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El Hay de las ideas

En una década el evento ha dejado de centrarse en lo literario para ser un foro de debate

El periodista inglés John Carlin estaba desayunando en el hotel Santa Clara —el epicentro cultural y artístico de esta ciudad durante el último fin de semana de enero— cuando se enteró de que el Gobierno de Sudáfrica le había concedido la libertad condicional a Eugene de Kock, el comandante de los escuadrones de la muerte del apartheid, que cumplía desde hace dos décadas una condena de dos cadenas perpetuas más 212 años de cárcel. Ese hecho transformó lo que en principio parecía la oportunidad de revisar el legado de Nelson Mandela a poco más de un año de su muerte para convertir su charla, moderada por el periodista y editor venezolano Sergio Dahbar, en un alegato contra el fanatismo y la necesidad de cerrar las heridas dejadas por los conflictos pasados.

El azar ha querido que en esta edición del Hay Festival se confirme lo que poco antes de la inauguración dijo a este diario la directora para América Latina del evento, Cristina Fuentes La Roche: que en una década el evento había dejado de ser una cita solo centrada en lo literario y en el proceso de creación para convertirse en un "Hay de ideas". No es solo la presencia en el cartel de científicos como Andrew Solomon o Steven Pinker, sino una idea que cobra cuerpo en las tertulias programadas por la organización.

Carlin respaldó sin saberlo esas palabras de Fuentes la Roche cuando repasó las razones por las cuales Sudáfrica había liberado a este criminal confeso, apodado Prime Evil, que tenía un guiño siniestro cada vez que quería dar una orden a sus matones: levantarse las gafas. "Si yo lo hubiera sabido en la entrevista que tuvimos no lo hubiera dejado mover las manos", bromeaba el autor de El factor humano y de Pistorius.

El reportero había leído en un artículo que dos de los familiares de las víctimas de los crímenes ordenados por De Kock estaban de acuerdo con pasar la página en aras de seguir abonando la idea del perdón y la reconciliación nacional, el proyecto vital de Mandela hasta su muerte. "Sudáfrica es un ejemplo de lo que muchos países en conflicto deberían aprender", dijo. "Palestina e Israel siguen estancados en el eterno ojo por ojo", agregó.

Ese llamado a aparcar los rencores también emergió en el teatro Adolfo Mejías en dos tandas: en la primera, durante el mediodía soleado y húmedo de Cartagena de Indias, la periodista colombiana Jineth Bedoya aprovechó para contar cómo cada vez que había partidos de la primera división del fútbol colombiano se incrementaba la violencia intrafamiliar al término de la jornada. No había en sus palabras un afán por denunciar las inequidades de género, sino también un llamado a incentivar un cambio en el modo de pensar la violencia contra la mujer.

Bedoya, que entrevistaba a Laura Bates, fundadora del everyday sexism project, una colección de más de 80.000 testimonios de mujeres víctimas de la desigualdad de género, ha abandonado el relativo bajo perfil de los periodistas de diario de este país –en el diario El Tiempo, por ejemplo, no se firman las informaciones– después de ser víctima de una violación y está dedicando su vida a concienciar a la sociedad sobre los modelos culturales de violencia que se reproducen en el comportamiento sin que las personas pongan especial atención en ellos. Contó cómo La Champeta, un baile popular del Caribe colombiano, es en realidad combustible para las agresiones contra la mujer porque la muestra como a un objeto prescindible. "No se trata de que yo esté en contra de lo que le gusta a la juventud", explicó.

Al final de la entrevista, alguien le preguntó sobre la ausencia de mujeres colombianas en el proceso de paz. Era una pregunta que la descolocó y quizá fue el único momento de la jornada en el que abandonó el discurso de la inclusión por el de la mera denuncia “No puede ser que en este país la paz solo sea discutida por hombres, que empezaron una guerra que ha sido muy sufrida por las mujeres”.

En la segunda tanda, cuando el calor dejaba de apretar y empezaba a soplar una brisa fresca desde la playa vecina a la ciudad amurallada, donde ocurren todos los eventos, aparecieron sobre el proscenio del teatro Adolfo Mejías los colombianos, Santiago Gamboa -autor, entre otros libros de Vida feliz de un hombre llamado Esteban- y Sergio de la Pava y la chilena Lina Meruane, premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2012 por su novela Sangre en el ojo. Pero esta vez, Meruane, convocada en una mesa que hablaría sobre cómo se narra a las víctimas en la literatura, terminó conversando de una obra más reciente, Volverse Palestina, que es una crónica con un visible sustrato periodístico.

"Para que una sociedad sane es necesario entender cada uno de los lugares desde los que hablan las víctimas", dijo. Y cuando le preguntaron por el rol del escritor en ese tipo de debates que pretender fomentar la convivencia y cerrar las heridas de los conflictos no quiso perder la oportunidad para que los que no lo son también se sumen desde su coto: "No es solo un rol del escritor o de la literatura; tiene que haber voluntad política para superar el pasado". La guinda del pastel la puso de la Pava: "La violencia es el lenguaje del idiota".

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