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Entretelones lejanos

'Premis i càstigs', de T de Teatre y Ciro Zorzoli, es una insólita comedia sobre la esencia del teatro. Soberbia dirección, con interpretaciones de lujo

Marcos Ordóñez
Escena de la obra Premis i càstigs, presentada en el Grec barcelonés y que regresará a la cartelera en otoño en el Teatre Lliure.
Escena de la obra Premis i càstigs, presentada en el Grec barcelonés y que regresará a la cartelera en otoño en el Teatre Lliure.David Ruano / TNC

A cada nuevo espectáculo, T de Teatre busca nuevos compañeros de juego para saltar más allá de su sombra. En 2007 jugaron con Javier Daulte y salió Com pot ser que t’estimi tant, una singular mixtura entre Jardiel y Brian De Palma. Viajaron luego al siempre inesperado mundo de Alfredo Sanzol: Delicades (2010) y Aventura (2012). En 2014 cruzaron la intriga y la comedia generacional en clave melancólica: Dones com jo, de Pau Miró.

Cuatro años antes se habían entusiasmado con Estado de ira, del argentino Ciro Zorzoli, en el Teatro de La Abadía, y fueron a por él. Juntos han cocinado Premis i càstigs, que acaba de hacer dos funciones en el Lliure/Grec de Barcelona y regresará en temporada.

Premis i càstigs quizá sea su apuesta más abstracta. O más impresionista, que es otra forma de abstracción. Apenas hay trama, aunque su partitura es férrea. Es muy difícil contar esta función. No es, aunque lo parezca a primera vista, una simple sátira sobre el mundo de los actores. Hay humor (un torrente de gags), pero también misterio. Y desconcierto: continuamente te mueven la alfombra bajo los pies. ¿Cuáles son los premios, cuáles los castigos?

Una gran tela blanca cubre suelo y fondo, como si los intérpretes flotaran en un limbo. A la derecha, una mampara de verde incongruente. Y, todavía más extraño, una mesa de la que emerge un nudo de cables y clavijas, como una antigua terminal telefónica. Parece (aquí todo “parece”) que estamos en una sesión pública o ensayo abierto a cargo de una compañía de teatro de aficionados de finales del XIX o principios del XX, a juzgar por su vestuario y por los anticuados códigos de interpretación. Reímos ante ese lejanísimo teatro altisonante, ingenuamente ultracodificado, externo, que subraya los gestos y compone los tipos, pero poco a poco, a través de una serie de ejercicios y demostraciones, comprendemos que hay un conmovedor intento de llegar a una suerte de perfección escénica. ¿Son fools, tataranietos de los artesanos de El sueño de una noche de verano? ¿Están locos? Podría ser, pero hay algo más. Yo les cuento lo que vi. Hay clasismo, pompa y circunstancia, delirio, torpeza, pero también pasión. Y algo todavía más bonito: pese a las tensiones crecientes, a las envidias, a los juegos de poder, cuando ven que uno de ellos alcanza la verdad, corren a ayudarle para que no se le vaya de las manos.

Hay humor, pero también misterio y desconcierto: continuamente te mueven la alfombra bajo los pies. ¿Cuáles son los premios?

Poco a poco también vamos entreviendo a los personajes, a pinceladas. Fèlix (Jordi Rico) es el maestro de ceremonias, el loyal circense, aunque varios compiten por ese puesto. Sonrisa inquietante, con un trasfondo maligno. Untuoso, dictatorial, pero tocado por un aura visionaria, a lo Jouvet. Víctor (Ivan Benet) es el galán. Como todos los miembros de la compañía, pasa de lo arquetípico a lo stanislavskiano, por así decirlo: su cumbre es una escena risible y doliente de lágrima y baba. Intuimos una relación oscura y tormentosa con Beatriu (Àgata Roca), dama joven de perfil inatrapable; dubitativa, acomplejada, con permanentes deseos de huir y, al mismo tiempo, de seguir mostrándose. Su posible hermana, igualmente tocada por un viento alienígena, es Angélica (Marta Pérez). Francesca (Mamen Duch) se toma por una diva, con todos sus tics: “Está claro que con mi talla, mi aire y mi piel nunca podría hacer de esclava”. Ese papel le corresponde a Amàlia (Carme Pla), clown silencioso que traga quina y recibe las bofetadas: tiene una escena soberbia en la que va aguantando, muda y cejialzada, los desaforados desprecios de Francesca. René es un actor torpe, voluntarioso, amargado porque siempre le relegan, pero ofreciéndose cada vez que piden un voluntario: una verdadera creación cómico/patética de Marc Rodríguez. Joya de su corona: cuando recrea las diversas muertes por infarto. Hay feroces cambios de marcha: de repente sobreviene el extremo y brutal verismo de un agarrotamiento con jadeos y crujidos, en el que no acaba nunca de morirse. Pensé en La torna, de Els Joglars, pero también en el juego de comedia y dolor de sus primeros espectáculos, los lejanísimos Cruel Ubris o Mary d’Ous. El veterano de la compañía es Salvador (Albert Ribalta), un augusto sombrío, que bordará (entre muchas) otra escena luctuosa: el intento de suicidio de Don Zoilo, el “gaucho tosco”. No me olvido de Muleta (Carolina Morro), mitad regidora mitad chica para todo, quizá la más maltratada del grupo, que ha de lidiar con esa terminal de la extrañeza donde se juntan los cables telefónicos, la mesa de luces y el libreto de los ejercicios.

El espectáculo es una filigrana de interpretación y puesta, lleno de entrega, frescura y complejidad

El espectáculo es una filigrana de interpretación y puesta, lleno de entrega, frescura y complejidad: logran que parezca sencillo lo que es muy, muy difícil de levantar. Estado de ira, la anterior pieza de Zorzoli, tenía más vuelo y era más vertiginosa, pero, aunque comparten procedimientos (la marionetización de los actores, guiados, impulsados o frenados por sus compañeros), difieren en la tonalidad: hay más comedia, minimalista y reconcentrada, en Premis i càstigs. Su parentesco se advierte en el último tercio, donde ensayan fragmentos de Barranca abajo (1905), un drama rural del uruguayo Florencio Sánchez, en la línea de La malquerida o Terra baixa. Es una culminación muy divertida y al mismo tiempo causa un gran respeto, porque lo abordan como si hicieran un clasicazo. Hay varios tours de force de los que citaré tres: las actrices, entrando y saliendo de los personajes de la madre y sus hijas; la escena hipertensa en la que Víctor dirige a Beatriu y aflora un violento subtexto, y el pirandelliano monólogo de Beatriu, que condensa la espiral de juegos entre realidad y representación. Creo que el espectáculo necesita poda (sobre todo en la primera parte) y rodaje: si durase una hora y cuarto, sería estupendo. Y tal vez resultaría más eficaz que hicieran en castellano Barranca abajo, a modo de dificultad añadida. Tengo muchas ganas de ver de nuevo Premis i càstigs en el Lliure, donde volverá del 30 de septiembre al 25 de octubre.

Premis i càstigs. Dramaturgia y dirección de Ciro Zorzoli. Compañía T de Teatre. Interpretada por Ivan Benet, Mamen Duch, Carolina Morro, Marta Pérez, Carme Pla, Albert Ribalta, Jordi Rico, Àgata Roca y Marc Rodríguez. Teatre Lliure. Barcelona. Del 30 de septiembre al 25 de octubre.

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