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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Plátano

Los rasgos de machismo, violencia de género, xenofobia y discriminación a menudo son solo visibles cuando los comete otro

David Trueba

Al jugador de fútbol Dani Alves le tiraron un plátano en la esquina del córner en el campo del Villarreal y le pegó un mordisco antes de poner en juego el balón. Si, como sostenía Scott Fitzgerald, la personalidad es una serie de gestos con éxito, no puede negarse que el gesto del futbolista, de evidente éxito y repercusión, delata una personalidad. Poseer personalidad es el más firme desafío ante los insultos. El recurso al insulto, en cambio, es la demostración más palpable de la carencia de personalidad. La anulación de personalidades en favor del amparo colectivo provoca que en estadios y reuniones masivas se produzcan escenas y reacciones lamentables. Es muy habitual que el protagonista, desenmascarado por las cámaras, se justifique con algo del tipo: no me reconozco a mí mismo.

El anonimato tiende también a envalentonar esos comportamientos. Lo vemos en las redes sociales. En los mismos días en que Alves denunciaba con su gesto un comportamiento habitual en los estadios españoles, el dueño de una franquicia de la NBA afirmaba en una conversación con la novia su desprecio a las personas de raza negra. Resulta muy curioso esta obsesión racista en los deportes, y más aún en el dueño de un equipo de la NBA. Es algo así como detestar la pasta y poner un restaurante italiano. También los aficionados, que corean a las estrellas de su equipo, la mayoría de ellas extranjeras y de otra raza, insultan de manera habitual a los que siendo idénticos militan en equipos rivales. Puede, por tanto, que sean más estúpidos o cínicos que racistas.

Los rasgos de machismo, violencia de género, xenofobia y discriminación a menudo son solo visibles cuando los comete otro. La famosa distinción entre los míos y los demás. Lo malo es que el deporte espectáculo ha moldeado al resto de la sociedad, que se ha ido transmutando en un graderío sin que nadie hiciera nada por frenarlo y bajarse a tiempo.

El hombre que tira el plátano en Villarreal se ve amparado por el discurso político, por la violencia institucional contra el extranjero, por la reivindicación de lo propio como mejor, por el insulto como dialéctica mediática, y por más que ahora le prohíban entrar al campo, sabe perfectamente que no está solo.

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