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CRÍTICA | EXODUS (DIOSES Y REYES)
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La guerra de Dios

Lo que más sorprende de la película es su carácter político: la acentuación, más que nunca, de la mano de hierro de Dios

Javier Ocaña
El actor Christian Bale en 'Exodus (Dioses y reyes)'.
El actor Christian Bale en 'Exodus (Dioses y reyes)'.

“Morirán todos los primogénitos de Egipto, desde el primogénito del Faraón hasta el de la sierva que atiende el molino (...) para que sepáis que el señor distingue entre egipcios e israelitas” (Éxodo, 11. 5). Es probable que la mayoría de comentarios alrededor de Exodus (dioses y reyes), acercamiento de Ridley Scott al relato bíblico del camino físico y moral de liberación del pueblo hebreo desde la esclavitud en Egipto hasta la llegada a la Tierra Prometida, estén asentados en su carácter de superproducción en tres dimensiones, en su epopeya, en su aventura, en su drama filial y en la mayor o menor espectacularidad, salvando las distancias de los tiempos, entre su escena de la apertura de la aguas del Mar Rojo, de objetivos más realistas que mágicos, y la creada por Cecil B. De Mille para Los 10 mandamientos (1956). Sin embargo, lo que más sorprende de la película es sin duda su carácter político: la acentuación, más que nunca, de la mano de hierro de Dios, su carácter de férreo guía de Moisés en su camino y que, a pesar de su representación virginal, sus acciones y mandatos contengan un carácter tan revolucionario que linda peligrosamente con la más oscura de las venganzas.

EXODUS (DIOSES Y REYES)

Dirección: Ridley Scott.

Intérpretes: Christian Bale, Joel Edgerton, Ben Kingsley, María Valverde, Aaron Paul.

Género: bíblico. EE UU, 2014.

Duración: 150 minutos.

En el aspecto técnico, Scott se aplica en la imponencia de las tomas cenitales e impone su experiencia para conformar una obra cinematográficamente irreprochable, en la línea de algunos de sus últimos trabajos, atildados en la forma pero nunca sorprendentes y únicos, como sí lo fueron sus primeras películas. En el organigrama narrativo, a las diez plagas no le hubiesen venido nada mal ser solo tres o cuatro porque, aunque comienzan con la espectacular escena de los cocodrilos, se hacen más reiterativas que dolorosas y al final apenas queda tiempo para uno de los temas más interesantes del relato: las dudas del pueblo con Moisés en su extenuante peregrinación, representadas en el episodio del becerro de oro, que apenas dura 20 segundos.

De modo que lo más demoledor en Exodus, con diferencia, resulta ser su vertiente política, que abre la veda a múltiples interpretaciones y paralelismos. Así, Dios, aun representado por Scott y sus guionistas como un crío, es un personaje iracundo y salvaje, de un exceso cercano al fanatismo en sus divinos actos de liberación del pueblo hebreo; un Dios al que ni siquiera le importan los daños colaterales en el inocente pueblo egipcio ajeno al brillo corrupto de sus gobernantes. Una actitud, en fin, extrapolable a variadas situaciones y actitudes absolutamente contemporáneas de uno y otro extremos del arco geopolítico y religioso de la zona.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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