_
_
_
_
_

Una autopista en lugar del Coliseo

Rosi estrena en España el documental 'Sacro Gra', con el que ganó el León de Oro, y relata sus "larguísimos" tiempos de trabajo

Tommaso Koch
El director Gianfranco Rosi.
El director Gianfranco Rosi.NACHO LÓPEZ

La llaman la Ciudad Eterna. Cuna de imperios, hogar de papas, Roma asombra a vecinos y visitantes con su historia. Y con sus símbolos majestuosos, del Coliseo a San Pedro. Nada de esto, sin embargo, aparece en Sacro Gra. Sí, el documental —que se estrena hoy en España— habla de Roma, pero no luce ni la Fontana di Trevi ni las hermosas ruinas de los Foros. No hay en él ni un ápice de la ciudad que enamora a los turistas. De lo que trata Sacro Gra es de una autopista urbana, en concreto la más grande de Italia. La M-30 de Roma se llama Grande Raccordo Anulare (Gra), rodea toda la Ciudad Eterna, y recibe día sí y día también improperios y maldiciones de los romanos que la recorren, como suelta uno de los protagonistas del filme: “Puñetero Raccordo, blasfemaría todos los santos por ti”.

En el año en que la Roma de la nostalgia, la autoproclamada nobleza y la vacuidad obtuvo el Oscar con La gran belleza, Gianfranco Rosi (Asmara, 1964) consiguió llevarse el primer León de Oro en Venecia a un documental mostrando la otra cara de la urbe: periferias decadentes, oficios de otros tiempos y gentes tan reales como increíbles. Todo ello, alrededor de la gran autovía que abraza y estrangula con sus 70 kilómetros la capital italiana. “Ya que no soy de Roma, no conocía el Raccordo. Pero, paradójicamente, me he enamorado de la ciudad a través de él”, relata por teléfono el director de Sacro Gra.

Quizás fuera un flechazo. O, quizás, más bien una de esas seducciones por cansancio e inercia. Porque el cineasta se pasó dando vueltas por el Raccordo más que cualquier romano atascado: tres años. Primero, aceptó la idea del arquitecto urbanista Nicoló Bassetti de rodar un filme sobre la autopista, y luego fue con él a pasear por esos lugares en busca de protagonistas. “Sin una relación profunda y cierta intimidad no consigo trabajar. Empecé con una visión amplia pero fui cerrando poco a poco el foco hasta acabar en una mirada a través de una cerradura”, relata el cineasta, diplomado en la New York University Film School. En realidad, Rosi pasó incluso al otro lado de la puerta, ya que llegó a quedar y convivir durante meses con los sujetos de su obra.

Así, de la mano del tiempo y de Bassetti, el director fue descubriendo la asombrosa humanidad que puebla Sacro Gra: el último miembro de una familia de pescadores de angulas, un actor de fotonovelas, un noble de labia infinita, dos señoras que viven en una caravana o, sobre todo, un palmerólogo, es decir: un cuidador de palmeras. “Fue el último que filmé pero el que frecuenté más. Durante dos años no lo grabé nunca. Pero un día me llamó y me contó que su oasis había sido devastada por los Punteruoli rossi [un tipo de insecto]. Para él era horrible, parecía un funeral”, recuerda Rosi. A partir de ahí por fin encendió la cámara y rodó unas secuencias en las que el hombre pasa de mapear sus queridas palmeras y sus sonidos con un micrófono a ofrecer monólogos memorables.

Un triunfo polémico

El León de Oro a Sacro Gra en el festival de Venecia de 2013, con el jurado presidido por Bernardo Bertolucci, fue atacado por críticos e incluso compañeros de profesión de Rosi. Muchos lo consideraron exagerado, por encima de los méritos reales del filme. El cineasta no parece preocuparse especialmente: "Antes elogiaban mis otras películas y se quejaban de que no estaban en competición. Estoy seguro de que habría dicho lo mismo de Sacro Gra, si no hubiera optado al León de Oro. No me esperaba el premio, ni creo que sea un gran cineasta. Es algo relativo, no absoluto".

Pero a continuación, Rosi abandona por una vez su tono apacible y su risa permanente: "Sí me esperaba los comentarios de tipos sin ningún valor como Pupi Avati, horrendo. Dijo que como nunca había dirigido a un actor no era un cineasta. Sé que es amante del jazz y es paradójico que me dirija el mismo ataque que se hizo en su momento a ese género: que no era música. Se ha equivocado".

Se trata, al fin y al cabo, de la marca de la casa del cineasta. Rosi se empotra semanas e incluso meses en la vida de sus protagonistas, a la espera del momento apropiado para darle al Rec. En este caso, ni siquiera hay una historia que contar o un desarrollo. Nada se sabe de pasado y futuro de los personajes. Solo se ven instantes, los que valga la pena grabar. “La cámara es un elemento de separación. Cuando la cojo cambia todo, la persona se vuelve personaje. Nunca les explico lo que tienen que decir, pero tengo la intuición de que es un momento sagrado, en el que nadie sabe lo que ocurrirá. Es la magia del documental”, relata el cineasta, que aliña casi cada respuesta con una carcajada.

Eso sí, su peculiar técnica tiene pros y contras. Por un lado, permite encontrarse con momentos como un debate de madrugada entre una prostituta y un aspirante a cliente o quedarse encerrado en un cementerio y descubrir el trabajo de quienes se dedican a encajar los ataúdes y optimizar el espacio. Menos a favor del método Rosi, aparte de desesperar a todo productor, está su duración, la misma que a menudo acaban teniendo sus respuestas: “Hacer cine es una aventura que sé dónde empieza pero no dónde termina. Siempre necesito encontrar temas larguísimos, en los que pueda sumergirme años. Mi idea definitiva de un filme es el que yo empiece mañana y alguien acabe montando, póstumamente”. Por ello el director nunca se ha dedicado a la ficción –“me aburre terriblemente la idea de relacionarte con productores, juntar dinero, trabajar con actores”- sino que se ha lanzado a documentar un viaje en barco por India (Boatman), la vida en el desierto estadounidense (Below sea level) o la historia de un asesino mexicano (El sicario - room 164).

Un fotograma de 'Sacro Gra'.
Un fotograma de 'Sacro Gra'.

Lo ha hecho, incondicionalmente, por su cuenta: “Trabajo siempre solo. Porque así puedo grabar, aplazarlo, elegir el momento correcto, la luz. Algunas veces incluso he fingido, aparentaba que estaba filmando pero no encendía la cámara”. Y a la soledad y las esperas a lo Matusalén volverá Rosi para su nuevo proyecto: se mudará al menos un año a Lampedusa para una película sobre la vida de los locales y cómo afrontan una realidad hecha de barcazas de inmigrantes, naufragios, sobrepoblación y alarmas que caen en saco roto: “Hice ya dos viajes. En el segundo acabé hospitalizado por una bronquitis. Charlando con el médico le acabé diciendo que era imposible hacer un filme sobre Lampedusa. Entonces me dio un pendrive con un material nunca visto y extraordinario. Pero no puedo decir nada más”. Sí cuenta que el proyecto empezará en unos días. A saber cuándo termina.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_