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'Fargo', otra gran historia real inventada

Guillermo Altares

En sus memorias, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique recuerda un viejo dicho mexicano que viene muy bien para definir la serie Fargo, que se estrenó el domingo por la noche en Canal + Series (y que puede verse completa en Yomvi desde ese día): "Es como la cerveza de barril y la cerveza de botella: es lo mismo, nomás que diferente". En principio, la obra maestra de los hermanos Coen parecía imposible de imitar, es una película tan desmesuradamente buena que casi se ha convertido en un adjetivo: cuando algo se parece a Fargo sabemos perfectamente qué quiere decir. Esa mezcla de frío, nieve, avaricia y estupidez, en la que parece que solo hay un personaje inteligente (la policía que interpreta Francesc MacDormand), era un momento único, irrepetible, una de esas películas que, desde que llegan a los cines, sabemos que perdurarán, que nos cruzaremos con ella muchas veces durante nuestra vida. Sin embargo, desde el primer episodio de esta nueva serie escrita por Noel Hawley, nos damos cuenta de que estamos ante algo tan bueno como la película, "nomás que diferente".

"Lo podrías llamar un homenaje a la película", dijo Noah Hawley, el guionista de los diez episodios, en una entrevista con The New York Times. "Me contrataron para crear algo que despertase sentimientos parecidos a los que levantaba la película. Pero no me dieron consignas o limitaciones: me di cuenta de que, con las instrucciones de hacer un filme de los hermanos Coen, puedes rodar cosas que normalmente son imposibles en televisión". El resultado es, sencillamente, prodigioso, como si Fargo en vez de durar dos horas se prolongase hasta las diez horas, con la promesa además de otra temporada. Todo un festín.

Al igual que la película de los Coen, estrenada en 1996, empieza con un cartel que asegura que lo narrado se basa en hechos reales (“Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas; por respeto a los muertos se ha contado todo tal y como ocurrió”) y, al igual que ocurre con el original, es una tomadura de pelo: todo es pura invención. Al igual que en la película original, hace mucho frío y se produce un crimen en el ámbito de una familia. También la mayoría de los personajes demuestran una enorme capacidad para dejarse llevar por sus sentimientos más deplorables, la mezquindad, la estupidez voluntaria cegada por la avaricia, con la notable excepción, de nuevo, de una mujer policía (Allison Tolman), que es un oasis de sensatez en medio de la estulticia más profunda. Dicho esto, ni la historia ni los personajes tienen nada que ver (menos por un detalle que conecta las dos historias en un golpe de guion memorable). En la ciudad en la que transcurre, Bemidji, Minesota, los habitantes de Fargo podrían sentirse totalmente como en casa.

Cuanto menos se desvele sobre la trama, mejor. Es una caja constante de sorpresas, llena de personajes memorables, empezando por la citada policía protagonista y siguiendo con los dos malos, el despiadado Billy Bob Thornton y el lamentable (y magnífico actor) Martin Freeman. Hay tramas y subtramas estupendas, nada tiene desperdicio. Una de las claves de Fargo —y de los Coen en general— es su capacidad para el humor negro, lo que no es nada fácil: logran que nos riamos a carcajadas de cosas sencillamente horribles, de crímenes, secuestros, asesinatos... Y mientras nos reímos, sentimos que es lamentable soltar carcajadas... No se trata de una risa liberadora sino más bien todo lo contrario: es una risa profundamente inquietante. La serie logra mantener el ritmo y las sorpresas en todo momento y, cuando termina, sentimos que nos va a acompañar para siempre, entre el placer como espectadores y la pesadilla como ciudadanos. Porque sabemos que la avaricia, la mezquindad, la maldad, la miseria que nos cuentan en Fargo, la serie y la película, sí que están basadas en una interminable y genérica historia real de nuestra especie.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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