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OPINIÓN

¿Tú qué prefieres?

Nada nos impide ser mecenas. Muchos dicen 'mecenazgo' pero quieren decir 'desgravación fiscal'

Una de las butacas del Teatro Lara de Madrid adquirida por un mecenas en 2011 durante una gala para sustituir las viejas, en mal estado.
Una de las butacas del Teatro Lara de Madrid adquirida por un mecenas en 2011 durante una gala para sustituir las viejas, en mal estado.Samuel Sánchez

Se diría que la solución a muchas de las penalidades que afligen hoy a la cultura española pende casi exclusivamente de una prometida ley de mecenazgo que, aunque varias veces pospuesta, lloverá algún día sobre nosotros como maná en el desierto. En ella parecen residenciadas todas las esperanzas del sector. Ahora bien, sin necesidad de ley alguna, la cultura occidental durante siglos ha ido creando sus obras más excelsas gracias en altísima proporción al mecenazgo de Corona, casas nobles y autoridades eclesiásticas, estamentos aristocráticos a los que luego se unió la alta burguesía. Y en este país nuestro de ahora mismo, también sin necesidad de ley, si un mecenas que haga honor a su nombre, émulo de aquel que protegió a Horacio y Virgilio, quiere contribuir financieramente de modo desprendido a una causa digna de apoyo, ¿puede decirme alguien quién se lo impide? Nadie. Lo que ocurre es que no está fiscalmente incentivado o no lo está en grado suficiente. Ah, luego en realidad no hablamos de mecenazgo, sino de desgravación fiscal.

El llamado mecenazgo consiste en una deducción de la cuota del IRPF o del impuesto de sociedades aplicable a algunos donativos. En otras palabras, dinero que deja de ingresar la Hacienda pública para que el contribuyente le dé un destino más acorde a sus preferencias personales. ¿Algo que objetar? Nada de nada, si el Estado puede permitírselo. Pero no encontraréis filántropos para mejorar cárceles, pensiones de jubilados o prestaciones por desempleo. Admiramos el vasto desarrollo de la filantropía en EE UU, pero olvidamos que su sistema de sanidad y enseñanza públicas desmerecen del que uno esperaría de un país tan rico. Porque ¿tú qué prefieres: pagar tus impuestos de forma abstracta para que el Estado lo aplique, por ejemplo, a asfaltar los baches de una carretera comarcal o donar un cuadro al Museo del Prado, con pública ceremonia de recepción incluida y placa conmemorativa que proclama al mundo tu generosidad? Cada país identifica las necesidades que debe cubrir el Estado y aprueba un plan anual de ingresos y de redistribución de las rentas con arreglo a un sentido compartido de la justicia social. Lo que se deja de ingresar por un lado va en detrimento de ese plan o debe compensarse con otros ingresos adicionales. He llegado a la conclusión de que, en un régimen democrático, en el que los ciudadanos consienten las leyes a través de sus representantes, el verdadero mecenas es el contribuyente anónimo que financia los servicios públicos que tanto nos dignifican, en tanto que el sedicente mecenas, ansioso de la desgravación, a veces sólo aspira a ser un contribuyente privilegiado.

Bueno, lo anterior sería exacto si la legislación permitiera al donante deducirse el 100% de su aportación. Pero no es así. Por ahora la desgravación alcanza un máximo del 25%-35% del donativo, según los casos. En el 65%-75% restante, el donante sí que contribuye a fondo perdido y merece el hermoso dictado de mecenas. Además, está demostrado que el mecenazgo de unos llama al de otros y en conjunto alienta una mayor redistribución de rentas y anuda los lazos de la cohesión social. Así que… no me hagáis caso. Bienvenida sea esa ley, cualquiera que sea el nombre que reciba.

Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) es ensayista y director de la Fundación Juan March.

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