_
_
_
_
_

Fatih Akin ante el genocidio armenio

El director turcoalemán presenta ‘The cut’, que aborda una herida abierta en la I Guerra Mundial

Gregorio Belinchón
 Fatih Akin, a la derecha, besa al actor Tahar Rahim durante la presentación en Venecia de 'The cut'.
Fatih Akin, a la derecha, besa al actor Tahar Rahim durante la presentación en Venecia de 'The cut'. Elisabetta A Villa (WireImage)

Llueve en Venecia. La noche anterior, una tormenta ha descargado su furia sobre las islas. El cielo encapotado no invita al buen humor. Si a eso se le suma las innumerables críticas negativas que ha tenido tras sus primeras proyecciones The cut, la última película del turcoalemán Fatih Akin, el director podría permitirse un mal gesto ayer lunes, un mal humor que otras veces ha mostrado en público. "Me han jodido un poco esta mañana al leerlas, pero ha sido un segundo. Ahora tengo que luchar por la película, hacer promoción y entrevistas, defenderla", dice entre carcajadas Akin (Hamburgo, 1973), que con The cut —una mezcla de western y drama épico— ha metido el dedo en una llaga dolorosa para cualquier turco, el genocidio que cometieron con los armenios durante la I Guerra Mundial.

El filme arranca en Mardin, una ciudad al noreste de Mesopotamia, en límite del imperio Otomano, una población que a los ojos de Akin parece el jardín del Edén, con unos vecinos felices aunque con cierta preocupación ante las noticias que llegan del conflicto bélico. Allí vive un cerrajero, Nazaret (encarnado por el francés Tahar Rahim), al que un día la policía turca separa de su familia. Junto al resto de los hombres armenios, son enviados a trabajos forzosos. Lo que sigue es una epopeya en la que Nazaret esquiva por los pelos varias veces a la muerte, y en la que a la búsqueda de sus hijas gemelas, cruzará Oriente Próximo —a los armenios no les dejaron moverse libremente hasta 1921, tres años después de acabar la guerra—, llegará a La Habana, y tras entrar en Estados Unidos por la Florida acabará en las desoladas praderas de Dakota del Norte en 1922. The cut es una superproducción rodada en Canadá, Jordania, Malta, Florida y Alemania, en la que Akin ha invertido cuatro años de vida. "En realidad más, porque con el guion llevo mucho más tiempo. Te diría que una década". Y que cierra una trilogía sobre el amor (Contra la pared), la muerte (Al otro lado) y el demonio (The cut). "Ha sido un esfuerzo… no sé cómo explicártelo salvo que no haré una película de este tamaño de producción en por los menos diez años. Por otro lado, centrándome en su espíritu, siento que en realidad lo que yo llamo trilogía no ha acabado. Mis películas —estas y el resto— hablan de la humanidad, y nunca me voy a alejar de ese tema. En The cut defiendo la esperanza como motor vital. En un mundo asolado por el Ébola, con gravísimos problemas en lugares como Siria, Gaza o Israel no podemos rendirnos ante la tragedia. Debemos seguir adelante, yo creo en la esperanza".

Formo parte en Turquía de un movimiento de transparencia. Y lo estamos logrando. Está saliendo a la luz y la opinión pública empieza a conocer lo que ocurrió desde 1915".

Como alemán de ascendentes turcos, Akin conoce absolutamente bien el silencio impuesto en Turquía sobre el genocidio armenio en el que fueron asesinados hasta casi dos millones de personas. "Formo parte en Turquía de un movimiento de transparencia. Y lo estamos logrando. Está saliendo a la luz y la opinión pública empieza a conocer lo que ocurrió desde 1915". ¿Ya no es un tabú? "Creo que no, que desde hace unos años se ha impuesto la realidad. Y espero que The cut aporte algo a este cambio".

Como cineasta, Akin era conocido por sus personajes y ambientes sofocantes. De repente apuesta por otra opresión, la creada por los grandes paisajes —"Es la primera vez que ruedo en Cinemascope". "Sí, mis ídolos son Elia Kazan con América, América, David Lean y Lawrence de Arabia o Sergio Leone con Érase una vez en América. Bueno, unos creen en Batman o Spiderman y yo tengo esos superhéroes. Esta película está influida por todos ellos, es filme sobre otros filmes, es mi viaje al corazón del cine. Cada fotograma del filme homenajea a los clásicos, como la primera vez que Nazaret ve una película, y es El chico de Chaplin". Esa secuencia parece calcada a la del descubrimiento del cine de Ana Torrent en El espíritu de la colmena, de Víctor Erice. "Conozco la película pero no estoy seguro de haberla visto ni por tanto de su influencia".

Lo ocurrido con los armenios forma parte de alguna manera del pasado de Europa. "Obviamente no ocurrió en nuestro continente, aunque Mesopotamia fue la cuna de la humanidad, nuestro origen. Y todas las fronteras artificiales de Oriente han sido impuestas por nuestros ancestros. No hay más que recordar la época de Lawrence de Arabia. Yo me siento más alemán que turco. Mis hijos han nacido en Alemania, y allí sé dónde vive el médico o qué restaurante recomendaría. En Turquía no sería capaz. Sí, me siento cómodo en mis país natal sin olvidar mis raíces".

En este viaje, Akin ha tenido algunos guías de lujo. Con Roman Polanski, con el que ha compartido bastante equipo técnico, charlo sobre los idiomas y decidió que sus armenios hablaran en inglés y el resto de las etnias sus respectivos idiomas como hizo el francopolaco en El pianista, en el que los polacos se comunicaban en inglés. "No tengo con él la confianza que sí me ha dado Martin Scorsese, pero hemos hablado algunas veces". En cambio, Scorsese se ha convertido para Akin en alguien muy importante: "Lo considero mi tío. Leyó el guion, me recomendó que contratara a Mardik Martin [veterano coguionista de los primeros títulos del neoyorquino como Toro salvaje o Malas calles], ha visto dos veces la película y me dio consejos sobre el montaje. Y yo he aplicado todo lo que me dijo".

Frances McDormand, el triunfo de la normalidad

Ha cumplido 57 años. "Oiga, no me retiren, que sigo trabajando sin parar", suelta. Es cierto. Sin embargo pocas veces Frances McDormand ha sido tan protagonista como en la miniserie de HBO Olive Kitteridge (Canal Plus la emitirá en España, basada en la novela de Elizabeth Strout, que ganó el Premio Pulitzer en 2009. La actriz leyó el libro, compró los derechos y armó el puzle para producirla. "Nunca se me ocurrió dirigirla. Con un director en casa basta [su marido es Joel Coen]. Yo tengo dos carreras que llevo muy bien, las de actriz y ama de casa, y es suficiente". Y por supuesto interpretarla, porque la protagonista, Olive Kitteridge, es un regalo para una intérprete. La serie desarrolla la vida de Olive y su marido a lo largo de 25 años en un pequeño pueblo de la costa de Maine. Ella es maestra, de carácter fuerte, complejo (en el segundo capítulo una niña en una boda le pregunta si es de verdad una bruja); su esposo —encarnado por Richard Jenkins— es un farmacéutico amable, bueno. El matrimonio funciona a través de los choques y, por qué no, del amor. Dirige Lisa Cholodenko y hoy sus cuatro capítulos se proyectan en la Mostra en la sección oficial fuera de concurso tras el premio a McDormand por su "talento visionario". "No sé eso… Mira, en cine he hecho casi siempre personajes secundarios. Cuando rodamos Fargo siempre pensamos que la gente se quedaría con los personajes de Peter Stomare y Steve Buscemi. Jamás que mi Marge alcanzaría la categoría de icono. Por supuesto, en teatro, que hago mucho, me guardo los personajes protagonistas, pero claro, para eso lo hago", remata con risas.

La guionista adaptadora Jane Anderson asegura que no existe “ni una gota de vanidad en Frances, no le gusta que la traten como a una estrella y se pone muy nerviosa si eso ocurre; es la mezcla exacta entre Olive y Marge”, a lo que la aludida responde algo enfadada: “No es así, sino que Olive y Marge tienen algo de mí”. Cholodenko dice que como jefa McDormand supo ser solo actriz en el plató: “Pero tiene gran carácter, deja clarísima su opinión en todo momento y chocamos alguna vez cuando estaba en su papel de productora”.

Parece en cualquier caso más fácil lidiar con McDormand que con Lars von Trier. En la Mostra se presenta la versión extendida de la segunda parte de 'Nymphomaniac' en otro circo que tanto adora el danés. Si en la Berlinale apareció con una camiseta en la que se leía, bajo el logotipo del festival de Cannes, las palabras "persona non grata", ahora ha decidido quedarse en su casa en Copenhague y enviar al actor Stellan Skarsgard en su lugar, junto a dos productoras y su coguionista. Eso sí, Von Trier ha aparecido vía webcam en la pantalla del portátil de una productora —ni oía ni los presentes en la sala de prensa le escuchábamos—, y respondió tres preguntas a través del móvil de Skarsgard. Solo tres porque era el máximo posible, y Skarsgard decidía cuándo y por qué llamarle. Cada vez que esto ocurría, el actor sacaba un cartel con el número (1, 2 y 3), y le telefoneaba. El intérprete contó cómo fue su primer contacto con el proyecto: "Me llamó, me dijo que iba a hacer una peli porno y que quería que yo fuese el protagonista masculino. 'Por supuesto, Lars', le contesté. Y me explicó que no iba a follar, aunque al final se vería mi polla lánguida. En fin, quién se resiste a una invitación así". Vía telefónica el cineasta danés aseguró : "Saco lo mejor de Skarsgard porque le estoy destruyendo y por eso funciona tan bien"; "[Tras un suspiro visible en la minipantalla] No sabía nada de las mujeres y ahora lo sé todo"; y tras el cartel con el número tres "Todo lo que hay de masoquismo soy yo, en realidad la película es una extensión de mí". Cuando colgó, Skarsgard, colaborador habitual en la carrera de Von Trier explicó: "A pesar de su fama, es el hombre más dulce y maravilloso en un rodaje. Sientes que puedes hacer lo que quieras por muy tonto o alocado que sea, y seguimos siendo amigos". A su lado la productora Lousie Vesth anunció emocionada: "Ya puedo decir que el próximo proyecto de Von Trier será una serie de televisión en inglés, basada en una gran historia. Tiene un reparto enorme, y será algo que nunca hemos visto… y que nunca veremos otra vez". No aclaró mucho más.

Justo después seguía la rueda de prensa de Near death experience, la nueva película de los cómicos franceses Benoît Deléphine y Gustave Kervern con el escritor Michel Houellebecq como único protagonista. Comparado con la feria anterior, Houellebecq, único actor al que se le ve el rostro en pantalla y que encarna a un teleoperador de una compañía telefónica que se pasa media película intentando suicidarse en un paseo por la montaña vestido con un maillot ciclista del viejo equipo BIC, parecía un dulce gatito.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_