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Bob Dylan y ‘las cintas del sótano’

Se publican las legendarias ‘Basement tapes’, grabaciones caseras de 1967

Diego A. Manrique
Bob Dylan, en 1967, en la época de las grabaciones.
Bob Dylan, en 1967, en la época de las grabaciones.Elliott Landy (©Elliott Landy, Landyvision, Inc.)

Desde 1991, cuando comenzaron a salir los volúmenes de The bootleg series, los seguidores de Bob Dylan están bien alimentados. Aparte de sus discos con material nuevo, se van editando joyas del archivo, las rarezas de estudio o de directo que nutrieron el mercado clandestino de los discos piratas (bootlegs, en inglés). La nueva entrega, el vol. 11, plantea un verdadero festín: The Basement Tapes Complete es una caja de seis CD, conteniendo 138 grabaciones de Dylan con The Band. Para los sensatos que prefieran economizar tiempo y dinero, se publica un resumen, The basement tapes raw, doble CD con 38 temas. Ambos lanzamientos llegan a España el martes 11.

Buscando su orígen, nos encontramos con un accidente de moto. En julio de 1966, cerca de su casa de Woodstock, Bob Dylan patina con su Triumph y queda malherido. Escasean los detalles sobre el incidente, algunos dylanólogos incluso niegan que ocurriera, pero, por esas fechas, cambia radicalmente de estilo de vida. Abandona momentáneamente las drogas más peligrosas —se supone que esa fue una de las causas del contratiempo: llevaba varios días sin dormir— y se reconvierte en feliz padre de familia: ya ha tenido el primer hijo con Sarah Lownds y otros tres llegarán, a razón de uno por año.

Recluido en las montañas del Estado de Nueva York, rechaza giras y entrevistas. Contempla impasible la eclosión de la contracultura en 1967, cómo si no fuera uno de sus responsables. Mientras la psicodelia despliega sus plumas multicolores, Bob vuelve a sus raíces: el country & western, el rhythm and blues, el folk y el blues que asimiló en la Universidad de Minneapolis y en el Nueva York bohemio. Tiene cómplices: ha convocado a The Hawks, el grupo que le acompañó en sus agitadas giras de 1965 y 1966.

La caja contiene seis CD con 138 grabaciones de Dylan y The Band

Tres de ellos viven en la cercana West Saugerties, domiciliados en The Big Pink (la Gran Casa Rosada, por estar pintada de ese color). En su sótano se reúnen entre marzo y septiembre de 1967, pero también lo hacen ocasionalmente en la residencia de los Dylan y en otra vivienda que alquilan Rick Danko y Levon Helm. Aunque la prioridad es registrar los nuevos temas de Dylan, las citas se convierten en jam sessions, donde se intercambian canciones: Bob es un ratón de fonoteca pero The Hawks han viajado mucho y, acostumbrados a acompañar vocalistas, son músicos proteicos. También, con excepción de Levon Helm, tienen pasaporte canadiense y eso tal vez explique que toquen varios temas de Ian & Sylvia, una pareja de folkies de Toronto.

A Garth Hudson, teclista del grupo, le encomiendan la tarea de grabarlo con tres micrófonos, un mezclador y un magnetofón Nagra. Las sesiones pueden degenerar en caos —cabe imaginar que se consumieron cigarritos de la risa y otras sustancias— y Hudson pierde algunas de las creacione espontáneas. Luego, archiva lo más acabado en cintas de carrete.

El origen está en un accidente de moto que ocurrió en Woodstock en 1966

Nadie tiene la sensación de estar haciendo algo revolucionario. Sin embargo, están definiendo una estética: un sonido oxidado, una atmósfera densa, con letras que parecen evocar fotos en sepia y pasajes biblicos; concientemente o no, están interactuando con un siglo de canciones e historia de América del Norte. Al año siguiente, cuando circulen las primeras cintas y se publique Music from Big Pink, primer álbum de The Band, el impacto será fenomenal: sugieren un remedio para la resaca lisérgica del Verano del Amor. Figuras como Eric Clapton hacen renuncia de sus excesos y buscan una expresión más ascética. Se reivindican los frutos de la tierra —el country de Nashville y Bakersfield— y la vida rural.

El devenir de Las cintas del sótano revela la ansiedad generacional por escuchar la música oculta del profeta-que-no-quiere-serlo. Desde los ambientes profesionales, saltan al gran público como parte de Great white wonder, el doble LP que abre el mercado de la piratería. Un irritado Dylan intenta imitar su concepto de cajón de sastre con Self portrait (1970), que es mal recibido. Finalmente, en 1975, accede a que se publique The basement tapes, también como elepé doble.

No es lo que los fans esperaban. Robbie Robertson, guitarrista de The Band, ha manipulado las grabaciones, metiendo efectos y nuevas partes instrumentales. Aprovechando la indiferencia de Dylan, añade ocho temas exclusivos de The Band, algunos hechos fuera de aquellos meses febriles. Nuevamente, serán los pirateadores los encargados de poner en el mercado colecciones más o menos completas de Las cintas del sótano. Aunque, aseguran desde Sony, ninguna es tan exhaustiva como la actual caja, The Basement Tapes Complete.

Folios sueltos en busca de música

Obviamente, es incierto el mito de que Bob Dylan se retiró de la música tras el percance con su moto. Tenía contratos que cumplir y los fue atendiendo lo mejor que pudo. A finales de 1967, publicó el sobrio John Wesley Harding. Cuando Dwarf Music, la editorial que gestionaba sus canciones, le pidió repertorio nuevo, respondió con las Basement tapes. En forma de acetatos (discos no comerciales, de fácil desgaste) se distribuyeron entre posibles "clientes". En EE UU, algunos temas fueron grabados por Peter Paul & Mary, The Byrds o directamente por The Band. En Europa, se convirtieron en grandes éxitos tanto "This wheel's on fire" (por Julie Driscoll) como "Mighty Quinn" (Manfred Mann).

La cosecha de 1967 fue extraordinariamente productiva, como ratifican los libros de Sid Griffin (Million dollar bash) y Greil Marcus (Invisible republic). Según recuerdan los músicos, un Dylan muy suelto improvisaba versos y melodías con total despreocupación, muchas veces en tono humorístico. O se presentaba con textos que eran musicados por Rick Danko o Richard Manuel, miembros ya fallecidos de The Band.

Muchas de aquellas letras quedaron huerfanas, sin música. Hasta que fueron ofrecidas al productor T-Bone Burnett, que seleccionó unas veinte. Han sido acabadas en Los Ángeles por admiradores como Elvis Costello, Marcus Mumford o Jim James, colaborando bajo el nombre colectivo de The New Basement Tapes. El resultado, Lost on the river (Universal), también se publica el 11 de noviembre. Aunque el tono es reverencial: no esperen encontrar allí la locura de la Gran Casa Rosada.

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