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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ópera de Sidney cumple 40 años

Se conmemora en Sidney el 40º aniversario de su Opera House que inauguró la reina Isabel II en 1973

Mañana, 20 de octubre, se conmemora en Sidney el 40 aniversario de su Opera House que inauguró la reina Isabel II en 1973, diez años después de lo previsto por las autoridades y por los técnicos.

Pero casi todo fue entonces imprevisto. Un presupuesto de siete millones de dólares se convirtió en otro de 102 millones y lo que fuera una brillante idea del famoso director de orquesta Eugene Gossen se arruinó por un escándalo de perversión sexual que acabó con su prestigio y el de una buena parte de la oficialidad gubernamental que tanto lo había mimado.

Finalmente, el proyecto se alzó sobre una de las zonas más pugnaces y vistosas de la costa. Tan relumbrante que en la actualidad su emplazamiento estratégico y su edificación se valora por la auditoría Deloitte en 4.600 millones de dólares y aún piensa que se queda corta.

Un 60% de los norteamericanos y hasta un 97% de los chinos dicen visitar Australia con el propósito capital de contemplar en vivo la Opera House. De hecho, se encuentra tan viva que atrae cada año a más de 8,2 millones de visitantes sin importar los espectáculos programados en sus salas. El espectáculo “superespectacular” es el edificio que de cerca parece un 50% mayor que en las fotos y puedo ratificarlo yo, que ahora estoy viviendo en Sidney y si no lo digo reviento. Ratificada por la UNESCO su importancia, su atracción y su potencia icónica han sido comparada con la Muralla China o las Pirámides aztecas de las que ha imitado el pódium de sus escalinatas.

¿Poseía alguna idea su arquitecto de la que se le venía encima? Claro que no. El concurso internacional fue convocado en 1955 y de los 222 proyectos presentados (61 australianos, 53 británicos, 24 norteamericanos, 23 alemanes y 2 daneses) el ganador fue Jørn Utzon, que si había vencido en otras lizas dentro y fuera de Dinamarca apenas había construido nada y apenas había cumplido 38 años.

El jurado, compuesto en su mitad por australianos, tenía otras preferencias, pero fue, sin embargo, un finlandés, Eero Saarinen, ya reconocido por su arco de la ciudad norteamericana de San Luis como por la terminal para la TWA en el Kennedy Airport, quien impuso su criterio. Rebuscó entre los planos ya descartados por los demás y eligió el de Utzon como indiscutible obra maestra. Coyuntura esta que con alguna frecuencia se repite en las editoriales de libros, donde un pre-lector ebrio de mediocridad arrumba un manuscrito que luego rescatará la lucidez de su jefe. Mister H, por ejemplo.

Fue en efecto tan maestra la obra elegida por Saarinen que no fue fácil de realizar incluso por la mayor constructora (Arup). De ahí su retraso de años y las diversas e imaginativas soluciones que exigió la obra.

Utzon alegaba que cada una de las piezas eran como gajos de una naranja y, tal como aman los arquitectos, no existía arbitrariedad. El problema residía en cómo trabajar con hormigón aquellas agudas curvaturas de gran escala. Una concepción del todo y sus partes como un costillar de unidades prefabricadas acabó llevando a la solución y un remate de cerámica marfil culminó su belleza reflectante. El mismo Louis Khan, el maestro de Filadelfia, dijo: “El sol no sabía lo hermosa que era su luz hasta que no se vio reflejada en este edificio”.

Aunque efectivamente no todo fueron alabanzas, ni mucho menos. Sus detractores fueron todos aquellos que amaban, dentro del movimiento moderno lo rectilíneo, pero incluso Frank Lloyd Wright sentenció que esa clase de tienda de campaña circense no era arquitectura. Por el contrario, Gehry, amigo de Utzon, lo calificó como “pieza épica” que se había adelantado formal y tecnológicamente a todo su tiempo.

Utzon murió a los 90 años (noviembre de 2008) sin contemplar la culminación de los trabajos proyectados con motivo del 30º aniversario de su obra. En esos momentos la mediocridad de los colegas y de los periódicos daban por fracasada su osadía. Y tampoco, en este caso, se hallaba vivo algún Saarinen para defenderlo. Saarinen había muerto de un tumor cerebral a los 51 años, una enfermedad que fatalmente acabó igualmente con su esposa.

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