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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A votar

A Cannes, por supuesto, le resulta indiferente que el 24 de mayo se celebre en Lisboa la final de la Champions. A la misma hora está programada la ceremonia de clausura del festival

Carlos Boyero

El fastuoso escaparate que supone el Festival de Cannes, los intereses que hay en él (no solo cinematográficos) y el inmenso negocio que genera, se puede permitir el lujo de imponer las reglas que le apetezca con la seguridad de que no habrá deserciones, ya que todo el mundo desea estar allí. Lo único impredecible que le puede ocurrir es que la caprichosa meteorología se empeñe en aguarles la fiesta de las vanidades. Que no pare de llover durante varios días puede arruinar el continuo desfile, las fiestas al aire libre y en las playas, la concentración de ese público masivo que espera en la puerta de los hoteles y en La Croisette para ver de cerca a los famosos y a los dioses.

 A Cannes, por supuesto, le resulta indiferente que el 24 de mayo se celebre en Lisboa la final de la Champions. A la misma hora está programada la ceremonia de clausura del festival, la entrega de la codiciada Palma de Oro y de otros consoladores premios y la exhibición de la película que cierra esta edición. Que en ese horario haya unos señores corriendo detrás de un balón no va a alterar su intocable gala.

Pero sí me ha sorprendido que Cannes acorte en un día la duración del festival para que el día 25 los europeos tengamos la sagrada oportunidad de votar en esas elecciones tan trascendentes para la futura felicidad de los ciudadanos de la UE, incluidos los más pobres, aquellos que se autoconvencieron de que el Estado del bienestar era algo duradero en lo que estaban incluidas todas las clases sociales y a los que ya no le quedan ánimos ni para protestar por la ruina con la que han sido machacados.

Pero resulta que para mantener su negocio la clase política necesita que haya personal depositando su fe en las grotescas promesas mitineras. Y temen que la abstención llegue a extremos que les puedan sonrojar. En el improbable caso de que les quede vergüenza. Pero no están solos. Todos los medios de comunicación se han puesto de acuerdo en que los ciudadanos tienen la obligación cívica y moral de votar en las elecciones europeas.

Veo a Cañete arengando a sus huestes. Les pide que ese día llamen a todos los amigos y saquen a los que estén en la cama para que vayan a votarles. Irán. Siempre lo hacen.

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