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70ª MOSTRA DE VENECIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otra empanada mental del indigesto Terry Gilliam

La única cosa que me atraía en ‘The zero theorem’ era Cristoph Waltz Sin embargo el cineasta logra que el histrionismo del actor resulte pesado

Carlos Boyero
David Thewlis (derecha) y Melanie Thierry posan junto con el director Terry Gilliam.
David Thewlis (derecha) y Melanie Thierry posan junto con el director Terry Gilliam.FRANCO ORIGLIA (GETTY)

Existen directores cuyo estilo expresivo y las temáticas que desarrollan no te interesan o directamente te enervan, pero en ocasiones logran sorprenderte y atraparte con alguna de sus obras. Me ocurrió con David Lynch, ese experimental y tortuoso autor tan venerado por los modernos de cualquier época. Cuando vi Una historia verdadera, que retrata el viaje de un anciano en un vehículo rudimentario haciendo infinitos kilómetros para despedirse de un hermano moribundo con el que se peleó 10 años antes, me acompañó la sensación de que esa película podría haberla filmado el mejor John Ford. Lynch también narró de forma conmovedora la terrorífica historia de El hombre elefante. Pero hay otros directores de incomprensible prestigio con los que me resulta imposible reconciliarme, que me confirman una y otra vez que mis prejuicios hacia su obra están cargados de razón, que siempre me alteran el estado nervioso. Terry Gilliam es uno de ellos.

Ha presentado en la Mostra su última película, titulada The zero theorem. Cuando Gilliam formaba parte del grupo Monty Python realizaron El sentido de la vida, una comedia enloquecida que contenía algún gag memorable. En The zero theorem Gilliam dedica su discurso a esa cuestión tan trascendente de encontrar el sentido de la vida, a cosas tan mareantes como de dónde venimos y adónde vamos, pero lo hace en tono serio, desechando la ironía y el sentido del humor. El protagonista, un superdotado en las nuevas tecnologías, como los personajes de Beckett en Esperando a Godot, está esperando una revelación que nunca llega. El argumento se presta a la metáfora y al simbolismo. También a la conclusión de que los inventos de la tecnología y la creación de máquinas en las que parece estar contenido todo el universo, puede aislar aún más a los que sienten adicción a ellas. Todo está descrito con el invariable estilo de la casa. O sea: con estética desquiciada, barroquismo indigesto, uso continuo de grandes angulares e imágenes distorsionadas, diarrea verborréica, una empanada mental notable.

La única cosa que me atraía inicialmente en The zero theorem era la presencia de Christoph Waltz, ese excelente actor austriaco que nos había deslumbrado en las películas de Tarantino Malditos bastardos y Django desencadenado. Pero Gilliam logra lo imposible en alguien con arte tan inquietante y es que su histrionismo resulte tan pesado como la propia historia.

La película canadiense Tom à la ferme, protagonizada y dirigida por Xavier Dolan, pertenece a ese género de cine en el que la cámara se coloca muchas veces y de forma gratuita a 10 metros de los personajes, introduce música atronadora en secuencias en las que no ocurre nada, cuando suena una canción esta se mantiene hasta que finaliza, multiplica los planos filmados desde el cielo. A eso algunos lo denominan voluntad de estilo por parte del creador. Yo creo que responde a la impotencia, a tratar caprichosamente de parecer original. Si el lenguaje estético de Dolan es caótico, lo que describe es igual de absurdo. Cuenta la relación sadomasoquista entre un sofisticado urbanita que ha acudido al funeral de un amigo en un pueblo agrícola de Quebec con el violento y psicópata hermano del difunto. Se supone que existe el misterio y el psicologismo más retorcido, pero creo que solo en la mente del director. El espectador lo único que percibe es un disparate pretencioso.

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