Rococó digital
Aparatosa pieza de orfebrería,el filme está entre la exuberancia gráfica y la libertad de trazo de un álbum de Regis Loisel
La reciente tendencia a reescribir cuentos de hadas en clave de sobresaturado cine espectáculo es, posiblemente, lo que ha hecho posible que Christophe Gans —de quien nada sabía este crítico desde la notable, atmosférica y casi abstracta Silent hill (2006), y realizador de Crying freeman: los paraísos perdidos y El pacto de los lobos— se haya atrevido a proponer una nueva lectura de la historia que inspiró un monumento eterno del fantastique poético como La bella y la bestia(1946) de Jean Cocteau.
LA BELLA Y LA BESTIA
Dirección: Christophe Gans.
Intérpretes: Vincent Cassel, Léa Seydoux, André Dussolier, Eduardo Noriega, Myriam Charleins.
Género: fantástico. Francia, 2014
Duración: 112 minutos
Argumenta el director que, al contrario que el maestro —que partió de la síntesis de Jeanne-Marie Lepprince de Beaumont—, su película recurre a las fuentes de la primera versión literaria del relato, debida a Gabrielle-Suzanne de Villeneuve en 1740. Con todo, lo más interesante de su película no está tanto en su vocación de fidelidad como en su capacidad para conquistar una identidad propia a través de la bastardía sofisticada y manierista.
Aparatosa pieza de orfebrería en el arriesgado arte del rococó digital, La bella y la bestia de Gans se sitúa a medio camino entre la exuberancia gráfica y la gran libertad de trazo de un álbum de historietas de Regis Loisel —con esos perros encantados que son un poco gremlin y un poco marsupilami— y unas inesperadas claves orientalizantes, que pasan por la evocación directa del panteísmo de Miyazaki —la maldición de la Bestia al sacrificar un espíritu del bosque— y un tono que, a ratos, recuerda al amaneramiento de The phantom lover (1995), la versión de El fantasma de la ópera que firmó Ronny Yu. Con su ingenioso juego de espejos entre pasado y presente como eficaz recurso expresivo, la película es puro exceso ejecutado con gusto.