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ARTE / REPORTAJE

7.35, hora impresionista

El trabajo de un grupo de historiadores del arte franceses cruzado con el de un equipo de astrofísicos de Texas permite datar el instante en que Monet pintó 'Impresión, sol naciente'

Joseba Elola

Debían de ser las 7.35 de la mañana y el viento soplaba, débil, procedente del Este. Corría el 13 de noviembre de 1872, el día había amanecido brumoso en el puerto de El Havre. Claude Monet abrió la ventana de su habitación en el hotel de L’Amirauté, ubicado sobre el gran muelle de esta ciudad de la Alta Normandía, Francia. No queda del todo claro si se alojaba en el segundo o en el tercer piso porque, años más tarde, los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial se llevaron el hotel y la ciudad portuaria por delante; pero todo apunta a que estaba situado a unos once metros de altura sobre el nivel del mar en el momento en que se sentó frente al lienzo.

Ante su mirada, el puerto se despereza, las chimeneas echan humo, humo que se desplaza de izquierda a derecha, ergo, viento del Este. Una pequeña embarcación con dos pescadores a bordo cruza el puerto, y la llamada esclusa de los Transatlánticos está abierta; ergo, hay marea alta. Monet se apresta, sin saberlo, a pintar una obra que pasará a la historia.

Estos datos no se conocían hasta hace apenas tres meses. Es más, se daba por buena la versión del reputado historiador y marchante Daniel Wildenstein que, en su catálogo razonado publicado a finales del siglo pasado, situaba la fecha de realización de Impresión, sol naciente en la primavera de 1873. Pero el trabajo de un grupo de historiadores del arte franceses, cruzado con el de un equipo de astrofísicos de la Texas State University, arroja nueva luz sobre las incógnitas que siempre han rodeado la obra que dio nombre al movimiento que abrió el camino a las vanguardias.

Impresión, sol naciente siempre estuvo envuelto en un halo de misterio; cuando no, de polémica. Como si su historia estuviera marcada por esa bruma que rompe un hipnotizante sol naranja.

Generó reacciones encontradas desde su misma presentación en sociedad, hace ahora 140 años, en el antiguo estudio del fotógrafo Nadar, refugio para artistas rechazados en aquellos días de la primavera de 1874. El crítico Louis Leroy lo recibió con comentarios despectivos, mofándose de la obra: “Tratado por la mano infantil de un escolar que esparce por primera vez colores en una superficie cualquiera”, escribió. Y a partir de entonces, la reventa por cuatro perras —210 francos—; la indiferencia, el baile de títulos, el escondite para huir de los bombardeos de la guerra, su reconocimiento —mediada ya la década de los cincuenta—, el crecimiento del mito… y, en paralelo, el desarrollo de la leyenda, los misterios, el debate: ¿cuándo se pintó?, ¿qué representa?, ¿atardece o amanece? Una exposición conmemorativa emprendida por el museo que alberga la obra, el Marmottan Monet de París, con motivo del 140º aniversario de la presentación en sociedad de la obra, intenta despejar algunas incógnitas.

Fue hace dos años cuando la historiadora del arte Marianne Mathieu desembarcó en este pequeño museo tras 15 años como responsable de las exposiciones internacionales del Museo de Orsay. Enseguida se dio cuenta de que cada vez que tenía que explicar la historia del cuadro-faro del impresionismo a los visitantes, recurría a fórmulas mil veces repetidas. “No encontraba las palabras adecuadas para describir la obra”, relata en conversación telefónica, “me desconcertaba”.

Echando mano de trigonometría para calcular la posición del sol, Olson cruzó los datos con los de las mareas y concluyó que solo había 19 fechas posibles

Había que resolver de una vez para siempre el debate de si representaba un amanecer o un atardecer, equívoco inducido por el título con el que apareció la obra en un catálogo de venta del 5 de junio de 1878: Impresión, puesta de sol; identificar el lugar exacto en que fue pintado; explicar qué representa. E intentar resolver el debate abierto, hace más de cuarenta años, por Wildenstein, al afirmar que la obra había sido compuesta en abril de 1873 a pesar de que junto a la firma de Monet aparece el número 72.

Mathieu emprendió junto al historiador del arte Dominique Lobstein un estudio iconográfico. Con un análisis mediante rayos infrarrojos, concluyeron que la obra había sido pintada de una sola sentada —algo habitual en este pintor que dio sus primeros pasos como caricaturista—, lo que permitía poner fecha al día en que fue abordada. Identificaron los muelles de El Havre, recurriendo a viejas fotografías; observaron que la esclusa del puerto aparece abierta, luego había marea alta. Los almanaques de la época permitían conocer los flujos marinos. Poco a poco, fueron cerrando el número de fechas posibles, hasta llegar a un total de cinco. “Esos resultados precisaban de un análisis científico”, explica Mathieu. Momento en el cual decidieron recurrir a Donald W. Olson.

El ingeniero astrofísico norteamericano había publicado en febrero de 2014 un artículo datando otra obra de Monet, Étrerat, atardecer. Es conocido por poner fecha y hora a obras como Noche estrellada, de Edvard Munch; o Casa blanca en la noche, de Vincent van Gogh. “Yo ya llevaba 15 años estudiando Impresión, sol naciente”, cuenta por teléfono desde su despacho en la universidad texana, donde imparte clases de astronomía en el arte, la historia y la literatura. Este hombre al que le gusta presentarse a sí mismo como un detective celestial —por aquello de que estudia los cielos de las obras de arte—, encontró dos elementos nuevos que permitían hacer avanzar la investigación, según explica: mejores fotos históricas de El Havre; y observaciones meteorológicas disponibles en Internet. Compró por eBay nuevas fotos históricas procedentes de dos coleccionistas franceses, y analizó los partes meteorológicos: había uno, de las ocho de la mañana de cada uno de los días de 1872 y 1873. “Me gusta decir que el hombre que hacía las observaciones para elaborar los partes podría haber visto pintar a Monet en aquella mañana; estaba ubicado muy cerca de él, según la posición en la que, dedujimos, estaba situado el pintor”.

Echando mano de trigonometría y de algoritmos informáticos para calcular la posición del sol, cruzó los datos con los de las mareas y llegó a la conclusión de que solo había 19 fechas posibles en que Monet podría haber pintado el cuadro. Al sumar la información de los partes meteorológicos, se quedaron en seis. La dirección del viento, que soplaba del Este, como muestra el humo de las chimeneas del muelle de Bois, situado a la izquierda en el cuadro, redujo las posibilidades a dos. Según el equipo de astrofísicos de Texas, Impresión solo pudo ser pintado el 13 de noviembre de 1872 o el 25 de enero de 1873. “Esto es lo que nos decía la ciencia”, concluye Olson, “y el museo se decantó por la primera fecha”.

Mathieu se muestra firme en este punto: “No encontramos ninguna razón objetiva para poner en duda la firma que el artista estampó en la obra”. La historiadora, que es comisaria de la exposición que permanecerá en el museo hasta el 18 de enero de 2015, asegura que los análisis con infrarrojos, además, tampoco permitían dar por buena la hipótesis de Wildenstein de que la obra hubiera sido datada a posteriori.

El director del Museo Reina Sofía reconoce el valor de iniciativas como la de este museo parisiense. Manuel Borja-Villel realizaba visitas guiadas a las salas de pintores del siglo XIX en el Museo Metropolitan de Nueva York en los años ochenta. Se recuerda a sí mismo explicando cuadros de Monet con emoción, a pesar de que hoy, muestras de grandes artistas como el pintor francés se hayan convertido, en su opinión, en fenómenos blockbuster, elementos para el gran consumo. Dicho lo cual, saluda la mezcla de disciplinas que abre un trabajo como el emprendido por el Marmottan Monet. “Lo interesante es ver la transversalidad”, afirma, “astrofísicos hablando de arte y viceversa”.

Monet es un colorista de primer orden”, dice la comisaria Mathieu

La exposición, inaugurada en septiembre, arranca con toda una muestra de las obras y autores que influenciaron al pintor parisiense. Una relajante colección de atardeceres jalona el primer tramo del recorrido por sus salas, con soles que se acercan al horizonte y bañan el paisaje de luz crepuscular. Los firman Turner, Boudin, Jongkind.

La muestra deja claro que Monet quedó deslumbrado por Turner cuando se fue a vivir a Londres, en 1870, huyendo de la convocatoria a filas para la guerra franco-prusiana. Ahí se empapó de la luz del gran renovador de la pintura inglesa de principios del siglo XIX, una de sus grandes influencias. La exposición acoge cinco obras de Monet (y cuatro de Boudin) sobre el puerto de El Havre hasta llegar a Impresión, cuya exhibición se acompaña de almanaques de la época, mapas explicativos y viejas fotografías de El Havre.

Esos trazos de pasta espesa, de naranjas cálidos mezclados con blanco para evocar un reflejo sobre el nebuloso puerto siguen emocionando a la comisaria Mathieu, que califica la paleta de Monet de “audaz”. En el reflejo del sol sobre las aguas se concentra toda la fuerza de esta obra. “Monet es un colorista de primer orden”, dice, “es el hombre que, en una sesión, va a reproducir el paisaje tal y como lo percibe”. Su compañero en el comisariado de la exposición, Dominique Lobstein, insiste. “Monet no es un inventor, él transcribe la realidad. Si ve un muro, pinta un muro”.

Richard Thomson, profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Edimburgo, sostiene que Impresión no es un cuadro demasiado representativo de la obra del autor de la célebre serie de nenúfares. Este experto, que no tiene nada que ver con la muestra parisiense y que fue parte del equipo que organizó la retrospectiva de 2010 sobre Monet en Le Grand Palais (París) se atreve incluso a decir que se trata de un “registro privado de algo que vio”, una obra casi inacabada. “Fue honesto al bautizarla con el nombre de Impresión, sol naciente”, asegura por teléfono desde su despacho en la universidad escocesa. “Monet hubiera estado muy enfadado si hubieran dicho que este cuadro era una obra maestra”, sostiene. “No estaba completamente acabado”.

Dominique Lobstein disiente profundamente del análisis de Thomson. “Monet solo firmaba cuando los cuadros estaban acabados. En esos días está en un periodo en que necesitaba desprenderse de todas las enseñanzas que había recibido. Cuando lo pinta, está en un momento muy importante de búsqueda estética”.

La obra pasó inadvertida durante muchos años. Días después de su presentación, el 15 de abril de 1874, en el atelier del fotógrafo Nadar, en el número 35 del Boulevard des Capucines, recibió la mofa del crítico Louis Leroy. “Como siempre ocurre con las obras denominadas de vanguardia”, explica vía correo electrónico el crítico de arte Jean François Chévrier, “hay que examinar la relación entre las obras y los comentarios a los que dan lugar en la prensa. Que el cuadro de Monet desempeñó un papel en la formación de la etiqueta impresionismo es innegable. Pero esto no significa necesariamente que el cuadro sea representativo de las denominadas obras impresionistas”.

Una larga fase de indiferencia marca los primeros años de Impresión. Dos meses después de su exhibición, el coleccionista Ernest Hoschedé lo adquiere por 800 francos (121 euros). Y, cuatro años más tarde, se lo revende a Georges de Bellio por 210 francos (32 euros).

El propio Monet le dice a Hoschedé que quiere recuperar alguna de sus obras, recuerda Lobstein, pero ni siquiera menciona Impresión. “Se olvida de su cuadro”, dice el historiador, “lo descubrirá más tarde”. Concretamente, en 1789, cuando se celebra su exposición conjunta con Rodin. Reclama el cuadro para que sea expuesto. “Es entonces cuando es consciente de la importancia de lo que ha hecho. En los años setenta, cuando lo pinta, está en plena búsqueda estética y no se da cuenta de qué es importante en su obra”.

En 1894, Victorine Donop, hija de Georges de Bellio, hereda la obra. Para ese momento, Monet ya sabe que se trata de un cuadro muy importante en su carrera. Lo evoca en una entrevista que concede en 1898 al periodista Maurice Guillemot. “Explica la historia del cuadro”, recuerda Lobstein, “ya ha elaborado un discurso en torno a él”.

Impresión es reproducido por primera vez en un libro en 1906. Tras la Primera Guerra Mundial, cae de nuevo en el olvido. La Segunda Guerra Mundial la pasará, a salvo de los bombardeos, en el castillo de Chambord, donde lo esconden los propietarios del Museo Marmottan, a quien Victorine Donlop ha donado el cuadro. Y habrá que esperar a la década de los años cincuenta, hace apenas 70 años, para que, con la publicación en 1946 de la Historia del impresionismo, de John Rewald, la historia lo coloque en su lugar.

Han pasado años de crecimiento del mito y de sus misterios desde entonces. La muestra del museo Marmottan Monet añade un nuevo capítulo a la leyenda del cuadro pintado por Monet desde la habitación del hotel de L’Amirauté. Marianne Mathieu, por su parte, sigue investigando. “El dossier aún no está cerrado”, asegura. “Sigo buscando”.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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