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Hace 50 años

Todo empezó la mañana del 18 de febrero de 1965, en 'Ràdioscope'

El cantautor Joan Manuel Serrat.
El cantautor Joan Manuel Serrat. Jordi Socías

Todo empezó la mañana del 18 de febrero de 1965. Ràdioscope era uno de los programas más populares de la radio catalana, se retransmitía a diario y en directo desde el estudio Toresky de Radio Barcelona. Esa mañana Salvador Escamilla, su creador, presentó a un joven del Poble Sec barcelonés que había escrito algunas canciones en catalán. Y no solo le abrió las ondas de la radio más escuchada del momento sino que lo recomendó a la discográfica Edigsa, la que cortaba el bacalao en cosas de cançó catalana. Así, en cosa de pocas semanas un aún desconocido Joan Manuel Serrat pasó a grabar su primer disco, e incorporarse, previo examen, a Els Setze Jutges (fue el miembro número trece) e iniciar sus primeros conciertos públicos (el primero en mayo de ese año en Esplugues de Llobregat).

Ahí comenzó todo pero la historia había empezado un poco antes, exactamente el 27 de diciembre de 1943. Ese día al segundo hijo de Josep y Ángeles le pusieron por nombre Joan Manuel. Un niño espabilado que estudiaría para perito agrícola mientras aprendía a manejarse con una guitarra y se dejaba impresionar tanto por la canción francesa como por la copla, la zarzuela o el tango. De esa impresión surgió El mocador, su primera canción, y el inicio de una de las carreras artísticas más importantes del siglo XX. Una carrera que ya comenzó como tal. Serrat no entró en Els Setze Jutges con una idea de reivindicación de la lengua y la cultura o como una afición complementaria a un trabajo "más serio". Serrat quería ser cantante y estaba dispuesto a conseguirlo, probablemente por ello fue el primer Jutge que se profesionalizó y el único de los trece iniciales que edificó una carrera de continuidad que le llevará a celebrar el próximo febrero los primeros cincuenta años en la profesión (una cifra que se dice rápido pero de la que muy pocos en la Península pueden presumir).

En cosa de pocas semanas un aún desconocido Joan Manuel Serrat pasó a grabar su primer disco, e incorporarse, previo examen, a Els Setze Jutges

A aquel primer mocador, que figuraba también en su primer disco, siguieron algunas canciones que marcarían indefectiblemente el panorama catalán (y la estela aún dura): Ara que tinc vint anys, Cançó de matinada, Paraules d'amor o La tieta. Ya en 1967 Serrat realizó sus primeros conciertos en solitario en el barcelonés Palau de la Música Catalana, la meca soñada de cualquier músico, e inmediatamente después protagonizó su primer especial televisivo cantando en catalán para todo el estado.

El paso siguiente era lógico y coherente: cantar en castellano, a pesar de la oposición de muchos de sus compañeros de la cançó, y de ahí a Eurovisión, que todavía era un festival serio, un simple suspiro. Pero todo se lió alrededor de ese festival, al final Serrat declinó participar (fue Massiel y ganó) pero dejó la canción grabada en varios idiomas para demostrar su apertura de miras. Su público ya no era solo el catalán o el español, su público estaba en todo el mundo y se lanzó a demostrarlo.

Mientras América Latina le abría las puertas de par en par, en España la censura franquista maltrataba alguna de sus canciones y más tras su encierro en Montserrat protestando contra el juicio de Burgos en 1970 o, en 1975, sus declaraciones contra los fusilamientos del régimen español. La continuación fue un año de exilio, un regreso apoteósico y su imagen convertida en uno de los iconos de la transición apoyando a Felipe González.

Lleva más de veinte años diciendo que hace veinte años que dice que tiene veinte años, que todavía tiene fuerza, que no tiene el alma muerta y siente hervir la sangre. Y los que quedan

A partir de ahí Serrat ha vivido con un pie en la Península y otro en el continente americano y sería difícil afirmar en qué lado del Atlántico es más querido y respetado. En Argentina o Chile lo sienten tan suyo como en el mismísimo Poble Sec barcelonés. Y, en realidad, así es porque Serrat ha conseguido convertirse en un sentimiento colectivo fácilmente compartible más allá de atisbos geográficos. Los Cantares o la Saeta de Antonio Machado, el Para la libertad de Miguel Hernández o sus propias Mediterráneo, Hoy puede ser un gran día, Pare o Tu nombre me sabe a yerba son ya canciones populares en todo el sentido de la palabra, de esas (pocas) que se seguirán cantando incluso cuando su autor haya desaparecido de la memoria colectiva porque son canciones que forman parte de esa memoria colectiva independientemente de quien haya sido su autor.

De la guitarra solitaria a la orquesta sinfónica, de las canciones propias a las versiones de la nova cançó o del cancionero latinoamericano, de la música tradicional a la poesía con mayúsculas (de Machado a Salvat Papasseit), de la democracia a la ecología, del amor al desamor, ... Todo cabe en el universo serratiano, el de todos, y escuchándole en cualquiera de esos contextos se comprende que no es casual que lleve ya (el galimatías es suyo) más de veinte años diciendo que hace veinte años que dice que tiene veinte años, que todavía tiene fuerza, que no tiene el alma muerta y siente hervir la sangre. Y los que quedan.

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