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El día en que las cantadoras colombianas se revelaron al pop

Hace 20 años el disco 'La candela viva', de Totó La Momposina, aseguró la visibilidad internacional a una de las expresiones de la tradición afrocolombiana

Totó La Momposina.
Totó La Momposina.

Hoy se cumplen 20 años de la aparición de La candela viva, de Totó la Momposina, álbum publicado por el sello Real World, del cantautor inglés Peter Gabriel. “Llegué hasta Peter porque él sabía que había una señora colombiana cantando en los bares, en el metro, en el Pompidou, y quiso que estuviera en la primera edición de su festival WOMAD”, recuerda la exponente que en agosto pasado alcanzó los 73 años de edad. “Pero no soy artista de discos, sino de escenarios. En ese sentido, encuentro una gran afinidad con Tina Turner porque nadie puede decir que canta y baila feo”. Gracias a esta realización, en la que participó el también británico Richard Blair, quien tras fungir de productor e ingeniero de sonido de este trabajo viajó a Colombia, donde a la postre fundó el laboratorio sonoro Sidestepper (en el que la electrónica se da la mano con el folclore local), la bolivarense no sólo logró salir de esa categoría marginal en la que la situó el negocio discográfico, sino que presentó ante la cultura pop a las cantadoras colombianas.

Al igual que sucedió en el medioevo en Europa con los trovadores o en África con los griots, en Colombia las danzas o bailes cantaos se transformaron en un medio de expresión y en fuente de transmisión oral del conocimiento. Así que mediante palmas y tambores afrodescendientes que manufacturaron los esclavos que fueron llevados a la patria bolivariana, las cantadoras, portadoras de una cualidad patrimonial única, sin establecérselo concienzudamente ayudaron a preservar el heraldo de su pueblo al describir los acontecimientos sociales por intermedio del canto. A pesar de que la región caribeña de esa superficie sudamericana, eje folclórico del territorio donde el mestizaje alcanzó su máxima expresión y se tornó en el principal identikit cultural del país -al menos puertas afuera-, reconoce a estas mujeres como las acarreadoras de la sapiencia y la historia, su relevancia generalmente sucedió cuando superaron la madurez, pues la tradición que les fue enseñada durante la infancia la debieron cultivar a lo largo de muchos años.

Además de servir para satisfacer necesidades básicas como el baño o la alimentación, el arroyo, en la cultura palenquera [NdelR: considerados reservorios de la tradición afrocolombiana, los palenques, tras la revolución detonada en el siglo XVII por el líder cimarrón Benkos Biohó, en lo que es hoy el municipio de Mahates -departamento de Bolívar-, se convirtieron en concentraciones políticamente organizadas de los negros esclavos rebeldes, en lugares con fuente de agua y cuevas, y con alcaldes que ejercían su autoridad en el interior de las mismas], invoca una costumbre que pareciera haberse suspendido en el tiempo, pues las mujeres todavía lavan la ropa redimiendo la usanza legada por sus antepasados. Ya sea a mano o apeándose del manduco (especie de garrote de madera fuerte con el que se suele golpear las prendas contra las piedras del riachuelo, y que recrea una técnica que se remonta a la época colonial), madres, hijas y nietas amenizan el quehacer hogareño a través del canto.

Justamente de esa manera, mientras fregaba la ropa en la orilla del río, Petrona Martínez, en 1984, fue descubierta al mundo. Al lado de Totó y de Etelvina Maldonado, quien falleció en 2010, la sancayetanense de 74 años, siguiendo los pasos de su bisabuela, Carmen Silva, se convirtió en uno de los bastiones de los bailes cantaos de Colombia. No obstante, de las tres intérpretes, la que obtuvo mayor reconocimiento internacional fue la artífice que le debe su apellido artístico a la isla de Mompox, en el Río Magdalena (principal arteria fluvial del país). Aunque la tradición sonora también forma parte de su heraldo familiar, de la misma forma que sucedió con sus otras dos colegas, la exponente más célebre de la música colombiana -superada tan sólo por Shakira- fue la única de la terna que inició una trayectoria profesional cuando era adolescente (a fines de los sesenta), y la que posee una formación académica, gestada en el conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia, y profundizada en La Sorbona (París), en los ochenta.

Antes de su instalación en la capital francesa, la intérprete parida con el nombre de Sonia Bazanta sorprendió con su voz al ambiente musical e intelectual al acompañar a Gabriel García Márquez, con un espectáculo, durante su recibimiento del Premio Nobel de Literatura, en 1982. Si bien Totó, quien asegura haber ofrecido más de 300 actuaciones en el Radio City Music Hall de Nueva York, se ganó el derecho a participar en la investidura del periodista y escritor de Aracataca en Estocolmo, pues éste había hecho explícito su deseo de recibir su premio al son de la cumbia, la folclorista, cuyo primer disco vio la luz tras tres décadas de trayectoria, aparte de sobresalir como una de las mejores intérpretes del género, también destaca por incluir en su repertorio otras expresiones del acervo folclórico colombiano, entre las que despuntan el bullerengue, la gaita, la chalupa, el sexteto y el mapalé, al igual que por la introducción del bolero en su repertorio. Sin embargo, los estilos invocados por estas embajadoras del rito y del jolgorio son prácticamente los mismos.

Al tiempo que la figura también llamada la “Diva descalza”, que recibirá en noviembre próximo el Grammy Latino a la Excelencia, es catalogada la “Reina de la Cumbia”, lo que dejó por sentado en su manifiesto convertido en canción, Yo me llamo cumbia, el resto de las cantadoras, heraldo cultural que pese a que posee mayor arraigo en la Costa Atlántica colombiana, se genera asimismo en la del Pacífico, pareciera inclinarse más por el bullerengue (su conjunto rítmico lo conforman el bullerengue sentao, el porro o fandango y la chalupa). A Petrona Martínez, el diario El Universal de Cartagena le achacó la etiqueta de “Reina del Bullerengue”. Desde entonces, supo llevar bastante bien semejante título nobiliario. No obstante, hay otras heroínas, la mayoría anónimas, que no corrieron con la misma suerte, pero que igualmente se ocuparon de mantener viva parte de la tradición folclórica de la nación bolivariana. Eustiquia Amaranto, Eloisa Garcés, Eulalia González, Graciela Salgado, y Ceferina Banquez son algunas de estas mujeres que permitieron que más de medio siglo después la cultura africana siga latiendo en Colombia.

A diferencia de los años en los que fueron descubiertas, en las que el azar jugó un papel determinante, Totó y Petrona ayudaron a revelar y sostener una manifestación artística que evidencia cada más a exponentes jóvenes con carreras promisorias. Al igual que varias veteranas, algunas de las noveles cantantes también provienen de agrupaciones que las respaldan, lo que no impide que lleven adelante su emprendimiento solista. Lina Babilonia, (integrante del Grupo Kambakua), Carmen Antolinez, Martina Camargo y Diana Hernández son nombres a tomar en cuenta esta avanzada, especialmente el de la última, pues con el álter ego de María Mulata se alzó como la enfant terrible de las cantadoras colombianas. Con apenas 31 años de edad, es considerada la sucesora de Petrona y de Etelvina Maldonado (de quien fue alumna). Caso curioso éste, pues, aunque su corazón es negro, la piel de esta chica, proveniente de la Región Andina del país, y cuyo nuevo álbum se titula De cantos y vuelos (lanzado a fines de agosto pasado), es blanca.

La influencia de las cantadoras [NdelR: no confundir con cantaoras, error amplificado por los medios colombianos, tras un tributo a Petrona Martínez] ya no se remite nada más que a una escena, sino a todo un continente. Aparte de que figuras del pop del terruño cafetero, como Juanes y Bomba Estéreo, han admitido el peso de Petrona en sus respectivas obras, la de Mompox fue invitada por Calle 13 para colaborar en 2010 en uno de sus grandes éxitos recientes, el hit Latinoamérica, reconociendo su trascendencia en la región. Y es que luego de trajinarla durante décadas, estas mujeres han contribuido enormemente al gran momento que atraviesa la música popular local. De forma que, constatando la advertencia que hiciera el francés Bernard Batzen (un duro en la gestión cultural global que incluso llegó a ser manager de Mano Negra), al prever que Bogotá y Estambul serían las próximas capitales musicales, Colombia hoy disfruta de lo que le sucedió a Brasil o a África en décadas pasadas, en las que se transformaron en fuente inagotable para los arqueología del ritmo.

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