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Regreso a la nieve, la avaricia y la genialidad de ‘Fargo’

La serie y la película de los hermanos Coen son completamente diferentes pero comparten espíritu y ambientes

Guillermo Altares
Billy Bob Thornton en un fotograma de la serie 'Fargo'.
Billy Bob Thornton en un fotograma de la serie 'Fargo'.

Joel y Ethan Coen han dirigido 16 películas. Transcurren en espacios y momentos que no pueden ser más diferentes, desde el viejo oeste hasta el principio de los años sesenta o la Gran Depresión, desde las llanuras heladas de Minnesota hasta los despachos de la CIA en Washington o el ambiente bohemio del Village en los tiempos del primer Bob Dylan. La variedad es tan grande que se podría decir que el conjunto de sus filmes forma un mosaico de la historia de Estados Unidos. Pero no importa que se trate de A propósito de Llewyn Davis, El Gran Lebowsky o Valor de ley, hay algo imposible de definir pero que se percibe inmediatamente que hace que las películas de los hermanos Coen sean siempre reconocibles: algo único en los personajes, en los ambientes, en los diálogos, en el guion, algo que hace que los Coen sean siempre los Coen. Es un toque que parecía imposible de imitar. Hasta ahora: la serie Fargo, inspirada por la película del mismo título y que actualmente emite Canal Plus, logra reproducir ese ambiente único.

En principio, el filme que estrenaron los Coen en 1996 y la serie de 2014 (de la que son productores ejecutivos) no tienen nada que ver más allá del título (y de la mezcla de frío, nieve, avaricia y estupidez en la que se mueven casi todos sus personajes). La primera transcurre en 1987 en un pueblo llamado Fargo, en Dakota del Norte, la segunda en 2006 en un lugar conocido como Bemidji, en Minnesota. En los dos hace mucho frío y en ninguna de las dos localidades se puede decir que la gastronomía y la dieta mediterránea sean una prioridad de sus habitantes.

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La advertencia inicial —“Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas; por respeto a los muertos se ha contado todo tal y como ocurrió”— se repite en la pequeña y en la gran pantalla aunque se trata de una tomadura de pelo en las dos: nada de lo que se cuenta está basado en hechos reales. El humor negro está también en el centro de los 90 minutos de la película y de los diez capítulos de una hora de la serie: el espectador suelta unas cuantas carcajadas mientras lamenta reírse de cosas que no tienen ninguna gracia.

“Se podría llamar un homenaje a la película”, dijo Noah Hawley, el guionista y productor ejecutivo de los diez episodios en una entrevista con The New York Times. “Me contrataron para crear algo que despertase sentimientos parecidos a los que levantaba la película. Pero no me dieron consignas o limitaciones: me di cuenta de que, con las instrucciones de hacer un filme de los Coen, puedes rodar cosas que normalmente son imposibles en televisión”. El reparto cuenta con un viejo conocido de las películas de los hermanos, Billy Bob Thornton, como un psicópata implacable que convierte en un casi un pacifista al personaje de Javier Bardem en No es país para viejos, y con actores como Colin Hanks, Martin Freeman (Watson en la versión de Sherlock de la BBC) o el veterano Keith Carradine.

Frances McDormand en una imagen de la película 'Fargo'.
Frances McDormand en una imagen de la película 'Fargo'.

Los dos guiones sólo tienen un sorprendente punto de conexión. En ambas, una historia policiaca brutal se cuela en medio de una cotidianeidad que parecía congelada por las grandes nevadas del Medio Oeste. Al igual que en el filme, dos personajes se salvan de la estupidez en la que chapotean casi todos los demás protagonistas: son dos mujeres policía, Francesc McDormand como Marge Gunderson en la película, en un papel que le valió el Oscar, y Alison Tolman como Molly Solverson en la serie.

“Por lo menos tres veces por semana alguien se me acerca y me dice algo sobre Fargo. O me cruzo con alguien en Nueva York y me lanza una frase de la película”, aseguró McDormand en una entrevista reciente sobre su papel de policía embarazada. Esto es lo que escribió Ángel Fernández-Santos sobre aquel papel en la crítica que, bajo el título de La suave dinamita de Fargo, publicó este diario cuando se estrenó en salas: "El reparto roza lo insuperable, pues la panda de imbéciles ciudadanos de la ciudad de Fargo, y los dos descerebrados criminales que se encargan de descerebrarlos a ellos, no tiene desperdicio, sobre todo si a esta gentuza se añade la presencia, en mágico contrapunto, que borda, primero junto a ellos y finalmente frente a ellos, la maravillosa Frances McDormand".

En ambos casos, una brutal historia se cuela en medio de la cotidianidad

Fargo es junto a El Gran Lebowski la película de los Coen que más fans incondicionales ha capturado y sin duda una de las películas estadounidenses más importantes de los últimos 30 años que se transmite de generación en generación. Por eso, la serie planteaba un problema que parecía insuperable: todo el mundo tenía su propio Fargo en la retina. “Volví a ver sus filmes y me pregunté: ¿qué hace que una película de los Coen sea una película de los Coen?”, escribió Noah Hawley en The Hollywood Reporter. “El problema con Fargo es que no es una película de policías, es una historia basada en hechos reales pero que en realidad no lo eran”. Desde el principio, los Coen se implicaron en el proyecto pero también dejaron muy claro que la televisión no era su medio. Preguntado sobre la reacción de los hermanos, Hawley, responsable de la serie Bones, respondió: “Cuando vieron el episodio piloto, Ethan dijo: ‘Yeah’. Me explicaron luego que eso significa que le gustó mucho”. No es aventurado decir que la mayoría de los espectadores tendrán una respuesta similar cuando hayan terminado de ver los diez capítulos y se sentarán a esperar la segunda temporada rezando, eso sí, para que el destino no les depare una larga estancia invernal ni en Fargo ni en Bemidji fuera del calor de una pantalla.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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