_
_
_
_
_

Ryan Adams, un renacimiento a medias

Su nuevo álbum se escucha tan fácil, con esos estribillos pegadizos, que casi hace olvidar que es rock atascado en la repetición mimética de patrones

El cantante Ryan Adams, en una imagen promocional.
El cantante Ryan Adams, en una imagen promocional.

Hacía tres años que Ryan Adams no publicaba disco. Es su periodo más largo de inactividad desde que dejó Whiskeytown en 1999 y empezó a grabar con su propio nombre en 2000. El hombre es tan prolífico que resulta difícil incluso elaborar una discografía oficial, pero parece haber acuerdo en considerar que son 13 álbumes en 11 años, una lista que incluye Orion, una epopeya heavy metal de ciencia ficción editada solo en vinilo. Uno de esos chistes que se ríen y se archivan. Adams tiende a confundir lo excéntrico con lo creativo.

Ryan Adams hace el número 14 y funciona, desde el título, como una forma de renacimiento no planeado. Una enfermedad le afectó al oído y le obligó a parar. Se recuperó, afirma, con terapias alternativas de dudosa raíz científica. Quizás tuviera algo que ver también que dejó la mayoría de sus vicios.

Así que fresco y renovado retomó el trabajo. Primero como productor. Él es el responsable de The voyager de Jenny Lewis, un auténtico desaguisado ochentero que ya anticipaba su última ocurrencia: una vuelta a la música de su adolescencia.

Así se entiende que con casi 40 años, haya editado Ryan Adams y, en paralelo, un EP de canciones que pretenden ser hardcore (son solo temas acelerados para no llegar a los dos minutos). Lo ha titulado 1984, que es el año de referencia de ambos lanzamientos. Pero si uno, 1984, se acerca al underground de ese año, Ryan Adams vive en el rock comercial. En aquellas producciones melosas de Jeff Lynne, Dave Stewart o Don Was, que supervisa este disco. En el sonido de Dire Straits o del Springsteen de Tunnel of Love. La mayoría de las canciones son referenciales. Stay with me parece salido de Southern accents de Tom Petty. Shadows es puro U2 de mediados de los ochenta. Tired of giving up es un medio tiempo melodramático a lo Elton John con Fender, como los de Bryan Adams. Sí, Bryan, no Ryan.

Y la verdad es que se escucha fácil. Las canciones le salen tanta con naturalidad, entran tan suave y tienen estribillos que se pegan tan profundamente a la primera que casi consigue hacer olvidar que es rock atascado en la repetición mimética de patrones. Es un problema global. El rock de raíz se ha convertido en un estilo comodón y blandito y sin ideas propias. Un circuito con una base de fans numerosa, pero cada vez más avejentada. Se alimentan de las propuestas de medios, principalmente blogs, que parecen regocijarse con todo lo que huela a añejo y desdeñar cualquier intento de innovación. Ryan Adams es otro disco bonito y hueco de un género que ha caído en un bucle de nostalgia paralizadora.

El álbum Ryan Adams está autoeditado por el artista a través de su sello Pax-Am.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_