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OBITUARIO

Yoshihiro Tatsumi, dibujante de manga que no era manga

Trabajó en una interpretación diferente de la historieta: el ‘gekiga’. Sus obras se adentran en el lado más oscuro del ser humano

Yoshihiro Tatsumi, en mayo de 2011.
Yoshihiro Tatsumi, en mayo de 2011.GUILLAUME BAPTISTE (AFP)

En 2007, el salón del cómic de A Coruña tenía como invitado de lujo a Yoshihiro Tatsumi (Osaka, 1935). En una comida informal, el dibujante japonés narraba con sencillez y una sincera modestia cómo su pequeña librería, situada en una transitada calle donde se encontraban las mejores librerías de la ciudad, era la más pequeña y la única a la que le daba el sol todo día, provocando un intenso calor que incomodaba a sus clientes y les invitaba a salir tras comprobar que difícilmente encontrarían en sus estantes los libros más comerciales que llenaban los otros comercios. Sus palabras no mostraban resentimiento ni dolor, simplemente testimoniaban una realidad. Una anécdota que, en cierta medida, resume y sintetiza la vida de uno de los más grandes autores de historieta que ha dado el noveno arte.

Tras sus inicios en el manga más comercial, a finales de los años cincuenta formó parte de un privilegiado grupo de autores con inquietudes más amplias, que entendían el manga como un medio de expresión creativa que podía dirigirse a los adultos y no como un simple entretenimiento infantil. Junto a autores como Takao Saito o Masahiko Matsumoto, Tatsumi trabajó en una interpretación diferente de la historieta, en un “manga que no era manga”, que finalmente asumiría el nombre que el mismo propuso: gekiga (literalmente, “imágenes dramáticas”). La influencia del gekiga fue creciendo hasta que en los sesenta se expandió como un movimiento definido desde la revista Garo, estableciendo una corriente de cómic adulto que llegaría a ser seguida por el mismísimo Osamu Tezuka, “el dios del manga”.

Las obras de Tatsumi se adentran en el lado más oscuro del ser humano, sin aleccionar, sin intentar establecer juicios morales, solo dando testimonio de unas miserias y mezquindades que dejan al lector en la perturbadora situación de reconocerse como uno más de sus protagonistas. Una verdad incómoda que no favoreció el éxito de Tatsumi, más reconocido en el extranjero que en su propio país, donde su trabajo como mangaka apenas le permitía vivir. De hecho, fue uno de los primeros autores japoneses publicados en España a principios de los años ochenta: cuando del cómic nipón apenas se tenía la idea de que sus páginas estaban repletas de niñas de ojos grandes y robots gigantescos, la mítica revista El Víbora comenzó a publicar sus dramáticas historias, provocando un auténtico shock entre unos lectores completamente desubicados ante la demoledora fuerza de Tatsumi. Aunque no toda su obra ha sido publicada aquí, el lector español ha tenido oportunidad de leer una buena muestra de su trabajo, incluyendo la magistral autobiografía Una vida errante (Astiberri Ediciones), un relato pausado y distante de su vida que fue trasladado a la gran pantalla como película de animación dirigida por Eric Khoo.

La muerte de Tatsumi el pasado 7 de marzo cierra uno de los ciclos más importantes del manga, con una influencia decisiva tanto en el cómic japonés como en el mundial.

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