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La fórmula del éxito televisivo

Los cinco premios Emmy a ‘Breaking bad’ son la recompensa a un proyecto pensado de principio a fin como una totalidad

Aaron Paul (izquierda) y Bryan Cranston, ambos galardonados en los premios Emmy, en un fotograma de 'Breaking bad'.
Aaron Paul (izquierda) y Bryan Cranston, ambos galardonados en los premios Emmy, en un fotograma de 'Breaking bad'.

The wire no ganó ningún premio Emmy. En sus cinco temporadas sólo recibió dos nominaciones, ambas al mejor guion de un capítulo, ambas a David Simon en colaboración (con Pelecanos y con Burns): sendas derrotas. The wire es para muchos de los que han visto todas las que cuentan, la mejor serie de la historia de la televisión; y no obstante seguimos creyendo en el poder de los Emmy, una superstición colectiva tan histérica como la de los spoilers.

Los oscars de la tele han sido mucho más generosos con Breaking bad, otra obra maestra de cinco temporadas, que se ha despedido por todo lo alto. Mejor serie dramática, mejores actuaciones, mejor guion. Los premios a sus tres actores principales apuntan hacia la importancia radical de los personajes en la serialidad contemporánea. Particularmente relevante es el segundo Emmy a Anna Gunn, cuyo papel de Skyler White ha sido visceralmente odiado por los fans (en niveles sólo comparables a los de Joffrey Baratheon en Juego de tronos), lo que sitúa la antipatía, la no identificación, el rechazo moral de los protagonistas en el centro del fenómeno serial. En ese sentido el triunfo de Breaking bad sobre True detective es el de la oscuridad absoluta sobre la posibilidad del bien. Rust, el personaje que encarna Matthew McConaughey, es un héroe, atormentado, pero héroe. Walter White, en cambio, es el villano más villano que hasta el momento ha concebido la maquiavélica caja lista.

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Pero los Emmy no han tenido en cuenta esa cuestión temática al privilegiar una obra sobre la otra, sino otras de signo artístico, industrial y simbólico. Bryan Cranston se ha convertido en un monstruo reconocido de la interpretación en la pequeña pantalla, mientras que McConaughey, como tantos otros, es un brillante turista que ya se había hecho célebre, aunque con un tipo de personaje en las antípodas, en el cine, su país de origen. Su Oscar por Dallas buyers club, de hecho, se debió en una pequeña parte a El lobo de Wall Street y en una parte mucho mayor a True detective. En el guion de la ceremonia se ironizó sobre esa relación entre ambos lenguajes e industrias, tal vez porque por primera vez los Premios Emmy eran tan importantes como los Oscar. Si no más.

Otro conflicto entre la serie de Vince Gilligan y la de Nic Pizzolatto pasa por los sellos que las amparan. AMC se ha convertido en los últimos años en la marca de las obras maestras, tras el predominio de HBO con A dos metros bajo tierra, Los Soprano, Deadwood o The wire. Esta segunda década está siendo la de Mad men y Breaking bad, a la espera de que se reconozca el poder de Juego de tronos y de que se consolide True detective. Porque al premiar las cinco temporadas de Gilligan en lugar de la única de Pizzolatto se está destacando la consolidación por encima de la emergencia.

Esta década está siendo la de Mad men y Breaking bad, a la espera de que se reconozca el poder de Juego de tronos

Y ese es el gran argumento, en mi opinión, para defender a la gran vencedora de ayer. Hemos visto con Masters of sex, Ray Donovan o Rectify, por citar tres ejemplos recientes, cómo excelentes primeras temporadas se convierten en segundas temporadas de menor calidad. La renovación, a menudo, es una condena. Al contrario que Pizzolatto, que según parece no tiene un plan a largo plazo y ni siquiera sabía el sexo de los protagonistas de la segunda temporada cuando se la encargaron, Gilligan (como Simon) concibió su historia con la antelación y el rigor necesarios para que, en su conjunto, fuera una obra maestra.

Su equipo de guionistas y él mismo la fueron escribiendo temporada a temporada, como es común en la industria, pero supieron hacer de los obstáculos retos y encajar todas las piezas. En el excelente libro que la editorial Errata Naturae dedicó a la serie, su creador explica que Gus Fring surgió porque el actor en el que debía recaer el peso de la segunda temporada encontró trabajo en otra serie, o que el coche que le regala Walter a su hijo o el videojuego en que Jesse quema su tedio fueron soluciones creativas al imperativo del product placement, tan fundamental para la financiación como la audiencia. Aislados en Albuquerque, bajo la batuta del director Gilligan, la orquesta de actores y técnicos supo crear la burbuja de entrega y obsesión que conduce al éxito perdurable. Prueba del trabajo en equipo es que en los Emmy estaban nominados para el mejor guion dos capítulos de Breaking bad, uno escrito por Gilligan y otro por Moira Valley-Beckett: ganó Ozymandias, el de ella. Pero en realidad salimos ganando todos.

Jorge Carrión es escritor y autor del estudio sobre la nueva televisión Teleshakespeare.

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