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Micomicón o cómo adentrarse en la memoria

La compañía madrileña muestra la Trilogía de la Memoria de la dramaturga Laila Ripoll

Reparto de 'Atrabilis', obra de la 'Trilogía de la memoria' de Laila Ripoll.
Reparto de 'Atrabilis', obra de la 'Trilogía de la memoria' de Laila Ripoll.

Nunca podrá ver a Laila Ripoll, directora y autora de la compañía Micomicón, enarbolar la bandera del teatro histórico o político. Y sin embargo, las tres obras que presenta este mes en la Sala Cuarta Pared han supuesto uno de los teatros artísticamente más comprometidos del panorama teatral del siglo XXI. Su Trilogía de la Memoria, sin alharacas pero con decisión, apunta a tres de las líneas de flotación de este país: el machismo, la iglesia y la educación, y la memoria histórica. Ahí es nada.

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La primera obra, estrenada en la propia Cuarta Pared hace 12 años y que estará esta semana y la siguiente en cartel es Atrabilis, obra que supuso un aldabonazo contra una España fin de siglo que se creía moderna y liberada. En Atrabilis, con humor y fina “mala leche”, se nos recuerda a los españoles lo mucho más cerca que estamos de Bernarda Alba que de Melrose Place. Cuatro octogenarias, una herencia y una España encerrada en un cuarto que huele a pis y visillo, a envidia y servidumbre. Con esta obra Micomicón giró por toda España y Latinoamérica haciendo más de 150 funciones. Con ella se conformó la espectral gangarilla (compañía de cuatro actores) que, con leves cambios, ha realizado la trilogía completa. Actores surgidos del teatro clásico que en un giro isabelino (todos son hombres representan mujeres) dan con una manera de interpretar, entre el clown metafísico de La Zaranda y el esperpento de Valle Inclán, que acompañará toda la trilogía. Ellos son: Mariano Llorente, Manuel Agredano, Marcos León, José Luis Patiño y Antonio Verdú.

La segunda obra, Los niños olvidados, que podrá verse del 22 al 26 de enero, fue estrenada el 2005 en Teatro María Guerrero de Madrid, sede central del Centro Dramático Nacional. Primera vez, por otro lado, que el texto de una autora subía a ese emblemático escenario. “Cuando me lo dijeron me sorprendió mucho, dice mucho de cómo estamos y quiénes somos”, recuerda Ripoll. El argumento: cinco niños internados en uno de los cientos de hogares de la Obra Nacional de Auxilio Social que hubo en España tras la guerra y que “acogían” a hijos de republicanos. Historia negra que va retorciéndose entre los juegos y los sueños de estos niños sentenciados a muerte.

Momento de Santa Perpetua, tercera de las obras de su Trilogía de la Memoria

Y la tercera obra, Santa Perpetua, que podrá verse del 29 de enero al 2 de febrero. Obra estrenada en 2010 en esta misma sala y en la que Ripoll continúa trabajando con materiales inconclusos de nuestra historia, en este caso las miles de personas enterradas en fosas y todavía sin identificar de la Guerra Civil. Lo hace a través de esta santa y visionaria capaz de predecir, de preñar o de curar la gota. La obra bordea el esperpento y el teatro cercano al ritual, a lo espectral. Reina el humor, la exageración que acaba torciéndose hasta lo oscuro. Las tres obras acaban de publicarse en la editorial Yorick en un mismo volumen.

“Estamos bien contentos de estar un mes trabajando, además creemos que las obras realmente forman una trilogía. En todas se sigue una misma estructura, son tres actores más uno, tres hermanas más la criada, tres niños más el tonto, tres hermanas más el que viene de fuera. Y todas tienen un elemento fantástico, espectral… Yo creo que los nexos son claros.”, explica Ripoll. “Va a ser un gustazo para los actores recorrer esas tres obras. Y además, Arturo Martín Burgos muestra tres escenografías, Almudena Rodriguez Huertas tres vestuarios, y Luis Perdiguero dos diseños de luces… Es muy estimulante para todos. No nos vamos a hacer ricos, vamos a taquilla, al cincuenta por ciento, pero después de estos años horribles es una bendición”, comenta Mariano Llorente, actor en las tres obras de la Trilogía.

Al hablar de a qué se refieren con “estos años horribles”, Ripoll comenta: “El recorrido de Santa Perpetua, por ejemplo, fue muy complicado, se ha deteriorado todo el circuito teatral y además está la cuestión política. Con Los niños perdidos también pasó, pero es que hay un antes y después del 2008. En el 2008 pega un vuelco de signo político la mayoría de los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas. A partir de ahí, nosotros nos dedicamos a hacer clásicos para poder comer. Sabemos que en contextos contemporáneos, contando lo que nosotros queremos contar, no nos va a contratar nadie o nos van a hacer putadas como nos han hecho, por ejemplo, en San Martín de la Vega y San Martín de Valdeiglesias. En ambos ayuntamientos teníamos firmado contrato y cuando cambió la alcaldía, como no nos podían quitar de programación, nos la jugaron todo lo que pudieron”, explica Ripoll. “Todo ha cambiado mucho, Móstoles, Alcorcón, el Festival Madrid Sur que ya no existe… Los programadores hablan entre ellos, funciona mucho el boca a boca… Y saben de qué pié cojea Micomicón”, complementa Llorente.

Fragmento la representación teatral del trío de piezas de Laila Ripoll en la sala Cuarta Pared

“En Santa Perpetua hay un monólogo con el que siempre alguien se va de la sala, incluso gente que insulta. En Santa Perpetua hay una reivindicación absoluta de desenterrar a los muertos y dar dignidad a las familias, y eso jode mucho”, afirma Ripoll. Al preguntarles si creen que se puede comparar este momento con los comienzos del 2001 en que también hubo casos de censuras directas e indirectas en el ámbito teatral, Ripoll responde rápido: “A mí, lo que está pasando ahora me parece mucho más fuerte. Y más triste. En el 2001 por lo menos había ganas de cambiar cosas. Ante protestabas porque te parecía injusto, ahora lo ves normal. Nos hemos acostumbrado. En el 2001 estaba comenzando la Asociación por la Memoria Histórica, se permitía que hubiese una gala de los Goya televisada en directo y con un guión libre. Ahora…”, explica. “Y además, en esos momentos se podía trabajar. Se podían hacer 60 o 70 funciones al año y a caché. Ahora eso es un sueño. Este año hemos hecho 14 funciones y a taquilla. Ahora es la penuria”, apunta Llorente. “En la puta vida recuerdo algo así. Mira que 1993 fue malo, pero esta penuria no la recuerdo”, concluye Ripoll.

Cuando le pedimos que nos intente explicar como directora ese código actoral tan reconocible en esta compañía que lleva ya más de 15 montajes a la espalda, Ripoll duda mucho: “Es muy difícil explicarlo. Intenta ser muy de verdad sabiendo que es imposible porque es pura convención. Más si tenemos un actor de cuarenta y ocho años que interpreta a una señora octogenaria. Pero se trabaja como si lo fuera y eso crea un resultado extraño, distorsionado, chocante. En ningún momento se trata a la vieja imitando a la vieja. No se trabaja a una vieja. Se trabaja a una persona que tiene dolor en las articulaciones, que no tiene dientes, que le cuesta moverse, que le duelen los huesos, etc. Se trabaja de dentro a afuera, jugando con las dificultades del personaje, para llegar a esa verdad que nunca puede ser imitación. Es más, en el primer montaje de Atrabilis llevaban unas hermosas tetas postizas, ahora no llevan nada, van escurridas y casi sin maquillaje”, explica Ripoll.

Cuatro semanas donde descubrir una de las aventuras teatrales más fructíferas y poéticas del teatro surgido en la capital. Un teatro donde se unen tradición, técnica, humor y libertad. Teatro lleno de vida, que nunca panfleto. Además, parece que Micomicón no piensa echar el freno ni cerrar compañía, en abril estarán estrenando nueva obra en el Centro Dramático Nacional, El Triángulo Azul, obra escrita a dos manos entre Ripoll y Llorente que versa sobre la historia de los presos españoles en el campo de concentración de Mauthausen.

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