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Berlusconi asalta la industria editorial

Terremoto en la cultura italiana ante el intento del expresidente, condenado por fraude fiscal, de comprar el grupo Rizzoli. Si lo logra, acapararía el 40% del sector

Silvio Berlusconi, en una imagen de 2012 durante la grabación de un programa televisivo.
Silvio Berlusconi, en una imagen de 2012 durante la grabación de un programa televisivo.guido montani (efe)

Otra vez Silvio Berlusconi. Cuando parecía que el viejo político y magnate iba a rendirse por fin a las evidencias —tiene 78 años, cumple condena por fraude fiscal, su partido es el hotel de los líos y el primer ministro, Matteo Renzi, le infligió un público desaire durante la renovación de la presidencia de la República—, se las ha ingeniado para colocarse de nuevo en el centro del tablero. Berlusconi está decidido a acaparar el mercado editorial italiano mediante la compra por parte de Mondadori de RCS-Rizzoli —la otra gran casa editorial del país— y a controlar también todas las torres de señal televisiva a través de la OPA lanzada por una de sus empresas, EI Towers, a una sociedad pública de la RAI.

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El mundo de la cultura ya ha puesto el grito en el cielo: quien durante casi dos décadas al frente del Gobierno contribuyó al empobrecimiento moral del país se puede convertir ahora en el censor mayor de la República al decidir qué se publica y qué se emite.

Se trata del regreso por las bravas al impúdico conflicto de intereses en el que Silvio Berlusconi ya ha hecho gala de una contrastada maestría en un pasado no demasiado lejano. Si durante años Berlusconi utilizó la política para beneficiar a sus empresas, ahora trata de remediar su agonía política mediante un golpe de mano empresarial. La operación que primero puso en pie de guerra a intelectuales y escritores italianos y extranjeros —desde Umberto Eco a Thomas Piketty, pasando por Toni Servillo o Tahar Ben Jelloun— fue la oferta de Mondadori al grupo RCS MediaGroup para adquirir RCS Libri, que reúne, entre otras, a las editoriales Rizzoli, Bompiani, Fabbri o el 48% de Adelphi. O lo que es lo mismo, por algo más de 120 millones de euros —calderilla para quien posee una fortuna superior a los 6.000 millones—, la familia Berlusconi pasaría a dominar más del 40% del mercado editorial italiano. “Un coloso de estas dimensiones asumiría un preocupante poder contractual frente a los autores y tendría una influencia determinante en las librerías. Supone una amenaza a la libertad de expresión”, advirtió hace unos días Umberto Eco. También el ministro de Cultura italiano, Dario Franceschini, se mostró “muy preocupado” y consideró “demasiado peligroso que una empresa controle casi la mitad del mercado”.

El hombre que controlaba el mando

Durante sus muchos años como jefe del Ejecutivo, Silvio Berlusconi controló el mando a distancia de los italianos. La mitad de los canales eran de su propiedad y la otra mitad —los de la RAI, la televisión pública— los controlaba a través del Gobierno. Su máquina de hacer dinero era una máquina de poder, y viceversa. El partido de su propiedad, Forza Italia o Pueblo de la Libertad, era una correa de transmisión entre sus intereses públicos y los privados. El dueño de la televisión privada, y por temporadas de la pública, controlaba también la producción y distribución cinematográficas, algunos periódicos y un club de fútbol: el Milan. Durante dos décadas, convirtió la política en un espectáculo, en un plató de televisión, donde los ciudadanos —¿o eran los televidentes?— se hacían la ilusión de controlar el mando a distancia, pero al final siempre ganaba Berlusconi o perdían los demás.

Es difícil encontrar a un escritor italiano que dibuje un paisaje distinto: el berlusconismo, ayudado por la incapacidad de la izquierda para superarlo, emponzoñó la vida de Italia durante casi dos décadas. El problema es que, como denunciaba Andrea Camilleri hace un año, los Gobiernos de centroizquierda que sucedieron a Berlusconi parecen víctimas de su encantamiento: "Me repugna la política que, con sus pactos, sigue dando la oportunidad a Berlusconi —que ha sido condenado y es un delincuente— de seguir dominando la política italiana".

Sobre todo, porque nadie cree en Italia que la súbita belicosidad empresarial de Berlusconi se deba solo a intereses económicos. Hay quien habla de venganza hacia Renzi por haber roto de manera unilateral el llamado pacto del Nazareno, un acuerdo secreto y contra natura alcanzado por el joven primer ministro y el viejo tahúr de la política italiana para sacar adelante las reformas no se sabe muy bien a cambio de qué. Pero la venganza servida así, tan en caliente y tan en crudo, no parece propia de Berlusconi, quien por añadidura sabe que la OPA para hacerse con la práctica totalidad de la red de transmisión televisiva choca, a priori, con la legislación italiana, que establece en un 51% la participación mínima del Estado en las empresas públicas.

Aun así, el político y magnate, que ya dispone de 3.200 torres de transmisión a través de EI Towers, ha lanzado una OPA para hacerse con el 66% de las acciones de Rai Way, una empresa participada al 65% por el Estado italiano y que dispone de 2.300 torres.

Lo sospechoso del asunto es que, si bien la oferta a RCS-Rizzoli trata de aprovechar las penurias económicas por las que atraviesa el grupo que edita el diario Corriere della Sera, la OPA sobre Rai Way se produce después de que la RAI sacara a Bolsa la compañía en noviembre a raíz del recorte de 150 millones de euros que le aplicó el Gobierno de Matteo Renzi. Ya por entonces, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Beppe Grillo advirtió de que aquella operación le olía a chamusquina e incluso sugirió que podría tratarse de un pago de Renzi a Berlusconi por ayudarle a sacar adelante algunas de sus reformas.

El primer ministro italiano ha salido al paso diciendo que es “una operación de mercado, no política” y asegura que el Ejecutivo no cambiará las leyes antimonopolio para favorecer al excavaliere. A la espera del desenlace de ambas operaciones, no hay duda de que Berlusconi vuelve a tomar la iniciativa lanzando un mensaje a Renzi: si no me aceptas como socio en el Gobierno, me tendrás que aceptar como socio en el Estado.

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