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La guerra en los tiempos del dron

Ethan Hawke se reencuentra con el director de ‘Gattaca’ en un fallido filme sobre la actual asimetría bélica

Álex Vicente
Ethan Hawke, ayer por la noche en la proyección de gala de 'Good kill'.
Ethan Hawke, ayer por la noche en la proyección de gala de 'Good kill'.franco origlia (getty images)

Ethan Hawke se convirtió ayer, junto al director Andrew Niccol, en el primer destinatario de un sonoro abucheo durante la Mostra de Venecia, a pocas horas del anuncio del palmarés que hoy hará público el jurado presidido por el compositor Alexandre Desplat. Hawke pasó por el Lido para presentar Good kill, la última película de la competición, en la que se reúne con Niccol diecisiete años después de rodar Gattaca. Si entonces presagiaron un futuro donde la manipulación genética gobernaba el mundo, ahora examinan otro fenómeno digno de la más improbable distopía, con la diferencia de que ya se ha convertido en realidad.

En Good kill, los soldados estadounidenses exterminan al enemigo desde un perímetro militar situado a miles de kilómetros de distancia. “No es el futuro, sino el aquí y el ahora”, se escucha en la película, ambientada en 2010. Tras una larga jornada laboral dedicada a matar talibanes, solo tienen que conducir cinco millas hasta su adosado de suburbio residencial, a tiempo para meter a sus hijos en la cama. Así es el conflicto bélico en los tiempos del dron: sin víctimas no deseadas, sin familias desatendidas y sin traumas psicológicos para los veteranos de guerra.

Existe una excepción a esa regla. El comandante Tommy Egan pilotó F-16 en Irak y Afganistán, hasta que le ofrecieron un trabajo menos fatigoso comandando estos aviones teledirigidos a la vuelta de la esquina. Pero un extraño malestar ha empezado a crecer en su interior, al tiempo que descubre “el verdadero significado de esas nuevas expresiones orwellianas, como ataque preventivo o víctima colateral”, según explicó ayer Ethan Hawke.

Este top gun para la era Obama parte de una postura crítica con la guerra asimétrica que se va diluyendo a medida que avanza el metraje. El director no duda en hacer concesiones algo embarazosas, ya sea por convicción propia o por miedo a ser tachado de antipatriota (y, más tarde, desterrado del reino del multiplex). Niccol acaba insinuando que la guerra es necesaria para garantizar la paz, como hizo el mismo Obama al aceptar el Premio Nobel en 2009, al que la película incluye un guiño socarrón. “También me hubiera reído de Bush si hubiera estado en el poder. De hecho, la adquisición de drones fue aprobada por él tras el 11-S”, precisó ayer Niccol.

Ethan Hawke, en la película.
Ethan Hawke, en la película.

El director jugó a la equidistancia cuando se le pidieron explicaciones sobre su propia posición política. “No soy yo quien debe opinar, sino el espectador. No es una película a favor o en contra de los drones. Como mucho es un cuento con moraleja”. En la película, esa estudiada ambigüedad se vuelve incomprensible en el tramo final, cuando el protagonista decide tomarse la justicia por su mano. “Hay que verle como un hombre que está perdiendo la cabeza. Matar a talibanes y luego pasar a recoger a los niños al colegio le hace perder todo sentido moral”, explicó Hawke al escuchar las críticas.

Matar a talibanes y luego pasar a recoger a los niños al colegio le hace perder todo sentido moral”, Ethan Hawke

Lo dicho no significa que la película no tenga sus méritos, especialmente en sus primeros minutos. Niccol describe con acierto las extrañas peculiaridades de esta guerra virtual y perturbadoramente lúdica, conducida por niños adictos a los videojuegos que fueron reclutados en centros comerciales y convertidos en responsables de impartir justicia infinita —¿o era libertad duradera?— con un simple joystick. Esos segundos de intervalo entre el disparo y el impacto sobre el terreno del explosivo generan una insoportable tensión —¿aparecerá un civil inocente que estaba fuera de plano?— a partir de algo tan sencillo como el silencio y la espera. En plena dictadura del efecto visual, no deja de ser subversivo rodar secuencias de acción así de minimalistas.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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