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La trivialidad del absoluto

Con madurez y plenitud, Ridao defiende una filosofía accidental que explica la crítica cultural ante el relato oficial

Jordi Gracia
El escritor y diplomático José María Ridao.
El escritor y diplomático José María Ridao.Samuel Sánchez

Cuando José María Ridao empezó a escribir en este periódico con regularidad, en torno a 2001, había comenzado ya a publicar algunos libros, y cuando dejó de escribir en él, hace ahora algo más de dos años, siguió publicándolos con la misma cadencia pacífica pero indócil. Su valiosa obra quizá ha quedado eclipsada o desatendida por el periodismo y el análisis político, y sin embargo encarna una de las trayectorias más beligerantes y jugosas: no ha callado su inquietud ante la fabulación interesada sobre el retorno al pasado, dispuesto a desmentirla sin apaños, como hizo al menos en Contra la historia (de 2000, revisado en 2009), pero ha sido también narrador genuino a partir de su biografía como diplomático en diversos destinos, entre ellos Angola, la Unesco o, como ahora, París, por ejemplo en El pasajero de Montauban. Ha sido sobre todo original intérprete de algunos de los avatares contemporáneos de un humanismo a menudo de estirpe erasmian y heredero del mejor legado de la razón ilustrada, desde La paz sin excusa y Weimar entre nosotros, ambos en 2004, hasta La estrategia del malestar (2014). De ahí que algunos de sus mejores libros no tengan atadura a razón política alguna, como su Elogio de la imperfección (2006) —que era una reflexión sobre las poéticas de la modernidad antes de la modernidad— o incluso los retratos poderosos de Radicales libres (2011) o el que dirimió el diferente papel que Ortega y Azaña escogieron para discutir la estructura del Estado a partir del Estatuto catalán en 1932, Dos visiones de España. Quizá su inequívoca y justificada proximidad a Manuel Azaña explica adicionalmente la tirria justificadísima por el Ortega de España invertebrada, tal como la ha expuesto en varios lugares y en algún artículo en este periódico definitivamente contundente. Para quien haya seguido sus libros, por tanto, este último contiene un giro filosófico que escapa a la ruta histórica y hasta geográfica y viajera que había escogido en los anteriores. Y aun más, este se emplaza fuera de la tensión de la actualidad y la política. José María Ridao ha elegido el ensimismamiento reflexivo que lo acerca, paradójicamente, a la intención de sus novelas y lo aleja de sus mejores ensayos de crítica cultural e histórica porque en el fondo articula y condensa el sustrato del que nacen unos y otros. ¿Sorpresa o perplejidad? En absoluto: madurez y plenitud ensayística de alguien que ofrece hoy, con una muy intencionada rotulación, una defensa luminosa de la filosofía accidental, el subsuelo filosófico y moral que explica un modo de abordar no sólo la crítica de la cultura y su condena irrefutable del relato oficial, católico, nacionalcatólico y neocatólico del pasado español, sino la defensa abierta de los fundamentos conceptuales y morales que explican su mejor razón secreta: una impecable inteligencia laica, analítica, competente y, ay, paradójicamente orteguiana.

Pero no orteguiana por la vía de la interpretación de la historia española, sino por la vía propiamente filosófica del escritor, aquella que cuaja en La idea de Leibniz, hacia 1947, y aquella que asoma sin desarrollar desde 1914 y sus Meditaciones del Quijote. Para sorpresa incluso mía, no sé si del propio José María Ridao, en Ortega laten algunas de las virtudes mayores que iluminan este ensayo de filosofía contra lo Absoluto, contra la nostalgia de lo Absoluto y, aun mejor, contra la tentación consoladora y falseadora de aspirar o fabular Absoluto alguno. Y lo hace Ridao en dos fases complementarias: una conceptual y teórica, y otra histórica, de discusión con otros, y entre ellos están Sócrates o Rousseau, pero también Marx o Freud, que es el último, aunque ese papel muy bien hubiese podido hacerlo la madurez filosófica de Ortega.

Mi mayor reparo al libro, por tanto, es una nimiedad y está en lugar tan tonto como el subtítulo. Este volumen no reúne diversos “ensayos sobre el hombre y el Absoluto”, sino que despliega un solo “Ensayo”. Su tema es la condición ilustrada, empírica y racionalista del hombre, alérgico a la mentira o el delirio de un Absoluto que absuelve de la responsabilidad viscosa y frágil de entenderse como sujeto humano: “Las coartadas que proporciona el Absoluto son siempre inseguras y provisionales”, y, precisamente porque lo son, “no justifican actos irreparables, actos a los que el hombre se encadena comprometiendo su libertad”.

Filosofía accidental. Ensayos sobre el hombre y el Absoluto. José María Ridao. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 268 páginas.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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