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¿Qué entendemos por cine negro?

El género descubre enseguida a los retratistas tontos de la corrupción y la oscuridad

Carlos Boyero
Robert Mitchum, en un fotograma de 'Intriga extranjera', de Sheldon Reynolds.
Robert Mitchum, en un fotograma de 'Intriga extranjera', de Sheldon Reynolds.1956 Mandeville Productions, United Artists / Taschen

Gran parte de las películas a las que dedica su conocimiento y su amor un libro que equivale al hallazgo de un tesoro, algo a lo que nos tiene gozosamente acostumbrados la editorial Taschen y titulado Film noir, es cine en blanco y negro, algo inencontrable en la programación de las televisiones y de las salas de cine, también cada vez más escaso en DVD y Blu-ray. Y compadeces por ello a la cinefilia joven, que imagino existente, aunque cada vez que observo a los ocupantes de los cines que frecuento, siempre en versión original, es insólito encontrarte a espectadores menores de treinta años e incluso de cuarenta. Te apena que a la gente joven que está enganchada a ese amor irrenunciable les resulte tan arduo el acceso a ese cine negro (o blanco, o rojo, o verde, maravillosamente antiguo) que a tanta gente mayor nos hizo feliz, que solo puedan toparse con gran parte de los clásicos a través de las filmotecas.

Este primoroso libro, de cuya edición son responsables Paul Duncan y Jürgen Müller y que precisa de un atril para ser degustado con comodidad, ya que sus setecientas páginas pesan muchos kilos, es una exhaustiva antología de un género imperdurable. Las opiniones críticas que aparecen pueden ser discutibles, pero resulta incuestionable el apabullante despliegue visual de este libro que no solo dona información sobre un género apasionante, sino que también posee olor (qué colocón proporciona esnifar el papel de lujo, otro de los placeres de la lectura que jamás podrá lograr el libro electrónico, tan promocionado y triunfante él, tan frío, tan odioso) y sabor, de un homenaje que está a la hermosa y perturbadora altura estética del género al que está dedicado.

Observar esta maravillosa impresión de más de un millar de fotografías supone revivir rostros, secuencias, personajes, ambientes, diálogos, atmósferas que han marcado tu vida cinéfila (¿existe otra existencia mejor?) desde que eras un crío. En mi caso, leer los textos que acompañan a esas imágenes puede ser prescindible, ya que tengo abundantes datos de la biografía y la obra de la gente que hizo posible esas películas y también recuerdo nítidamente algunas frases y diálogos míticos, pero mirar una y otra vez esas imágenes renueva las impagables sensaciones que tuve al ver esas películas por primera vez en su habitáculo natural, en la sala oscura. Este libro no solo representa un tributo y una evocación del cine negro. También tiene poderes onanistas para los que siempre hemos estado colgados con ese fascinante universo.

Las imágenes de ‘Film noir’ renuevan las impagables sensaciones que tuve al ver esas películas por primera vez

Y puede que en alguna época hayas pretendido autoconvencerte en vano de cosas tan falsas como que los géneros no importan, sino la calidad con la que están tratados. Es una opinión negociable. En mi caso, descubro que mis gustos han sentido ancestralmente mínima empatía y afición hacia el género musical, hacia la expresión de los sentimientos más intensos mediante el baile, las canciones y la música, lo cual no me ha impedido disfrutar con cuatro o cinco películas de ese género, no más, y sentir tanto placer como envidia al ver bailar a Fred Astaire. Sin embargo, el cine negro inicialmente siempre me interesa. Y lo maldigo cuando lo utiliza un cretino. Y la falsedad o la afectación se notan rápido. Es un género prestigioso que se lleva muy mal con los impostores. Descubre enseguida a los retratistas tontos de la corrupción y la oscuridad.

Film noir comienza con un extenso artículo del guionista y director Paul Schrader, ese profesional de los grandes estudios de Hollywood que paradójicamente estaba convencido de que el cine más hermoso y puro lo habían parido directores como Bresson, Ozu y Dreyer, en el que reflexiona sobre el género negro. El hombre que escribió los guiones de Taxi driver y de Toro salvaje, el director de películas transparentemente negras como Blue collar, Hardcore y Posibilidad de escape, asegura: “El cine negro no es un género. No se define por convenciones de contexto y conflicto, tal como ocurre en el western y el cine de gánsteres, sino más bien por aspectos más sutiles de tono y ambientación. Una película se considera de cine negro por contraposición a las posibles variantes de cine gris o cine blanco. Una cinta sobre la vida nocturna de la ciudad no es necesariamente cine negro, y un filme de cine negro no tiene por qué girar en torno a la delincuencia y la corrupción. El cine negro se define más por el tono que por el género. En lugar de regatear entre definiciones hay que intentar reducir el cine negro a sus colores primarios (todos los tonos del negro), esos elementos culturales y estilísticos a los cuales debe remontarse toda definición”.

El siguiente capítulo, firmado por Jürgen Müller y Jorn Hetebrugge, está dedicado íntegramente a una película que consideran la cumbre estilística del cine negro. Es La dama de Shanghái, de Orson Welles. Su calificación puede ser discutible, pero es fácil identificar las esencias del género no solo con lo que cuenta Welles en La dama de Shanghái y en la genial Sed de mal, sino, ante todo, con su lenguaje para narrar esas historias.

En el siguiente capítulo, titulado Introducción al nuevo cine negro y firmado por Douglas Keesey, hay opiniones con las que disiento excesivamente. Considerar La mala educación, de Pedro Almodóvar, o Inland Empire, de David Lynch, como emblemas actuales del cine negro, solo podría aceptarlo como un chiste desafortunado. Pero parece ser que el autor habla en serio. De cualquier forma, vuelvo a repetir, la excepcionalidad y la enorme belleza de este libro no reside en sus textos, sino en su impresionante colección de imágenes.

El subtítulo de Film noir es 100 all-time favorites, y a esas cien presuntas joyas del género dedican el resto del libro. Coincidiendo con los juicios de Schrader, los editores incluyen en esa selección muestras del realismo poético francés y del expresionismo alemán, ateniéndose a que el género negro no se trata de un tema, sino de un tono. Comienzan con El gabinete del doctor Caligari, dirigida por Robert Wiene en 1920, y cierran la lista con Drive, realizada por el danés Nicolas Winding Refn en 2011. Las señas de identidad de la mayoría de esas películas son las de Estados Unidos, pero también hay muestras de cine negro europeo y asiático, e incluso una película parcialmente española, la tenebrosa El cebo.

Incluso para los gustos muy raros sería laborioso echar de menos en esa lista alguna obra fundamental del cine negro. Los míos, que son muy normales, siempre identificarán como lo más genuino y admirable de la negrura a directores como Lang, Wilder, Hitchcock y Tourneur. Y sé que tienen herederos a su altura como Michael Mann en Heat, Curtis Hanson en L. A. Confidential y David Fincher en Seven. Pero no encuentro dignos sucesores de Bogart y Mitchum, esas personalidades, estilos y almas que representaron la mejor negrura.

Film noir. 100 all-time favorites. Paul Duncan y Jürgen Müller. Taschen. 688 páginas. 39,99 euros.

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