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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La búsqueda

Para un amigo mío, Paco de Lucía tenía algo de los personajes de Clint Eastwood. Contundente, sobrio, inescrutable y, por encima de todo, un salvaje profesional

David Trueba

En el documental sobre Paco de Lucía que su hijo Curro Sánchez Varela andaba poniendo en pie cuando la muerte atrapó al guitarrista en las playas de Tulum se ofrecen algunas claves para comprender al personaje. Estrenado esta semana, apenas meses después del fallecimiento, cuando quizá aún no somos conscientes de la enorme pérdida, Paco de Lucía. La búsqueda posee la habilidad de centrar en la peripecia del guitarrista la estructura narrativa. Y colgar de ella los apuntes más esclarecedores de su compleja personalidad. Para un amigo mío, Paco de Lucía tenía algo de los personajes de Clint Eastwood. Contundente, sobrio, inescrutable y, por encima de todo, un salvaje profesional. No desengaña en las declaraciones contenidas en el documental. Desde la infancia pobre en la que observa la desolación de los padres ante las carencias materiales, hasta la dignidad de quien se ha hecho rico sin perder el pudor.

El humor, que fue su manera de zumbar a la realidad, le sirvió para vadear los momentos malos. Pero no deja de asomar la bruma de la depresión, de la insatisfacción perpetua, de la exigencia y el criterio propio para desarmar las críticas de los puristas cuando tocaba machacarlo, pero también la aún más peligrosa tendencia al elogio automático cuando tocaba encumbrarlo. Es cuando se reconoce aprendiz y trabajador a destajo de la guitarra cuando mejor se le comprende. Y entre las joyas del documental queda una rememoración de la amistad profesional con Camarón de la Isla que elude la sentimentalización y la edulcorada memoria, sino que nos devuelve la dificultad de comunicación, el respeto y los silencios de un cercano pero salvaje western.

Contiene además una anécdota muy recomendable sobre cómo la perspicacia de Jesús Quintero le abrió las puertas de la televisión y ese trampolín lo acercó a una población que sabía tan poco de guitarra española como de casi todo lo demás. Ahí corremos a preguntarnos dónde ha quedado la excelencia, sepultada bajo la soberbia de la zoquetería. Porque Paco de Lucía es el producto de una España trágica, que no se acaba de ir nunca del todo, y que, para consuelo de desesperados, fabrica de siglo en siglo un par de artistas inmortales como él.

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