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Un faenón y un escándalo

Talavante hizo el toreo más auténtico, más bello y más profundo que imaginarse pueda, cimentado todo él sobre la mano izquierda

Antonio Lorca
Alejandro Talavante, en una de sus extraordinarias series de naturales al segundo toro de su lote.
Alejandro Talavante, en una de sus extraordinarias series de naturales al segundo toro de su lote.Álvaro García

Cuando se arrastró el tercero de la tarde, la plaza entera irrumpió en una atronadora ovación que recogió desde el tercio Alejandro Talavante; pero cuando quiso iniciar la vuelta al ruedo, las voces discrepantes le obligaron a desistir de su empeño entre el silencio pasivo y martirizante de la mayoría. Incomprensible e injusta la actitud de quienes no quisieron reconocer que las Ventas acababa de ser escenario de un faenón con mayúsculas, y que ese torero había sido protagonista de un conmoción torera de dimensiones incalculables. Hizo el toreo más auténtico, más bello y más profundo que imaginarse pueda, cimentado todo él sobre la mano izquierda. Los naturales emergieron de un pozo desbordado por la belleza; el mando, la ligazón, el sitio, la disposición, la largura, la hondura…, toda la faena fue una lección magistral de toreo eterno.

Y sucedió ante un toro serio y astifino, manso, con casta agresiva y clara tendencia a la huida, al que Talavante buscó en los terrenos del tendido 5, donde molestaba el viento y el toro había establecido su querencia. Allí comenzó con unos ayudados por bajo antes de que el animal huyera hacia los toriles. Casi en el centro del ruedo, con la muleta en la zurda, comenzó la sinfonía. La primera tanda, quieta la planta, surgió sentida y hermosa; la segunda, tras un intento de menor trazo con la derecha, fue conmocionante. El toro perseguía la muleta con encolerizada acometividad, y allí se encontraba con el mando y la templanza de una muñeca prodigiosa que hizo que la plaza quedara arrebatada por una verdadera explosión de sentimientos. Aún hubo otra más, con los tendidos radiantes y entusiasmados ante el volcán de torería de Talavante. Pero mató mal, de una estocada atravesada, y todo quedó en esa gran ovación que supo a paupérrimo premio para una faena tan hermosa.

El festejo de hoy

Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés para El Juli, J. M. Manzanares y Miguel Á. Perera.

Ese fue el principio y el final de la corrida. Ni antes ni después ocurrió nada que haya quedado en el recuerdo. Bueno, no se olvida el escándalo que se montó durante la lidia del quinto, una sardina mansa y desclasada con la que Morante pasó fatiguitas de muerte. Se le paró el toro ante el esbozo del primer capotazo, reculó el torero hacia las tablas y quedó solo ante el inminente peligro, encerrado entre la barrera y el toro, y solo la pericia de su subalterno Lili lo salvó de un percance seguro. Permitió que al manso lo masacraran en varas, y, muleta en mano, le quitó las moscas e inició su particular mitin con el estoque que acabó en sonora y merecida bronca del respetable. Ya había demostrado su impericia con el descabello en el segundo, un toro noble y reservón, al que Morante recibió con dos verónicas aceleradas que muchos cantaron más por lo que imaginaron que por lo que vieron; un inicio elegante con dos trincherazos y un cambio de manos, y tres redondos aislados en un mar de dudas, escaso mando y pésima colocación.

Y también estuvo Finito de Córdoba, que se atrevió a anunciarse en Madrid, cuando sus piernas y su corazón no le responden. Y no debe de ser solo cosa de los toros, pues los suyos fueron los más cómodos y nobles, sino el miedo escénico. El asunto es que se estiró en dos verónicas garbosas en su primero, pero a medida que fue tomando conciencia de los astifinos pitones fue disminuyendo su capacidad para pensar en la cara de su oponente. Y surgieron las dudas, el baile de piernas y el toreo despegado y aburrido. De dulce temperamento era el sobrero, pero Finito no tenía confianza en su pecho, y no dio ni un pase a derechas. En fin…

Quedaba la esperanza del sexto de la tarde. Lo recibió Talavante con airosas verónicas (se había lucido en un primoroso quite por chicuelinas en el primero de Morante), pero el toro no tenía clase alguna, se refugió en tablas y nunca humilló. No fue posible el desquite, pero quedó para siempre el recuerdo imperecedero de una bellísima faena de un torero en estado de gracia. Ahí es nada…

Montalvo/ Finito, Morante, Talavante

Toros de Montalvo, —el cuarto, devuelto—, desiguales de presentación, mansos y blandos; nobles los dos primeros; agresivo el tercero y desclasados quinto sexto. El sobrero, de Núñez del Cuvillo, chico y noble.


Finito de Córdoba:
pinchazo, estocada baja —aviso— y un descabello (silencio); pinchazo hondo y bajo y cuatro descabellos (silencio).

Morante de la Puebla: pinchazo —aviso— media atravesada y once descabellos (silencio); pinchazo, media tendida, tres pinchazos y un descabello (bronca).

Alejandro Talavante: media estocada atravesada y dos descabellos (gran ovación); tres pinchazos y estocada (silencio).

Plaza de Las Ventas. 22 de mayo. 14ª corrida de feria. Lleno de 'no hay billetes'.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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