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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Orla negra en Blue Note

Dos defunciones me han empujado hacia el catálogo de este sello, en su segunda etapa

Diego A. Manrique
Bruce Lundvall con David Miles.
Bruce Lundvall con David Miles.

No revelo nada original: en días de turbulencia social, como los que ahora vivimos, el jazz revela sus virtudes. Primero, construye su propio espacio y puede incluso servir como relajante. A la vez, el (buen) jazz afila los sentidos: resulta estimulante el escuchar a mentes ágiles en acción. La semana pasada, la defunción de dos disqueros me han empujado hacia el catálogo de Blue Note, en su segunda etapa, ya con 30 años de existencia.

El martes 19, moría Bruce Lundvall, precisamente el directivo que en 1985 resucitó el sello Blue Note, transformándolo de nuevo en un foco de creatividad (y la marca de jazz más visible del mundo). Al día siguiente, fallecía Bob Belden, que estuvo a las órdenes de Lundvall como artista de Blue Note y también dirigiendo su equipo de A & R (Artistas y Repertorio) durante un año.

Ya, ya sé que no procede aplaudir a ejecutivos de discográficas multinacionales, ahora enchiquerados automáticamente en la categoría de vampiros (¡o peor!). Pero no puedo evitar manifestar mis simpatías ante ambos buscavidas.

En su forma real, el buen disquero es un oportunista honrado

Belden hizo discos banales –versiones jazzeadas de The Beatles, Carole King, Sting, Prince- que vendieron lo suficiente para permitirle luego crear obras costosas: con cuerdas y metales, Black Dahlia es una suntuosa evocación de la vida y el asesinato de Elizabeth Short, personaje real que fue novelizado por John Gregory Dunne y James Ellroy. Ya fuera de Blue Note, firmó ambiciosas reconstrucciones del repertorio de Miles Davis en clave de música de la India o con onda spanish.

Documental sobre el disco Miles en español

Y de eso se trataba, creo recordar. De alcanzar un equilibrio entre arte y negocio. Otra lección relevante para estos momentos: el arte del compromiso. En sus 35 años como cabeza visible de diferentes compañías (CBS, Elektra, Manhattan, Blue Note), Lundvall adquirió el mote de Dr. Yes: aceptaba muchas de las ocurrencias más audaces de sus artistas. Sin embargo, luego debía pelearlas con los Señores No, los hombres de las cuentas (y no siempre ganaba).

Se me ocurre que, en su forma real, el buen disquero es un oportunista honrado. Olfatea un hueco en el mercado y se lanza sin prejuicios: he conocido a disqueros de gustos exquisitos que, en un determinado momento, han tirado por la borda su impecable currículo por la posibilidad de un éxito.

Lo hice en otros tiempos pero hoy no me siento capaz de recriminárselo. Las decisiones que tomamos nosotros –periodistas, radiofonistas- no se notan inmediatamente en una cuenta de resultados. Podemos apostar por artistas novedosos y músicas desconocidas y, en general, nada ocurre si no enganchan. Por el contrario, si se equivoca, el disquero actual vera peligrar su puesto o, caso de los independientes, su propia empresa.

Uno puede no comulgar con muchas de las opciones tomadas por Bruce Lundvall para revivir Blue Note, como usar el prestigio del sagrado sello a la hora de lanzar cantautores blandos (doble sacrilegio: recuerden que la primera Blue Note apenas grabó vocalistas). Con todo, la jugada le salió redonda: vender 40 millones de discos de Norah Jones le permitió financiar abundantes joyas de Medeski, Martin & Wood, Kurt Elling o Joe Lovano. No parece un mal trueque.

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