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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Menos nueve

Las cadenas reclamarán compensaciones económicas y capitanean una campaña de recogida de firmas en apoyo a sus canales

David Trueba
EL PAÍS

La sentencia que ordena cerrar nueve canales de TDT nos ofrece otro ejemplo de lo incomprensible que resulta para el ciudadano medio entender el funcionamiento legal de la televisión. Entendida por nosotros como un servicio gratuito de entretenimiento, jamás hemos logrado traspasar las profundas contradicciones. La sentencia pretende enmendar un error administrativo cuyo origen se remonta a 2010. Afecta a canales de Atresmedia (laSexta 3, Xplora y Nitro), también a dos de Mediaset (La Siete y Nueve), dos de Veo TV (AXN volverá a la plataforma de pago mientras que Marca TV, el otro canal afectado, ya ha desaparecido) y dos de Net TV, ocupados hoy por teletienda y, antes, por MTV e Intereconomía. La sentencia subraya que el reparto de canales de TDT se hizo sin concurso público, es decir, que se quebró la legalidad que rige nuestro panorama televisivo.

Las reacciones van de la indignación de las empresas que explotaban sus recursos al fatalismo del Ministerio de Industria, que carece de alternativa distinta del cierre. Los consumidores, último mono de este circo, se preguntan si la pérdida de nueve canales no será un paso más en el empobrecimiento de su oferta. Las cadenas reclamarán compensaciones económicas y capitanean una campaña de recogida de firmas en apoyo a sus canales, pero las productoras de contenidos son las más obviamente afectadas. Hay menos lugar para colocar su mercancía. Lo más triste es esa sensación de que la pluralidad no pierde demasiado porque las ofertas consistían en más de lo mismo.

No parece complicado que las cadenas rescaten sus mejores contenidos y los ofrezcan en sus otras parrillas, que en muchas ocasiones aparecen llenas de programas estirados como un chicle y series que en lugar de ofrecer capítulos por debajo de la hora de duración, obligan a un ejercicio imposible que ronda la hora y media y lastra la calidad de su propuesta de manera evidente. La TDT española nunca ha acabado de significar una variedad enriquecedora, por eso a la tristeza evidente que acompaña el cierre de cualquier canal se le solapa la sutil indiferencia del ciudadano, que nunca se ha sentido implicado en la televisión pese a la enorme influencia sobre su vida y su sociedad.

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