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“La letra es un ancla para una canción”

La artista argentina presenta su nuevo disco, 'Wed 21', mezcla de electrónica, guitarras y sonidos de lo más imprevisibles

Tommaso Koch
La artista argentina Juana Molina, retratada en Madrid.
La artista argentina Juana Molina, retratada en Madrid. ÁLVARO GARCÍA

Juana Molina tiene sueño. Mucho sueño. Normal, ya que lleva cuatro días sin apenas dormir. Es lo que tiene la agenda de una gira. Valga como ejemplo el timeline de una jornada cualquiera: “Tocas. Te acuestas a las tres. A las siete sales de Ginebra para ir a París. Llegas a las cuatro de la tarde. Haces la prueba de sonido. Tocas. Terminas a las tres”. Y a las seis y media, claro, te levantan porque Madrid te está esperando. En la capital española Molina (Buenos Aires, 1962) actuó a finales de noviembre. Y, como no, al día siguiente, se despertó otra vez temprano. En esta ocasión la agenda rezaba tal vez el peor plan para alguien que no haya pegado ojo: charlar todo el día con periodistas.

Así que la artista argentina tiene sueño. Y no lo esconde. De hecho, más allá de que se intuiría por las veces que se frota los ojos, lo aclara desde el primer instante, cuando hay que hacer la foto. Y por ahí empieza también la charla con esta peculiarísima creadora capaz de mezclar electrónica, guitarras, percusiones y todo tipo de imprevisible sonido, de un maullido al cierre de una puerta. Para hacerse una idea, se puede escuchar su último disco, Wed 21.

“En mi familia se me transmitió la tragedia de no dormir. Mi padre [músico de tango] decía que si no descansas no puedes cantar bien. Creo que superé eso: vengo haciendo shows sin dormir y aguanto. Pero seguro que si reposara más cantaría mejor”, espeta Molina. De ahí que sea obvio atar cabos y sugerirle que, como declaró una vez al Clarín que le gustaría hacer, salga a tocar en pijama: “Lo dije por eso de que se supone que hay que tener un look, me parece una pesadilla. Me gustaría llevar en el escenario la ropa que me pongo en casa cuando voy a por el desayuno, algún pantalón recomodo”.

En su casa es también donde la artista se encierra en bucle a componer sus ocurrencias, con “obsesión más que con método”. Y con un claro orden de prioridades. “Lo que me conmueve es la música y su universo abstracto. Podría dejar varias de mis canciones sin palabras. La letra es como un ancla para una canción, la vuelve más terrenal”, defiende Molina. Por ello, en su proceso creativo, los textos aparecen –si es que aparecen- solo cuando la melodía ya existe. Y después, ya en directo, pueden volver a volatilizarse o variar. “Si estoy muy metida en la canción, o hay algún problema y pienso en cómo resolverlo, me olvido de las letras. Digo cualquier cosa”, explica la artista.

Lo que debe de ocurrir bastante, al menos a juzgar por dos factores. Por un lado, basta un mínimo detalle para turbar –o desenchufar- la miríada de cables que Molina lleva al escenario para reproducir sus creaciones. Y luego está la malasuerte: “Soy un imán para los incidentes técnicos. Hay shows que son muy frustrantes. Una vez, por un problema que tuvimos, decidí empezar a improvisar. A la media hora, veo un técnico que se acerca a cuatro patas y enchufa un cable: no se había oído nada”.

Cuando las cosas sí funcionan, o cuando uno se pone a escuchar Wed 21 -rigurosamente con cascos, recomienda Molina-, lo que se oye es una mezcla de sonidos y música entre psicodélica, rara, onírica y compleja. “Su música sigue moviéndose al borde del delirio”, según una crítica de The New York Times. Pero Molina prefiere otra definición: “Es más estructurado que mis otros álbumes, aunque todavía no lo entiendo mucho. Lo diferente es que evité todos los caminos conocidos a propósito. Me pareció que, para no aburguesarme en mí misma, me tenía que salir de ese lugar de confort”.

"Es muy fácil tomar modelos, copiar y hacer que las cosas parezcan buenas. El buen gusto está estandarizado, y es raro encontrar algo interesante en la radio. Además ahora los músicos somos tantos, somos una plaga", añade Molina. A ese grupo, ella se apuntó en 1994. Porque, antes, era una comedianta híperconocida gracias a la televisión (tres millones de argentinos veían cada semana su programa, Juana y sus hermanas). Tanto que cuando dejó la pantalla por la música era una "principiante ya famosa". De ahí que los medios se interesaran más por su abandono de la televisión que por sus discos y el público acabara pidiéndole en los conciertos "¡Juana, hacé la coreana [uno de sus personajes]!", como contaba en otro reportaje su compatriota Leila Guerriero. Poco a poco, sin embargo, Molina fue ganando su espacio; primero, en el extranjero (en 2004 The New York Times incluyó su Tres cosas entre los 10 mejores discos pop del año) y luego, cual hija pródiga, también en casa. Finalmente, ha acabado tocando sin parar por todo el planeta. ¿Un sueño? Quizás, pero no le hablen de dormir. 

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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