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La risa del asesino

‘La mirada del silencio’, segundo documental de Oppenheimer sobre la masacre de 1965 en Indonesia, indaga en el sufrimiento de las víctimas

Tommaso Koch
Adi Runkun (izquierda) entrevista a uno de los responsables del asesinato de su hermano, en un fotograma de 'La mirada del silencio'.
Adi Runkun (izquierda) entrevista a uno de los responsables del asesinato de su hermano, en un fotograma de 'La mirada del silencio'.

Un hombre mira a la cámara, tumbado en el sofá de su casa. “Lo estrangulé así”, dice, mientras reproduce el gesto que acabó con su víctima. “Lo destripé”, añade. Y se ríe.

Amir Hasan e Inong pasean cerca del río Serpiente, en Indonesia. Uno se agacha y el otro muestra cómo se podría cortar de un solo golpe la cabeza de un hombre con un machete. Lo sabe porque lo hizo. Decenas de veces. Luego se le daba una patada, y el cuerpo caía a las aguas del Serpiente, cuenta. Ambos se ríen.

Hay decenas de secuencias más que resumen el viaje al infierno que supone el documental La mirada del silencio, estrenada el viernes en España. El filme del tejano Joshua Oppenheimer es la continuación del aplaudido The act of killing, y representa el regreso del cineasta a la matanza que acabó con más de un millón de vidas en Indonesia entre 1965 y 1967. En el primer largo, Oppenheimer entrevistaba a varios verdugos para entender cómo podían llevar su pasado sin arrepentimiento. La mirada del silencio retoma ese relato pero coloca frente a los asesinos a Adi Runkun, un óptico cuyo hermano fue eliminado a la sazón, para mostrar el sufrimiento de quienes sobrevivieron.

Para entender ambos filmes es necesario un repaso a una historia poco conocida en el mundo y escondida en la propia Indonesia. De hecho, solo a raíz de The act of killing se empezó a hablar de ello. Tras un intento fallido de golpe de estado, en 1965 se desató una locura anticomunista que llevó a liquidar físicamente a cualquiera que pudiera ser tachado de rojo. Cientos de ciudadanos se sumaron voluntariamente a la aniquilación, en busca de poder y dinero, a la vez que EE UU y Reino Unido apoyaron tamaño delirio. Hoy la historia oficial los recuerda como héroes, los niños aprenden sus gestas en la escuela y tanto los verdugos como las víctimas callan porque, como repiten en la película, “el pasado está pasado”.

El director estadounidense Joshua Oppenheimer.
El director estadounidense Joshua Oppenheimer.DANIEL BERGERON

“Los supervivientes lo dicen por miedo. Y los perpetradores [Oppenheimer los llama así] como amenaza. Pero el pasado no ha pasado, de hecho es el presente”, asevera el director, en conversación telefónica. Por eso Oppenheimer ha estado 10 años rodando charlas con los asesinos, sus recreaciones de los crímenes que cometieron, sus motivaciones y, desde 2008, también el periplo de Adi Runkun en busca de respuestas y comprensión. “La impunidad es el sujeto de ambas películas”, remata el director.

Porque muchos de aquellos verdugos ocuparon y ocupan puestos de responsabilidad en las altas esferas de la administración indonesia. Ninguno ha pedido disculpas ni mucho menos pagado por lo que hizo. De ahí que Amir Hasan e Inong se sientan libres de explicar ante la cámara cómo asesinaron a Ramli, el hermano de Runkun. Pese a las cuchilladas que le clavaron, Ramli consiguió arrastrar sus entrañas hasta su casa. Sin embargo, al día siguiente sus verdugos volvieron a por él. A su familia dijeron que le llevarían al hospital. Pero lo subieron a un camión con otras víctimas, condujeron hasta el río Serpiente, le cortaron el pene y abandonaron su cadáver a la corriente.

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Impasible ante la cámara, Adi Runkun escucha el relato de cómo murió su hermano. La mirada del silencio mezcla imágenes de su protagonista visionando las grabaciones de los verdugos con las propias charlas que él mantiene con ellos. Runkun visita a Inong, que a sus 72 años apenas es capaz de explicar por qué mataban a los comunistas y desvela su secreto para no volverse loco tras tantas matanzas: “Beber la sangre de mis víctimas”. Y cuando Adi se enfrenta a Amir Siahaan, líder del kommando que mató a su hermano, lejos de pedir disculpas este le acusa de “actividad comunista”.

“Todo perpetrador del filme está huyendo de una nube de culpabilidad que lo sigue allá adonde vaya. No fueron obligados a hacerlo, sino que participaron en una dinámica de grupo. Da miedo reconocerlo, pero tenemos que aceptar que no son monstruos, sino humanos”, relata Oppenheimer. Entre tantos aplausos, el cineasta ha sido acusado de una postura acrítica hacia sus entrevistados. Él se defiende así: “El filme te lleva a empatizar con todos, pero no a simpatizar, que es otra cosa. Y ni por un solo segundo se te olvida lo que hicieron. Intentar comprenderlos como humanos asusta más porque significa que nosotros también podríamos hacerlo”.

El director cita a Primo Levi –“los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos”-, explica las muchas precauciones que afrontaron durante el rodaje –un indicio: los títulos de créditos están repletos de "anónimo"- y las huellas que le han dejado ambos filmes. Oppenheimer acabó llorando detrás de la cámara, y sufrió ocho meses de insomnio y pesadillas en la que su familia era asesinada.

Hoy el cineasta asevera que su misión en Indonesia ha terminado. Ya ha conseguido romper el silencio. El primer pase de The act of killing en Indonesia se realizó en secreto, pero la candidatura del filme al Oscar sacó a la luz su historia y obligó hasta el Gobierno a reconocer los crímenes cometidos en los sesenta. La mirada del silencio se ha podido estrenar en condiciones normales, con la presencia de Adi Runkun, y pronto estará disponible online en el país. Para acceder a millones de personas. Para contarles de una vez que el pasado no ha pasado.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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