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Stefan Zweig y Joseph Roth, amistad, genio y exilio

Aparecen en castellano la correspondencia entre ambos y dos ensayos sobre el exilio

Stefan Zweig y Joseph Roth, fotografiados en Ostende (Bélgica) en 1936.
Stefan Zweig y Joseph Roth, fotografiados en Ostende (Bélgica) en 1936.

1. Súbditos del Imperio perdido.Stefan Zweig (1881-1942) nació en el seno de una familia judía acaudalada vienesa; autor de éxito, fue un enamorado ejemplar de la gran cultura y la libertad. En 1930 trabó amistad con Joseph Roth (1894-1939), nacido en Brody (Galitzia); agudo periodista que por entonces se forjaba una carrera como escritor. Les unió la admiración mutua y la nostalgia del Imperio Austrohúngaro, símbolo para ambos de la Europa multicultural y unida, la patria del pensamiento y el sentimiento. La I Guerra Mundial los despertó de aquel sueño de paz y equilibrio; el terror nazi desatado contra los judíos los empujó al exilio.

2. Autores geniales. Zweig y Roth fueron creadores extraordinarios. Del primero son célebres sus colecciones de relatos psicológicos y las novelas —La impaciencia del corazón o Novela de ajedrez, por ejemplo (extraordinarias)—. Del segundo destacan La marcha Radetzky y Job (excepcionales). Zweig fue un maestro de la biografía: María Antonieta o Fouché (apasionantes); y de retratos paradigmáticos como los de Nietzsche, Hölderlin y Casanova. Roth fue un periodista genial, con artículos sociales amenos y modélicos. El relato de su viaje por la Rusia soviética destapó la tristeza del estalinismo; el conmovedor ensayo Judíos errantes dio pie a su amistad con Zweig.

3. La mutua admiración. La amistad se apoya en la simpatía y la admiración, la afianzan el trato y el respeto, se alimenta de pequeños y grandes favores; la envidia sobra en su escenario. En los buenos tiempos, Roth y Zweig intercambiaron ideas: hay mucho de Zweig en algunas novelas de Roth y a la inversa. En los malos tiempos, Zweig apoyó cuanto pudo a Roth, siempre ahogado por las deudas y el alcoholismo; necesitaba dinero y aquél se lo dio a espuertas junto a buenos consejos que el amigo, desmañado y trágico, desoía. Roth murió alcoholizado poco después de escribir El santo bebedor.

4. El suspicaz y el confiado. Roth, más desconfiado y pesimista que Zweig, vapuleado por la penuria laboral y la escasez económica, vio con antelación lo que les aguardaba a los judíos con los nazis —“esa panda de mierdecillas y asesinos”—. Zweig, refinado y culto, fue más inocente: creía en el triunfo del humanismo. Se identificaba con Erasmo de Rotterdam, el pacífico; no creyó que el populismo hitleriano triunfaría en Alemania.

5. Novedades literarias. Acantilado publica la correspondencia entre los dos amigos (traducción de J. Fontcuberta y E. Gil Bera). Ariel, El exilio imposible, de G. Proch­nik (traducción de Ana Herrera Ferrer); útil para conocer el exilio al que marcharon Zweig y su joven segunda esposa. ¿Qué pasos dieron éstos hasta acabar en Brasil y suicidarse? Y Alianza, Ostende, de Volker Weidermann (traducción de E. Gil Bera); ensayo que rememora un episodio hermoso del exilio alemán: el veraneo de los proscritos en la blanca costa belga; Zweig, Roth, Keun, Toller y otros intelectuales germanos pasaron allí alegres días —los últimos— en aquel ominoso verano de 1936.

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