello.

David Markson, This Is Not a Novel.

Leonard Michaels, “Shuffle”

John D’Agata, About a Mountain

Renata Adler, Speedboat

Hilton Als, White Girls

Eula Biss, The Balloonists

Grégoire Bouillier, The Mystery Guest

Jorge Luis Borges, Other Inquisitions

Sophie Calle, Exquisite Pain

Mary Cappello, Awkward

Anne Carson, “Essay on the Difference between Women and Men”

Terry Castle, “My Heroin Christmas”

John Cheever, Journals

Annie Ernaux, Things Seen

Brian Fawcett, Cambodia

Mary Gaitskill, “Lost Cat”

Eduardo Galeano, The Book of Embraces

Kenneth Goldsmith, Seven American Deaths and Disasters

Mira Gonzalez/Tao Lin, Selected Tweets

Spalding Gray, Morning, Noon, and Night

Heidi Julavits, The Folded Clock

Nic Kelman, Girls

Ben Lerner, Leaving the Atocha Station

Sven Lindqvist, A History of Bombing

Ross McElwee, Sherman’s March

Danger Mouse, The Grey Album

V.S. Naipaul, A Way in the World

Don Patterson, Best Thought, Worst Thought

Fernando Pessoa, The Book of Disquiet

James Richardson, Vectors

Rick Reynolds, Only the Truth Is Funny

Chris Rock, Bring the Pain

Lauren Slater, Lying

Gilbert Sorrentino, The Moon in its Flight

Art Spiegelman, Maus

Jean Stein, Edie

Melanie Thernstrom, The Dead Girl

Jean Toomer, Cane

Joe Wenderoth, Letters to Wendy’s

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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