_
_
_
_
_

“Disfruto mucho del silencio”

A los 82 años, Alfred Brendel, pianista y escritor austriaco, visita España Presenta el libro ‘De la A a la Z del pianista’ y charla con sus seguidores. En esta entrevista exclusiva, en el AVE Barcelona-Madrid, ofrece su visión de la música... y la vida

Daniel Verdú
En la imagen el pianista Alfred Brendel en el AVE Barcelona / Madrid
En la imagen el pianista Alfred Brendel en el AVE Barcelona / Madrid Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Podría decirse que Alfred Brendel (Weisenberg, Moravia, 1931), una de las grandes leyendas del piano, vive liberado tras abandonar los escenarios en 2008. Escribe, pasea, ve películas, lee dos periódicos al día y hasta se olvida del tiempo. El que regía su música. Y el de los relojes. La entrevista era a las 11.00 en Barcelona, donde presentó el lunes su nuevo libro, De la A a la Z de un pianista (Acantilado), un exquisito diccionario con sus impresiones sobre la música. Pero no apareció. En lugar de someterse a las preguntas de una de las escasísimas entrevistas que concede, se va a visitar el MNAC, templo del románico que tanto le apasiona. Al cabo de una hora y media llega aparentemente compungido. “Lo siento muchísimo, créame. Véngase conmigo en el tren y lo resolvemos”.

Dos horas después, aparece en la estación de Sants acompañado de su editor, Jaume Vallcorba, que le despide camino a Madrid, donde hoy ofrecerá una conferencia sobre el sentido del humor en la música (19.30 Auditorio Nacional). Ya en su asiento, se coloca un audífono y pide sentarse a la derecha para poder escuchar con la claridad que le ha robado la vida a su oído derecho.

Pregunta. Usted ha tenido dos grandes profesiones: escritor e intérprete. Ambas requieren una cierta soledad. ¿Cómo la ha llevado?

Respuesta. Nunca me he sentido solo. No era antisocial ni social. Tampoco gregario, no necesito compañía todo el tiempo. Pero estoy bien conmigo mismo, especialmente ahora que no oigo como antes. Y honestamente, disfruto mucho del silencio.

No me arrepiento ni un momento de haber dejado el instrumento

P. ¿Más que antes?

R. Soy más consciente del silencio y de sus beneficios. Así como de lo importante que era para mi identidad poder oír. Al descubrir que esa parte ya no era completa, sentí que me había perdido a mí mismo. Ahora eso se ha corregido hasta cierto punto y, al menos, interpreto un papel.

P. ¿No escucha música ni va a conciertos?

R. Prácticamente, no. Pero puedo escribir, dar conferencias, lecturas de mi poesía y hacer masterclasses para cuartetos de cuerda. Oigo mejor este tipo de instrumentos que el sonido del piano.

P. En ese silencio en el que ha aprendido a vivir, la música le seguirá asaltando la cabeza.

R. No mientras escribo. Pero sí viene durante la noche o por la tarde. A veces incluso oigo piezas que he tocado en el pasado y que intento mejorar mentalmente… la interpretación, claro.

P. ¿No se le van los dedos cuando sucede?

R. Mis manos, sobre todo la derecha, se mueven constantemente cuando estoy en la mesa. Eso no puedo pararlo. Pero en la práctica ya no toco.

P. ¿Nada? ¿No estudia de vez en cuando en casa?

R. No. A veces toco algunos ejemplos en mis conferencias. Pero la mayoría de la música viene de los altavoces.

P. ¿No echa de menos la relación con el público?

R. Tuve una buena relación, pero no era un adicto al público o al escenario. Antes de retirarme ya tuve la impresión de dar conciertos que no elegía. Y cuando me retiré confirmé esa sospecha porque no sufrí nada. [Se ríe]. Además, sabía muy bien lo que quería hacer los siguientes años.

P. ¿Recuerda el día que decidió dejarlo?

El intérprete tiene el privilegio de despertar la música de la partitura

R. Tenía 75 años, dos antes de hacerlo. Algunos amigos me insistieron en que continuara. Pero mi decisión era la buena. No me he arrepentido ni un solo momento. Aunque hubiese preferido hacerlo sin decírselo a nadie, simplemente de un día para otro. Pero no era posible: si tu agencia no te organiza conciertos para el siguiente año, la gente sospecha. Así que pasé un tiempo despidiéndome. Es importante cómo van los últimos conciertos, y yo fui muy afortunado. La gente vio que todavía controlaba mi interpretación cuando lo dejé.

P. Antes de retirarse dijo que pasaría horas ante una pantalla viendo cine. ¿Lo ha cumplido?

R. Es una de mis actividades favoritas estos días y una pasión. Dos años atrás comisarié un ciclo de 14 películas en Viena. Se titulaba Entre el horror y la risa. Leo mucho sobre cine y veo películas para buscar más material para estos ciclos. Son películas de entre los años veinte y los ochenta. Directores como Buñuel y El fantasma de la libertad, Louis Malle, René Clement, Hitchcock, Woody Allen… por Zelig, que es mi película preferida. La última, Blue Jasmine, ¡es fantástica también!

P. ¿Le gusta el cine de su paisano Michael Haneke?

R. Sí, aunque por naturaleza yo no sea un sadomasoquista. Me gustó mucho su última película. Es un maestro, sabe lo que quiere. Por muy cruel que resulta, parece que sonría durante el rodaje.

P. ¿Sabe que es fan absoluto de Schubert? Debe de haberle escuchado tocar centenares de veces.

R. ¿En serio? No le conozco personalmente.

Brendel pide agua con gas y se acomoda en el asiento. Sonríe todo el tiempo con sus ojos azules y tira de ironía para resolver cualquier pregunta incómoda. A veces, pese a su fuerte acento, parece británico. Lleva viviendo allí 40 años. Existe una afición incontrolable entre la prensa a preguntarle por Lang Lang y los nuevos pianistas. Él ha dejado entrever muchas veces que no le entusiasma. Que alguna vez incluso le ha aburrido. Pero que lo importante será ver qué hace en 20 años.

P. ¿Empieza a estar harto de esa pregunta?

Glenn Gould es el tipo de intérprete que nunca me hubiera gustado ser

R. Debería empezar a enfadarme un poco, sí. Quizá incluso negarme a hablar de los jóvenes colegas. He estado en contacto con muchos de ellos, pero ya le digo que prefiero estar con cuartetos de cuerda. Hay más jóvenes y buenos violinistas que nunca.

P. En su libro señala que el esplendor de los buenos pianistas se encuentra entre los 40 y los 60 años. Con los violinistas, en cambio, sucede antes.

R. Sí, el pianista requiere mayor control. Es otro método. El instrumento no es una extensión de tu cuerpo como el violín. El piano debe ser transformado, y no solo reproducido como un piano. Sugiere por sí mismo muchas otras cosas. Una orquesta, la voz humana, también asuntos poéticos, miedos… Los grandes compositores de piano, excepto uno, han sido compositores también de ensembles. Chopin era el único que se entregó a ese instrumento e inventó una música para el piano. Los otros, aportaron ideas que venían de otros instrumentos. Eso es importantísimo.

P. ¿Chopin requiere un acercamiento distinto?

R. Sí, por eso hay especialistas de Chopin hasta la mitad del siglo pasado. Era una posibilidad para los grandes pianistas. La otra era el repertorio centroeuropeo. Yo me decanté por este cuando era joven, aunque me encantaban algunas de las piezas de Chopin.

P. ¿Cree que hoy se está perdiendo el respeto al compositor?

R. Sí, especialmente entre los pianistas. Porque no interpretan con conjuntos. Entender el texto del compositor es algo más difícil de lo que la gente cree. Y no es para nada automático. A veces se dice que la música solo está viva cuando suena. O cuando se toca. Yo no lo creo. La música en gran medida está en la partitura, pero durmiente. El intérprete tiene el privilegio de despertarla.

El nacionalisimo o el chovinismo no son para mí. Me siento en casa con un buen libro o con la música

P. Pocas veces cita a Glenn Gould. ¿En qué esfera le sitúa?

R. ¿Nunca me ha oído hablar de él? Está de suerte entonces. Tiene mi admiración por su talento y su precisión. Pero lo que consiguió, o pretendía conseguir, para mí es anatema. Es el tipo de intérprete que nunca me hubiera gustado ser. La mayoría del tiempo obstruye al compositor en lugar de entenderle. Todo el tiempo le dice a la pieza lo que debe ser. Cuando eres un compositor, puedes contradecir a tu padre. Cuando eres un intérprete, debes amarle. Si no, intenta ser compositor.

P. Y usted, ¿nunca quiso ser director?

R. No, pero he aprendido más de los directores y de los cantantes que de los pianistas. Como dirigirme a mí mismo. Hay algunas marcas que te permiten dar descanso a tu batuta, pero la mayoría del tiempo has de ser tu propio director. Y me encanta decirles a los directores lo que deben hacer.

P. ¿Cree que parte de los problemas que se atribuyen a los nuevos pianistas tienen que ver con el marketing de una industria en busca de estrellas del pop?

R. Sí, y lo hacen muy temprano. Porque las estrellas del pop siempre son jóvenes. Y para el desarrollo artístico de un pianista y su ego eso no es bueno. Un pianista debe tener paciencia para saber que algunas cosas solo se logran en décadas. Cuando yo tenía 20 no me moría por ser una gran estrella en dos años. A los 50 vi que había conseguido ciertas cosas, pero quedaban más aún.

P. ¿Le interesa la política?

R. Sigo los periódicos, dos al día para acordarme de la relatividad de las noticias. Soy un hombre muy escéptico. Particularmente en estos días de Internet, donde puedes informarte mal de forma exponencial.

P. En esta gran crisis, que ha afectado a Europa, la idea de la unión se desvanece frente a nuevos nacionalismos. ¿Cómo vive este cambio?

R. He pasado mi juventud hasta los 14 durante los años de guerra. He visto el fascismo en Yugoslavia, los discursos de Goebbels y Hitler en la radio… vi la influencia que tenía la propaganda sobre la sangre y el territorio. Estoy curado para el resto de mi vida de eso: del fanatismo. Soy muy escéptico acerca de las creencias de cualquier tipo. Ni el chovinismo, ni el nacionalismo, ni el patriotismo son para mí. No necesito estar arraigado. Me siento en casa cuando tengo mis libros y mi música. Grandes museos, buena literatura.

P. ¿El mundo le sigue pareciendo absurdo?

R. Sí, pero las obras de arte han sido una reacción a ese absurdo de la vida.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_