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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Yves Bonnefoy, encrucijada

En 'El territorio interior', Yves Bonnefoy no solo se deja llevar por una rememoración se lanza a la exploración con hallazgos inesperados

“A menudo, un sentimiento de inquietud me invade en las encrucijadas”, escribe el poeta y ensayista francés Yves Bonnefoy (Tours, 1923) al comienzo de su libro recién traducido a nuestra lengua con el título El territorio interior. Un sentimiento y situación tales ya nos indican que pertenecen a un alma viajera, aunque, en este caso, nada dispuesta a circunscribir su periplo a los límites convencionales de lo que se entiende hoy como hacer turismo, porque, aun tratándose circunstancialmente de eso, nuestro autor no quiere separar lo real fáctico de lo posible, o, si se quiere, no acepta que lo vivido no implique lo pensado, recordado, imaginado o, incluso, soñado; o sea: lo real indeclinablemente uncido a lo surreal. En cierta manera, ya nos lo avisa el título elegido, porque solo así cabe interiorizar el territorio. Pero Bonnefoy no solo se deja llevar por una rememoración íntima, sino que, además, se lanza a la exploración de un horizonte de fantástica vastedad, en el que se multiplican los hallazgos más inesperados.

De esta manera, guiados por tan peculiar cicerone, que, de entrada, ya nos advierte que no renuncia a sobrellevar también consigo los caminos desechados, las sendas perdidas, hollándolos entonces con la información disponible y procesándolos con el pensamiento, la imaginación o el sueño, nos encontramos en la ruta de hallar un mágico lugar único, ese mismo que contenga la cifra del universo a nuestro frágil alcance. Este desmesurado guion para un peregrino mortal ¿no ha de convertir nuestro periplo en la porfiada búsqueda del inalcanzable país de jauja, de una utopía? Podríamos contestar que, a la postre, no ya la idea de moverse o la simple animación, sino el hecho de vivir, se arraiga en esta ensoñación, pero Bonnefoy insiste en personales experiencias físicas, aunque las relate de forma conscientemente desordenada, con lo que le acompañamos por lugares tan reales como el desierto de Gobi, el Tíbet, Jaipur, la Toscana, Grecia, etcétera. Por otra parte, alguien como él, tan acreditadamente sabio en lo que llamamos historia del arte de cualquier edad, no deja de incluir en su periplo múltiples imágenes y monumentos, cuyas reproducciones salpimentan su poético texto. Más: no desdeña lo aparentemente más próximo, inerte y fútil: “Basta con que algo me conmueva —puede ser lo más humilde, una cuchara de estaño, una caja de hierro oxidado con imágenes de otro siglo, un jardín entrevisto a través de arbustos, una horquilla contra un muro, el canto de una sirvienta en la sala contigua— para que el ser se escinda, y su luz, y me encuentre en el exilio”.

¿Adónde, así, pues, vamos a parar con un guía tan maravillosamente distraído? Bien; me parece que puede ya estar claro que nos dirigimos a ese inescrutable, inagotable e inexplorado país del arte, en el que, cada vez, la ruta es de nuevo recomenzada. Desentrañando a mi manera el enigmático enredo viajero de Bonnefoy, interpreto su encrucijada artística como la dialéctica infinita que va del descubrimiento de la belleza natural a la subordinación del arte de construir a las cualidades físicas de su emplazamiento, y, en fin, de todo ello al punto de fuga de la imagen, esa representación ilimitada de la realidad. ¿Acaso hay todavía hoy otra exploración encarnizada, otra investigación a muerte de la verdad, esa utopía, que la que ha emprendido la representación artística? Y, aunque no lo aborde Bonnefoy, ¿es la imagen digitalizada un nuevo punto de fuga, en el que la individualización creadora devenga un copyright, una marca, una ruta programada sin por eso dar por concluido el azar de todo trayecto? Sea como sea, no hay duda de que, en cada encrucijada, connatural al mapa del arte, se produce efectivamente una ilusionante y aterradora inquietud.</IL>[BOLO] <SC200,79>

El territorio interior. Yves Bonnefoy. Traducción de Ernesto Kavi. Sexto Piso. México D. F./Madrid. 2014. 134 páginas. 19 euros.[/PIEPAG]

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