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Raimon, el cantante incómodo

Su alejamiento de la independencia de Cataluña salpica su tanda de recitales en el Palau de la Música

Miquel Alberola
Raimon en el Liceu en el aniversario de su primer concierto en Barcelona.
Raimon en el Liceu en el aniversario de su primer concierto en Barcelona.GIANLUCA BATTISTA

La expresión sonora de la cultura catalana, sin excluir su diversidad, se parece mucho a Raimon. Su poderosa canción Al vent, que ahora cumple 55 años, sacudió el panorama musical pese a su sencillez (tres acordes). Cuando la creó tenía 19 años y ni siquiera se llamaba Raimon. Era Ramón Pelegero Sanchis, de Xàtiva, nacido en el año 40 y estudiante de Historia en la Universidad de Valencia. Le gustaban los Everly Brothers, Nat King Cole, Mina y The Beatles. Un día, yendo de paquete en la Vespa de un amigo a Valencia, le daba el viento en la cara y en la cabeza le hervían Camus y Sartre. Al final del trayecto la canción estaba hecha. Había condensado una furia de siglos, hombres y minerales en la música y la letra. Era un himno tan potente que resquebrajó la costra que apresaba a varias generaciones. Su aullido sobresaltó a la dictadura y todavía ahora resulta inquietante para muchos gobernantes.

Pero aunque sus canciones espolearon el proceso de recuperación democrática (incluso más allá de las fronteras lingüísticas) y se convirtieron en santo y seña de la reivindicación identitaria de catalanes, valencianos y baleares, su aportación como músico y cantante (no le gusta la palabra cantautor: “Nunca he sido un predicador”) está muy lejos del cliché en que se le quiere recluir como si se tratara de una arqueología museizable. Aparte de su aportación como difusor de la obra de Asusias March y Salvador Espriu (fue el primero en musicar poetas), en su ya larga trayectoria sus músicas y letras, fueran de amor o de lucha, se han ido haciendo más variadas, complejas y sabrosas, abonando su vigencia como clásico homologable a Léo Ferré, Jacques Brel o George Brassens.

A Raimon, que ha logrado ser internacional cantando en valenciano (es como se le llama al catalán en Valencia), le han ofrecido cantar en español y en francés, con mucho dinero de por medio, pero nunca le ha interesado. Nunca cantó en salas de fiesta o night clubs, que es donde se ganaba dinero, y tuvo que inventarse su oficio. Como la metáfora de su primera canción, ha recorrido todo su camino contra el viento. Y ha tenido que asumir las consecuencias: “Si quieres tener criterio propio e intentas ser libre, tienes que pagar un peaje”. Ha tenido que bregar contra la instrumentalización a la que quisieron someterle los políticos durante la Transición y contra la negación a la que lo quiere condenar el PP en Valencia, en cuyo circuito público de teatros se le rechaza con insistencia, como si todavía viviera el difunto. Raimon es consciente de que es “un personaje incómodo” porque si está de acuerdo dice que sí y si no lo está dice que no.

Ese mismo carácter lo acaba de convertir en protagonista involuntario del debate independentista que sacude Cataluña, cuando en una entrevista en Catalunya Ràdio con motivo de los cuatro recitales del Palau de la Música de Barcelona que inicia este jueves, dijo que no era independentista. Que le incomodaba el debate por la desinformación que lo envuelve y por las consecuencias que podría tener para la Comunidad Valenciana, donde el anticatalanismo es la fórmula magistral que empleó la derecha franquista para blanquear su negro pasado y a la que recurre la contemporánea para tapar la corrupción y la metástasis judicial en la que se encuentra el PP.

Su opinión ha marcado un antes y un después en el debate catalán y ha tenido algunos efectos secundarios en su clientela sociológica, como los tuvo cuando participó en el concierto de homenaje a Miguel Ángel Blanco (asesinado por ETA en 1997) en la plaza de Las Ventas junto a Raphael y Julio Iglesias y cantó El País Basc bajo un chaparrón de intransigencia. Ahora vuelve al Palau de la Música para hacer un recorrido por toda su riqueza creativa, sin nostalgias y con el clima menos propicio. Como siempre, contra el viento.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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