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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todas las carreteras secundarias

'Mistery train' sirvió de salvaconducto para que el rock entrara en los departamentos de estudios de las universidades

Diego A. Manrique
El 'bluesman' Robert Johnson.
El 'bluesman' Robert Johnson.

Mystery train tiene un lugar de privilegio en la bibliografia de la música pop. Publicado en 1976, sirvió de salvaconducto para que el rock entrara en los departamentos de Estudios Culturales de las universidades. Un tomo académico que comenzaba con una explosiva anécdota de Little Richard y procedía a estudiar el modo en que determinados artistas reflejaban la mitología estadounidense. Greil Marcus diferenciaba entre Antepasados (Robert Johnson y, uh, Harmonica Frank) y Herederos, con The Band, Sly Stone, Randy Newman y Elvis.

Mystery train recorre todas las carreteras secundarias que le resultan apetecibles: regularmente, incursiona en Bob Dylan, pero también se detiene en Raymond Chandler, Jerry Lee Lewis, Bobby Blue Bland, Charlie Rich, la Carter Family, ¡los Kinks!. Con maravillosa audacia, va estableciendo las conexiones más inesperadas: la leyenda de Stagger Lee, prototipo del asesino impávido, nos lleva a la blaxploitation; el carisma de Elvis, a Bill Clinton.

Ocurre que Mystery train ha ido engordando con sucesivas ediciones. En la versión ahora publicada las Notas y discografías ocupan más que el texto principal. Comprensible, ya que deben acoger el prodigioso alud de reediciones en CD, la creciente presencia de sus personajes en la ficción, las radicales enmiendas a sus teorías en artistas tan evanescentes como Robert Johnson, la exploración exhaustiva de vida y obra que siguió a la muerte de Elvis.

Aún así, el libro transmite la excitación intelectual que debió sentir Marcus al encontrar vacío territorio tan inmenso. El rock, experiencia central para su generación, tenía raíces profundas y servía como clave para entender la manera de ser estadounidense. Advierto que esa imaginación desatada le lleva a atribuir valores exagerados a interpretaciones que son simplemente decentes, a caer en la tentación de establecer conceptos unificadores en discos dispersos. Pero ¡qué menos! Enfilas una autopista vacía y aceleras con deleite.

El entusiasmo no es el principal obstáculo de Mystery train. Sí lo son las ocasionales caídas en la pedantería, las extensas frases impenetrables propias del universo académico. Marcus, que evita la autobiografía, no termina de asumir que convertirse en actor, aunque sea secundario, del circo del rock implica ciertas servidumbres.

Hace poco, mediante una astuta manipulación del representante del propio artista, Marcus se vio empujado a rectificar la más celebrada de sus críticas: aquella que trataba del Self portrait dylaniano y que comenzaba con un airado “¿Qué es esta mierda?”. Sin embargo ¿hay algo más estadounidense que esa franqueza ante la autoridad? La autoridad moral que se atribuía al Dylan incandescente de los sesenta.

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