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Jake Gyllenhaal abraza la madurez

El actor busca en 'Prisioneros' "personajes a los que cuesta entender, a los que es difícil querer a primera vista"

Toni García
Jake Gyllenhaal, en 'Prisioneros'.
Jake Gyllenhaal, en 'Prisioneros'.

De negro, con una sonrisa de oreja a oreja y con la confianza que da saber que estás en una película adorada por la crítica, Jake Gyllenhaal (Los Ángeles, 1980) presentaba Prisioneros en Toronto. Su personaje, un policía con la ira congelada, es el alma de un drama con hechuras de thriller y confirma lo que muchos sabían: el actor ha abrazado por fin una madurez que llevaba intuyéndose desde la impresionante Zodiac. Por el camino ha firmado películas como Brothers o Sin tregua, que ahora parecen ensayos para un tipo que durante mucho tiempo coqueteó con el peligro de ser otro de esos rostros que Hollywood adora y olvida, casi sin tiempo para nada más. “No sé si he cambiado como actor. Creo que he hecho películas mejores y otras peores pero de todas he aprendido algo. Lo que sí sé es que ahora me apetecen esa clase de personajes a los que te cuesta entender, a los que es difícil querer a primera vista. Por eso me entiendo tan bien con Denis [Villeneuve, director de Prisioneros]. A los dos nos gustan esos tipos llenos de dobleces, a los que les cuesta seguir la línea recta y siempre están dando tumbos, sin darte pistas de lo qué realmente son, de cuál es su auténtica naturaleza”.

Villeneuve, el realizador de la magnífica Incendies, parece ahora atado al intérprete al que ha dirigido en Prisioneros y en Enemy, y no son pocos los que le preguntaban por su –extraña- relación: “[Risas] puedes decir que es una relación extraña. Un día le mataría y al siguiente le abrazaría y creo que nunca he amado tanto a alguien a quien pudiera odiar en la misma medida. Sin embargo, creo que esa es la clase de riqueza que necesita cualquier relación y, desde luego, nunca he tenido con ningún director la confianza que tengo con él”. En Prisioneros, el personaje de Gyllenhaal, luce tatuajes, tics nerviosos, y una rabia que le asoma por las mangas de la camisa: “Hablé mucho con Denis sobre mi personaje y su relación con el de Hugh Jackman. El sujeto era muy sensible: la desaparición de dos niñas pequeñas y el impacto en sus padres, en sus madres, en las familias que les rodean. Mi personaje es alguien al que no puedes identificar a primera vista: te despistan los tatuajes, el anillo, su forma de moverse, como si supiera mucho más de lo que realmente dice. Nunca se desvela –y no voy a hacerlo ahora- el origen de todo eso, pero puedes imaginarte que el tipo no ha tenido una vida sencilla y que si le acercas demasiado una cerilla puede explotarte en la cara. Puedes imaginar que él mismo ha visitado el sistema penitenciario pero que de algún modo ha salido de ahí y está en el otro lado, el de la justicia. Todo eso está ahí, e intuyes muchísimas cosas: dicen que el diablo está en los detalles y me gustó mucho hacer ese ejercicio de imaginarme de dónde salía este hombre, que había hecho antes de ser policía, cuál era su auténtico motor, más allá de su placa. Esa ambigüedad era en realidad lo más atractivo”.

 Gyllenhaal, que en su día ocupó corazones cinéfilos con Donnie Darko, parece ahora enfrentarse a un reto mayúsculo, que él mismo admite: “Quiero crecer como actor y eso es fácil de decir pero difícil de hacer. Cuando rodábamos Prisioneros miraba a Hugh Jackman o a Terrence Howard y pensaba la cantidad de recursos, de maneras distintas que tienen a la hora de afrontar una escena. Lo mismo puedo decir de Michael Pena o Robert Downey Jr. Son tipos que tienen una versatilidad y un abanico de posibilidades ilimitada. Ahí es donde quiero ir”.

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