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El detective de Mauthausen

Benito Bermejo es célebre por descubrir impostores en los campos nazis Nunca ha tenido un salario fijo como historiador

Vídeo: Luis Almodóvar / Luis Gómez
Luis Gómez

Benito Bermejo conserva el hábito del clásico detective que olfatea una pista, indaga en los archivos, interroga a los testigos y, si acaso estos han fallecido, pregunta a sus familiares por algún recuerdo. Durante 20 años ha investigado cuanto sucedió a los 9.200 españoles deportados en los campos de exterminio nazis. Sobre todo en Mauthausen (Austria), del que hoy se cumplen 70 años de su liberación. Ha desenmascarado a impostores, ha verificado miles de identidades y ha descubierto detalles ocultos durante décadas.

Bermejo no es un historiador al uso, algo que se advierte a primera vista y no solo porque se desplace en bicicleta durante todas las estaciones del año (4.000 kilómetros anuales le contemplan, según sus cálculos). No es profesor, no disfruta de un puesto de trabajo estable en una institución pública o privada. No vive de un salario. Es autónomo y, sobre todo, es independiente: a nadie tiene que dar cuentas de sus investigaciones. Ha vivido de becas de investigación durante algún tiempo, ha dado clases de español en Francia durante un año, y se ha curtido como investigador para la realización de documentales. Ese es su currículo. Padre de dos hijas, está casado con una funcionaria que trabajó siete años en un archivo. En una frase sintetiza lo que fue esa experiencia para su mujer: “En todo ese tiempo, su jefe solo se dirigió a ella una vez”.

Recibió una beca para dar clases de español en Francia, y así empezó su labor

Hombre especialmente modesto, Bermejo no polemiza, ni busca el abrazo de la prensa, pero quien quiera corroborar algún detalle de lo sucedido en Mauthausen debe pasar por Bermejo. No hay anécdota, detalle, fotografía, no hay superviviente o caído en los campos, que no haya pasado por su escrutinio. Ahí está su obra Memorial (en colaboración con la historiadora Sandra Checa), un volumen seco, inmenso (580 páginas), tremendo y tan austero que vive de tres adjetivos: fallecido (F), evadido (E) y liberado (L), donde están registrados nombre, apellidos, procedencia y destino de los 7.200 españoles deportados a Mauthausen.

Formado en la Universidad de Salamanca, donde preparó en 1989 una tesina sobre el aparato de propaganda del primer franquismo, Bermejo disfrutó de una beca francesa para dar clases de español en Francia. Y allí fue donde tomó contacto con el exilio español y con el testimonio de los deportados en los campos nazis. Conoció a los primeros testigos y empezó a darse cuenta de que no había un relato riguroso de lo que sucedió con los españoles: testimonios interesados unos, contradictorios otros, obras sin contrastar, y, finalmente, también algunas historias falsas.

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Después de años de oscura investigación, Bermejo adquirió en 2005 un repentino protagonismo por desenmascarar a Enric Marco, el presidente de la asociación de deportados de Mathausen, un hombre que se hizo pasar por deportado. Meses antes había hecho lo mismo con Antonio Pastor, otro presunto preso andaluz que simuló ser un músico preso en el campo. Ambos fueron personajes carismáticos, llegaron a ser condecorados por institutciones oficiales, pero resultaron ser impostores. Ninguno fue un deportado. “Hemos aceptado que el testigo tiene la verdad y eso supone una rendición incondicional”, dijo el escritor Javier Cercas, autor de un libro sobre Marco (El impostor). “Por otro lado, se ha producido la conversión de las víctimas en héroes. Eso es una perversión. Los héroes son los que dicen que no, como el historiador Benito Bermejo, que fue a contracorriente de lo que dice la mayoría”.

Y, a contracorriente, Benito Bermejo indagó también en el hecho más fascinante sucedido en Mauthausen: lo protagonizó Francisco Boix, un joven fotógrafo (también era un personaje muy atrevido), que trabajó en el laboratorio fotográfico del campo. Allí se guardaban todo tipo de imágenes, de las visitas ilustres a Mauthausen, entre ellas la de Himmler, de los asesinatos y de la vida cotidiana del campo. Después de la derrota de Stalingrado, se recibió la orden de destruir los archivos y de esa tarea se encargó Boix junto a otros deportados, salvo que Boix trató de sustraer una parte de esos documentos gráficos, hasta 20.000 fotos según su testimonio. Boix llegó a ser el único testigo español en el juicio de Nüremberg. Pero Boix, que vivió unos años en Francia y trabajó incluso como reportero gráfico para el diario L’Humanité, murió joven, a los 30 años, en 1951.

Durante décadas, aquella historia la contó Antonio García, otro español que trabajaba en el departamento de fotografía. Y García no simpatizaba con Boix, a quien llegó a considerar poco menos que un colaborador de los nazis. Su versión enriqueció un relato casi cinematográfico de cómo un grupo de españoles se jugó la vida para salvar esos documentos. Y ese testimonio único (Boix estaba muerto) trascendió de un libro a otro, hasta que el historiador Bermejo descubrió que en aquel laboratorio no hubo dos españoles, sino tres. El tercero era un tal José Cereceda, que parecía haber desaparecido del mapa. Nadie había reparado en Cereceda. Bermejo lo encontró en Francia, en su casa cerca de los Pirineos, tras husmear en la guía telefónica. Y Cereceda contó otra verdad: “Aquello fue asunto de Boix. García y yo no hacíamos otra cosa que ver, oír y callar”.

En 2005 con su trabajo desenmascaró a Enric Marco

Bermejo llegaría más lejos. Indagando en archivos, y de nuevo con la guía telefónica, localizaría cerca de Berlín a uno de los jefes del laboratorio, el sargento de las SS Hermann Schinlauer. Viajó hasta su domicilio y le entrevistó. Se acordaba de los tres españoles, a quienes nombraba por sus nombres de pila en alemán, Franz (Boix), Josef (Cereceda) y Antony (García). Aquella conversación terminó con una sorprendente petición del ex SS: “Si usted visita a Josef, dele recuerdos de mi parte”.

Boix será el protagonista de su tesis doctoral. Lo cual no quiere decir que Bermejo esté dispuesto a entrar en la comodidad del historiador con plaza fija.

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